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martes, 9 de agosto de 2022

De gorilas a setentistas / por Aldo Duzdevich *


Cómo militantes activos en el golpe de ‘55, la llamada Revolución Libertadora, se convirtieron en revolucionarios apenas quince años después.

Para quienes entienden la historia en modo binario: blanco o negro, buenos o malos, estas notas pueden ser perturbadoras. Hoy voy a describir el derrotero de algunas personalidades, que en los años 50 adhirieron al anti peronismo y en los 70 fueron militantes revolucionarios, dentro del peronismo o en posiciones de izquierda.

Intento no formular juicios definitivos. Me interesa aportar a la reflexión sobre dos temas. Primero, acerca de la posibilidad que tienen las personas de modificar sus opiniones y actitudes, según cambian las circunstancias en las que les toca actuar. Y segundo, observar qué errores cometió el primer peronismo para generar la oposición de ciertos sectores, que tal vez pudo haberse evitado.

La oposición. En primer lugar, debemos mencionar el núcleo más duro de la oposición al peronismo, que fueron las familias patricias de la oligarquía ganadera, beneficiarias del modelo de país agroexportador; quienes se opusieron a la sanción del Estatuto del Peón Rural, la ley de arrendamiento agrario y otras tantas medidas que cercenaban sus históricos privilegios. Con familiares en la Iglesia, el Ejército y la Armada, invirtieron recursos en favor del golpe y sus jóvenes se enrolaron en los Comandos Civiles. Aquí encontramos apellidos como Lanusse, Menéndez Behety, Menéndez, Pueyrredón, Bullrich y Benegas Lynch, entre otros.

En segundo lugar, estaban los sectores de la naciente burguesía industrial, a quienes, aunque habían sido los grandes beneficiados por las políticas industriales del peronismo, les molestaban los mayores derechos de los trabajadores y el poder de los sindicatos.

Entre los sectores sociales, a la cola de la oligarquía ganadera y la burguesía industrial venia la clase media que, aunque no tuviese vacas ni fábricas, culturalmente estaba identificada con las clases altas.

Luego tenemos los partidos: el radicalismo “anti personalista”, los conservadores, los demócratas progresistas, el socialismo democrático, el Partido Comunista y otras corrientes de izquierda.

El gran eje opositor fue el activismo universitario nucleado en la Federación Universitaria Argentina (FUA). El peronismo decretó la gratuidad de la educación superior, que permitió pasar de 51 mil estudiantes universitarios en 1949 a 153 mil en 1955. Sin embargo, los estudiantes de los grandes centros urbanos, Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, fueron desde el inicio sus mayores opositores. La clase media universitaria, intelectuales y artistas: la elite cultural, desde Jorge Luis Borges hasta Julio Cortázar, todos estaban decididamente en contra de lo que llamaban “el régimen peronista”.

En la Iglesia Católica, principal galvanizadora de la oposición, vamos a encontrar tres grandes sectores: los católicos liberales, vinculados al sector oligárquico; los nacionalistas, que primero acompañan y después enfrentan a Perón, y el activismo juvenil, que será determinante para sumar militantes a los Comandos Civiles (CC), especialmente en Córdoba, Santa Fe y Capital Federal.

Voy a dejar para la próxima nota el análisis de los sectores más progresistas de la Iglesia, que en 1955 estuvieron vinculados al antiperonismo y en los 70 acompañaron la creación de Montoneros y otros grupos guerrilleros.

El nacionalismo católico antiperonista. Mencionaré algunas personalidades que en 1955 militaron en el nacionalismo católico antiperonista y que en los 70 fueron militantes revolucionarios, algunos dentro del peronismo y otros en posiciones de izquierda:

Luis B Cerruti Costa. Fue ministro de Trabajo de la Libertadora. En 1973 será director del diario El Mundo, el órgano periodístico del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Augusto Conte Mac Donell. Fue secretario general del Ministerio de Educación de Aramburu; su hijo Augusto María, detenido desaparecido, fue militante montonero.

Emilo Mignone. Vinculado a los Comandos Civiles en 1955, en 1972 fue viceministro de Educación en la dictadura de Lanusse. En mayo de 1976 fue secuestrada su hija Mónica, militante de la JP. Mignone y Augusto Conte Mac Donell fueron líderes de la lucha por los derechos humanos y fueron fundadores del CELS.

Conrado Eggers Lan. Profesor universitario en los años 50, en los 70 adhirió al peronismo combativo y a la CGT de los Argentinos.

Marcelo Sánchez Sorondo. Primero opositor al peronismo, se alejó de la Libertadora y en 1956 creó el periódico Azul y Blanco, donde Rodolfo Walsh publicó como fascículos su libro Operación Masacre. Entre sus discípulos estaba Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, uno de los fundadores de Montoneros. En 1973 fue candidato a senador por el Frejuli en Capital. Su hijo es el obispo del mismo nombre, que está en el Vaticano desde hace cincuenta años.

José Luis De Imaz. También muy cercano a los Comandos Civiles, se convirtió en un sociólogo muy relevante en los 70. Al igual que el filósofo José Miguens, quien se había distanciado del peronismo en 1954 por el conflicto con la Iglesia.

La Alianza Libertadora Nacionalista. La Alianza Libertadora Nacionalista fue un grupo católico, antiliberal y anti-semita inspirado en el falangismo español que de 1946 a 1955 apoyó al peronismo. Pero hubo un sector aliancista que rompió, se alejó del peronismo y en 1955 apoyó el golpe. En ese sector aparecen nombres que va a tener gran protagonismo en los 70: Rodolfo Walsh; Ricardo Masetti (el Comandante Segundo del EGP); Francisco y Oscar Santucho, hermanos de Roby Santucho fundador del ERP.

La rama de secundarios de la Alianza, el UNES (Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios) es el antecedente directo de Tacuara, una organización nacionalista de la cual va a salir un gran número de guerrilleros setentistas. Pero el UNES en 1955 estuvo a favor del golpe y algunos de sus cuadros fueron Comandos Civiles. En el UNES participaron, entre otros: Luis Demharter, que fue CC; Oscar Denovi; Joe Baxter; Alberto Ezcurra Uriburu y Eduardo Rosa.

El personaje más famoso fue sin duda Joe Baxter, nacionalista, antisemita, admirador de Primo de Rivera. En 1955 apoyó la Libertadora. En 1963 encabeza una fractura de Tacuara, el MNRT, que sale a la luz con el asalto al Policlínico Bancario. En julio de 1970 va a estar entre los fundadores del ERP. Pero en 1973 rompe y crea la Fracción Roja. Ese mismo año muere en un accidente de aviación, luego de haber pasado de la ultraderecha falangista a la ultraizquierda del ERP.

Los universitarios, la FUA y la izquierda. Entre los jóvenes universitarios que estuvieron en la oposición a Perón y que luego van a tener activa participación en los 70 encontramos a:

Rodolfo Ortega Peña y Ernesto Laclau, intelectuales de izquierda.

Eduardo Luis Duhalde, cercano a la Democracia Cristiana.

Esteban “Bebe” Righi y Mario Hernández, en la ARD (Agrupación Reformista de Derecho). *Moisés Ikonicoff, militante socialista.

Norma Kennedy y Carlos Corach, de la FJC (Federación Juvenil Comunista).

Guido Di Tella, de la FUA.

Eric Calcagno, Ricardo Mosquera y Ricardo Rojo, abogados de la FUA.

Abel A. Latendorf, David Tieffenberg, Pablo Giussani, y Elisa Rando, de la Juventud Socialista. *Guillermo O’Donnell, estudiante de Sociología.

Rodolfo Pandolfi, Ismael y David Viñas, León Rozitchner, Juan José Sebreli, Oscar Masotta y Noé Jitrik, intelectuales de la revista Contorno.

Ernesto Bonasso, periodista y padre de Miguel Bonasso, que fue detenido en abril de 1953, sospechado de participar en el atentado terrorista con bombas en un acto en Plaza de Mayo que dejó seis muertos y noventa heridos.

Eduardo Thölke, capitán del Ejército, fue quien proveyó los explosivos para el atentado de 1953. Su hijo, Eduardo Luis, en 2001, fue subsecretario de Seguridad porteño durante la gestión de Aníbal Ibarra.

Carlos González Gartland fue uno de los principales dirigentes de la FUA en la lucha contra Perón; en los 70 se destacó como abogado de presos políticos y en 2003 asumió en la Secretaría de Derechos Humanos. Otros dirigentes de la FUA, Elías Semán y Rubén Kriskaustzky, fueron detenidos desaparecidos por su militancia en Vanguardia Comunista. El ingeniero químico Héctor Abrales, como militante de la FUA, estuvo detenido en Devoto en 1954. En los 70 ingresó a Montoneros y en 1979 fue detenido desaparecido.

Diego Muñiz Barreto fue un caso paradigmático. Perteneciente a una familia de enorme fortuna, fue un destacado Comando Civil. En 1953, junto a Mariano Castex, se involucró en un intento de asesinar a Perón. En julio de 1955 puso una bomba que voló la Escuela Superior Peronista. En 1966, con su amigo Boby Roth, participó de la dictadura de Onganía. En 1970 conoció y se convirtió en mecenas de Rodolfo Galimberti, quien lo invitó a conocer a Perón. A través de Diego, Galimberti conoció a la familia Bullrich Luro Pueyrredón, y fue quien introdujo en Montoneros a Julieta y Patricia Bullrich. En 1973 asumió como diputado por la JP Montoneros. Renunció a la banca en enero del 74 y se vinculó al ERP. Fue detenido por el comisario Luis Patti en febrero de 1977 y asesinado (ver también en El Observador la nota “Del ‘Muerte a Perón’ al ‘Perón o muerte’” http://bit.ly/perón-o-muerte).

Rodolfo Walsh. Tuvo un breve paso por la Alianza Libertadora Nacionalista. Ha dejado escrito: “Soy lento, he tardado 15 años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda”.

En los años 50 no era un militante político y su vocación y profesión era de escritor y periodista. Pero estaba muy vinculado al antiperonismo. Su hermano Carlos era un aviador naval que combatió en septiembre contra las tropas leales a Perón. Y su primo, el hermano Septimio Walsh, era uno de los jefes de los Comandos Civiles.

En el libro Rodolfo Walsh. Ese hombre y otros papeles personales, puede leerse una carta de Walsh, fechada el 5 de junio de 1957, al escritor norteamericano Donald Yates, que estaba por escribir un ensayo en el que hablaba de Perón. Reproduzco algunos párrafos porque es un fresco de época que transmite lo que probablemente era el pensamiento común entre la intelectualidad que apoyó el golpe cívico militar contra Perón:

“En primer término, me parece que en el título de tu ensayo la palabra ‘regime’ sería más adecuada que ‘dictatorship’. En un sentido general, periodístico, los diez años de peronismo pueden calificarse de dictadura. Pero en el fondo no fue estrictamente una dictadura, es decir un gobierno apoyado en el ejército y en la policía, como los de Hitler, Stalin y el mismo Mussolini. Fue, sí, una demagogia (…) que como sabes significa ‘tiranía de la plebe’”.

“La imagen que el europeo y el norteamericano medio tienen de Perón es la del típico militar sudamericano. (…) Aramburu sí es un típico militar sudamericano. Cuando le hacen una revolución (junio 56), corta diez cabezas, veinte, ochenta, cien. (...) Perón no, a los sublevados de junio de 1955 no los fusila (…) en todo su gobierno solo hay dos asesinatos políticos, el del obrero Aguirre en Tucumán y el del médico Ingalinella en Rosario, cometidos ambos por las policías provinciales”.

Perón es un político. Mejor: un demagogo. Habilísimo. Conquista el poder porque interpreta las tres o cuatro aspiraciones básicas de las masas –mejor nivel de vida, un estatus social más respetable, cierta intervención en el manejo de la cosa política–. Porque interpreta también los resentimientos de las masas –xenofobia, odio a los ricos u ‘oligarcas’– y sobre todo porque astutamente les habla de igual a igual, los trata de ‘compañeros’ y ‘amigos’, los halaga y hasta los divierte. (…) Perón se mantiene en el poder con el apoyo de las masas, no de los militares (…) que al fin se cansan y lo echan. (…) Y si hoy hubiera elecciones y Perón pudiera presentarse, ganaría por dos millones de votos. Puede ser una desgracia, pero es una verdad”.

Sigue Walsh: “¿Cómo gobierna Perón? En algunos aspectos, admirablemente. En otros, como un increíble idiota. En el aspecto económico lleva adelante una política de industrialización que es en realidad de liberación. Guste o no guste, la faz del país cambia. Se industrializa. En 1943 no se fabricaba aquí nada. Hasta el tabaco y las telas se importaban. En 1955 hay una floreciente industria liviana. Se fabrican automóviles, tractores, equipos eléctricos. Esto tiene un contrapeso. Tanto Perón como sus jerarcas carecen en general de escrúpulos. Se enriquecen con grandes negociados. Pero el saldo es positivo y la política posterior de Aramburu debe considerarse un retroceso”.

“En el aspecto político, Perón oprime a los partidos opositores, los molesta, los persigue sin necesidad, ahoga progresivamente la libertad de prensa. Su policía no llega al asesinato, pero hay tortura y encarcelamientos arbitrarios. Los dirigentes peronistas son en general mediocres, ambiciosos y obsecuentes. La maquinaria de propaganda estatal se hace asfixiante e invade hasta las escuelas primarias. La Justicia está corrompida. El saldo es desastroso”. “Durante el peronismo gozaron de libertad y democracia los sectores obreros; en cambio se sintieron oprimidos la clase media, los intelectuales, los artistas, los periodistas y la clase alta. Ahora sucede exactamente al revés”.

Finalmente, Walsh le crítica a Perón lo mismo que le criticaron Aramburu y Lanusse, y hoy le sigue criticando parte de la izquierda argentina: su presunta cobardía por no embarcarse en una guerra civil en 1955. Dice Walsh: “De militar solo tiene el uniforme y cierta fanfarronería. La única oportunidad de combatir militarmente, en septiembre de 1955, no la acepta. Escapa. Da a veces la impresión de un feroz dictador, pero no le gusta la sangre. No le gusta derramar la ajena, porque teme por la propia. No le gusta jugarse el pellejo”.

Una carta que explica su actitud. En septiembre de 1955, el gobierno tenía fuerzas militares suficientes para ahogar la rebelión en sangre. Pero Perón había estado en España al terminar la guerra civil. Allí había palpado las huellas de dolor y odio entre el pueblo común que deja una guerra civil. Imaginemos hoy mismo en este país de la grieta cuántos amigos, vecinos, parientes tenemos del otro lado de la grieta. Esa era la grieta en 1955. Por ejemplo, en Córdoba había centenares de estudiantes secundarios y universitarios armados en Comandos Civiles. Perón debía dar la orden de masacrarlos. Allí iban a caer los Walsh, los Ortega Peña, los Mignone, los Mac Donell, los Mugica, todos los que figuran en los listados que puse más arriba. ¿Era necesario? ¿Era lícito? ¿Era ético? Perón eligió no sumir al país en un baño de sangre. Entre el tiempo y la sangre eligió el tiempo. Y el tiempo le dio la razón.

*Autor de Salvados por Francisco y La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón.


domingo, 5 de septiembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2010

GALIMBERTI : Crónica negra de la historia reciente de la Argentina

GALIMBERTI,  Crónica negra de la historia reciente de la  Argentina / Marcelo Larraquy y Roberto Caballero

«Yo soy mucho mejor de lo que ustedes piensan y mucho peor de lo que imaginan». Rodolfo Galimberti
 

Galimberti es el resultado de la tarea de investigación más audaz y exhaustiva del periodismo argentino de los últimos años: la reconstrucción de cuarenta años de historia a través de la biografía no autorizada del personaje más irritante, provocativo y polémico del peronismo.
Galimberti es una historia pública y privada de la Argentina leída desde la trayectoria del ex delegado de Perón que se convirtió en guerrillero montonero, secuestró a los hermanos Born en la era del capitalismo industrial, vivió dieciséis años en la clandestinidad, combatió como mercenario al servicio de la OLP, se recicló como socio de su ex secuestrado, vendió armas, se hizo amigo de los torturadores de sus antiguos compañeros y llegó a trabajar para los servicios de inteligencia de Estados Unidos.


Disponible en

sábado, 11 de diciembre de 2010

Héroes y antihéroes del realismo sucio (La inagotable tinta de los años 70)

Este año, desde perspectivas muy diversas, una serie de libros retomó el relato sobre el accionar guerrillero y su conflictiva relación con el último Perón. Aquí, la diferencia con textos anteriores, una lista de títulos y las opiniones del historiador Luis Alberto Romero y de dos periodistas, autores de investigaciones recientes.
En tiempos menos comprometidos, Horacio González, hoy director de la Biblioteca Nacional, dedicó un libro ejemplar al análisis del fenómeno Página/12.
La realidad satírica se publicó en 1992, cuando el diario que dirigía Jorge Lanata estaba en pleno apogeo y generaba una adhesión casi masiva del progresismo argentino. Cada capítulo de los doce que componen el texto es una hipótesis y la séptima lleva por título El narrador omnisciente. Allí se analiza la posición en que se piensa el periodista al relatar la realidad y se dice, entre otras cosas, respecto de las aspiraciones del periodismo crítico, lo siguiente: "Expresa el más viejo reclamo democrático: saber qué se habla en las tinieblas donde se decide el destino de las personas comunes." Los ejemplos a los que recurre González y a los que postula como contrapuestos son los de Horacio Verbitsky (acababa de publicarse su exitosísimo Robo para la corona ) y Joaquín Morales Solá. El tiempo del fulgor de Página/12 coincide con el de mayor esplendor y repercusión del libro periodístico, un género que con caídas y ascensos se viene manteniendo desde comienzos del período democrático con la aparición de Malvinas, la trama secreta, escrito por Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, y publicado por primera vez en septiembre de 1983. En ese caso, las tinieblas a develar serían –y el título elegido es más que revelador en este sentido– los oscuros años de la dictadura y los entretelones de la guerra.
Siempre hay algo por revelar en un libro periodístico, que es casi por definición una suma de oscuridades sobre las que echar luz. Esa es su promesa, la que reflejan las contratapas que garantizan: "El autor renueva su decisión de contar la verdad acerca de los hechos más dramáticos de nuestra historia" (Operación Primicia); "Valiosísimo aporte para la comprensión de una época conflictiva" (Firmenich).
Las utopías del mercado siempre tienen algo qué decir. Al fin y al cabo, son la expresión de un deseo legítimo, promover la reunión del producto con su demanda. Pero, en definitiva, más allá de las revelaciones que se ofrecen, el modelo que se repite es el de la investigación, los pasos que llevan de la oscuridad a la puesta bajo el foco de la opinión pública, lo que no se sabe que se transforma en dato compartido por todos. Si este es el objetivo, puede pensarse que el estilo de escritura elegido por cada uno de los autores para revelar las escenas ocultas, marca su forma de ver las cosas.
Horacio González habla de folletín y de grotesco en el caso de Verbitsky, algo que tiene que ver con el estilo del periodista que abunda en la concatenación de episodios y personajes, muchas veces hasta lo farragoso y una mirada entre burlona y descalificadora de la escena que se relata. Se podría decir que en este estilo descalifica a aquellos de quienes se ocupa a través del escarnio del sarcasmo y la demolición surgida de la suma incontrastable de pruebas, episodios y conexiones entre los hechos narrados. La mirada, de todos modos, es siempre exterior a los hechos.
En ese sentido, la comparación con el gran modelo de la investigación periodística que sigue siendo Operación Masacre de Rodolfo Walsh, puede aportar algunas pautas e incluso algunas preguntas. La diferencia, que tiene que ver con los tiempos, a la vez que con los estilos, es que Walsh se involucra directamente en la historia que cuenta, ya desde el inicio en primera persona. Es como el detective de la serie negra, corre riesgos, es parte de la narración, comparte el destino de las víctimas, es narrador, personaje y testigo. Ese lugar de la primera persona se ha reservado hoy a los prólogos; el mandato periodístico exige separar sujetos de objetos. Lo dicen claramente los autores de la biografía de Firmenich: "Este libro no toma la agenda de los enemigos de Firmenich ni tampoco la de sus admiradores." El uso de la primera persona en la narración pone en entredicho el género –"otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, pero que no es periodismo", escribe Walsh en el prólogo de Operación Masacre. En Walsh, la ficción es la vía regia de acceso a los hechos prohibidos y lo que construye el relato. Hoy es un recurso cuando falta la documentación. La reconstrucción de la escena del crimen, una hipótesis.
Lo clásico
Durante 2010, ha aparecido una serie de libros que relata lo ocurrido en las vísperas del golpe y que hace especial hincapié en el accionar guerrillero y en su conflictiva y muchas veces sangrienta relación con el último Perón. Desde muy diferentes perspectivas, con mayor o menor distancia de lo narrado, proyectando casi siempre ese pasado a los conflictos del presente, la lista es amplia e incluye algunas reediciones, como la voluminosa biografía de Rodolfo Galimberti, de Roberto Caballero y Marcelo Larraquy, quienes escriben este texto que reproduce la contratapa: "Sin más intenciones que la de escribir nuestro primer libro, engendramos un clásico de la investigación periodística, quizás el primero del siglo XXI, que tomó por sorpresa a muchos, incluso a nosotros mismos". También es una sorpresa esa auto adjudicación de texto inaugural a la biografía de quien fue la cara más visible de la JP en los 70.
Es difícil adscribir a esta afirmación, en general los clásicos se sedimentan en tiempos más prolongados. Pero en el texto agregado que incorporan los autores a esta edición, publicada a diez años de la primera, aparecen algunos elementos que permiten ver la evolución de la mirada periodística sobre ese conglomerado de política y violencia que es el retrato consolidado hoy de lo que se llama los 70 y que en realidad de extiende desde 1968 hasta las vísperas del golpe de 1976. Allí se propone, y en ese mismo sentido van también los dos libros que dedicó Ceferino Reato a las dos mayores operaciones de Montoneros en democracia: el asesinato de Rucci y poco más de un año después el copamiento del Regimiento 29 ubicado en la provincia de Formosa, romper con dos visiones del período a las que se considera hegemónicas: el de los victimarios, el relato militar, por un lado y la defensa del accionar guerrillero, por el otro. Sostenida con más énfasis en Caballero y Larraquy, la hipótesis es que este nuevo modo de contar los setenta obedece a un recambio generacional dentro del oficio. Los nuevos relatores de la época no estarían contaminados por las diversas épicas que acarrean inevitablemente las historias que los antecedieron.
Pero el género, la forma escrituraria que eligen sigue siendo deudora de textos como los de Verbitsky. La escena rescatada de la oscuridad no es ya la del poder contemporáneo a la escritura sino la de la guerrilla, sus concepciones y operativos. La propia dinámica del gesto de la revelación marca el estilo de estos libros y a muchos otros, como la biografía de Firmenich, escrita a dos manos por Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Algo que podríamos catalogar como realismo sucio, una forma de narrar que se corresponde con el seguimiento de los antihéroes de los 70. No hay concesiones, las miserias no se esconden sino que se exhiben, una fuerte apuesta a la narratividad y la consistente mezcla del dato menor con el relevante. La biografía del jefe montonero se abre con un diploma recibido en el club de Leones de Ramos Mejía por una composición titulada "La paz es posible". Se rompe incluso aquí lo que parecía una marca de estilo de las biografías periodísticas, la elección de un momento que se supone concentra y explica al personaje y que lanza líneas hacia el pasado y el futuro.
Operación Primicia, de Ceferino Reato, se atiene al orden cronológico, tal vez impulsado por la consigna que establece su autor en el prólogo: "Un libro periodístico debe concentrarse en los hechos, tal como fueron, y explicar sus causas y consecuencias." Para los héroes, se reserva otro estilo, la elegía. Es a esta forma a la que apelan Hugo Montero e Ignacio Portela en Rodolfo Walsh. Los años montoneros, editado por Sudestada. El tiempo verbal elegido para el relato es casi siempre el presente, un presente histórico. "Raimundo no se banca los rodeos, Rodolfo lo sabe. Con Raimundo, la cosa es blanco y negro, nada de largos argumentos para justificar indecisiones, nada de vueltas." Así se cuenta la reunión del escritor con el sindicalista Raimundo Ongaro. Como si la escena ocurriera una y otra vez. La dimensión del heroísmo tiene algo que ver con la posibilidad de reiterarse en lo simbólico. No es una elección casual, porque introduce un tono especial, entre épico y analítico, en el relato que tiene que ver con el lugar de héroe, en este caso adjudicado por partida doble a Walsh, como militante y como intelectual.
La manera de contar que elige Juan B. Yofre al abordar la relación de Perón con la guerrilla es la picaresca y la búsqueda de permanente complicidad con el lector. En las páginas de El escarmiento. La ofensiva de Perón contra Cámpora y los Montoneros. 1973-1974, abundan expresiones del estilo de "usted va a ser partícipe de algunos de los documentos que Perón leía y que le sirvieron para diseñar sus discursos. También sabrá de sus confesiones íntimas y sus padecimientos." A la hora de las apuestas, Yofre no repara en gastos. Ofrece a sus lectores un poderosísimo zoom que los acerca a las escenas más inaccesibles, a la cocina política nada menos que de Perón.
Y su intento ha sido recompensado, su libro es el más exitoso de esta camada 2010 de revisiones de los 70, vendiendo 70.000 ejemplares desde su edición en julio de este año, exactamente el doble del texto de Reato.
¿Será eso lo que se espera no sólo de un libro periodístico sino del ejercicio del periodismo en general? ¿La ilusión de la falta total de distancia entre las escenas públicas y las escenas privadas del poder? El suceso de El escarmiento habla de un estado del periodismo actual, o al menos de las expectativas que genera. Sus anteriores libros no habían tenido tanta repercusión de ventas.
Otros textos eligen el camino de la reparación y del homenaje. En la introducción a su La guerrilla invisible, dedicado a la historia de las FAL, Ariel Hendler escribe: "Hechos desconocidos u olvidados, que jamás alcanzaron el honor de ser incluidos en el relato de aquello que suele llamarse, con dudosa precisión, 'los años setenta' ". Sus trescientas cincuenta páginas demuestran, con la contundencia de los datos, que no fue todo Montoneros y ERP en la guerrilla argentina.
El tren de la victoria, escrito por Cristina Zuker trabaja en registros diferentes a la media. Tal vez no sea casual que haya sido editado por un sello de los pequeños, Del Nuevo Extremo, pese a llevar un prólogo de Horacio Verbitsky. Involucrada de manera personal en este desentrañamiento doloroso de la llamada Contraofensiva lanzada por los Montoneros en plena dictadura, siguiendo el hilo de las historias de su propia familia, la autora trata de entrar en un territorio que hoy todavía parece inexplorado: el de las motivaciones de quienes creyeron que era posible dar una lucha por el poder estando los militares sólidamente instalados en el gobierno.
Cuando todo es presente
Hermanados o levemente distanciados por el estilo, lo que puede decirse que son estos libros de historia, al menos si aceptamos que es la historia el saber que se ocupa de los hechos del pasado. Sin embargo, en su abrumadora mayoría están escritos por periodistas (con la única excepción en las ediciones de este año de 73/76. El gobierno peronista contra las "provincias montoneras" de Alicia Servetto, profesora en la Universidad Nacional de Córdoba, sobre el que se volverá más adelante). O sea, quienes se ocupan, por profesión, de los hechos del presente. ¿Forma parte del presente ese pasado contado por periodistas? Podría decirse que hay una voluntad por parte de estos textos de situarse en este horizonte. Claramente, Operación Primicia, de Ceferino Reato.
En su epílogo, titulado "Ángeles y Demonios", se dice respecto del estilo de los Montoneros –"arrogancia y militarismo"– que "esta imagen no es la que prefieren muchos ex militantes y ex guerrilleros ni la que enarbolan los Kirchner, a quienes les gusta mostrarse como los herederos de aquella 'juventud maravillosa'". A partir de allí empiezan a cuestionarse aspectos de la política de derechos humanos del gobierno. No se trata de discutir o no estos planteos sino de preguntarse por la pertinencia de su inclusión en un libro que relata un episodio ocurrido hace bastante más de tres décadas. No se trata de uno de esos libros que suele reseñarse, con lo cual se hace interesante atender a lo que escribió Miguel Russo en el periódico El Argentino bajo un título que no da lugar a dudas: "Operando se conoce gente" que adjudica a este libro y al de Yofre la única intención de desacreditar al gobierno nacional.
De alguna manera, el relato del pasado queda tramado en lo que parece ser el principal, sino el único debate cultural de la Argentina de estos tiempos: la relación entre los medios y la política. Por ahora, esa discusión se resuelve sólo en una especie de blanqueo cuya consigna parece ser que cada periodista debe explicitar una toma de posición y que el viejo anhelo de objetividad se ha revelado de una vez y para siempre como una impostura.
Por ahora, periodismo y academia están incomunicados. La amplia bibliografía del libro de Servetto no incluye ningún libro periodístico sobre el período, ni siquiera como fuente primaria. Como si hubiera que empezar de cero. La cuestión no es tan secundaria como parece. Aunque los hechos sean los mismos, la mirada e incluso la ética de periodista e historiador difieren. El estudioso del pasado está sometido a una tensión entre los valores del ayer y aquellos que rigen el hoy. Esa distancia insalvable lo pone ante ese lugar en el cual, como escribió el italiano Carlo Guinzburg, "nuestro conocimiento del pasado es inevitablemente incierto, discontinuo, lagunoso, basado sobre una masa de ruinas y fragmentos". La cita pertenece a El hilo y las huellas , un libro que no sólo debieran leer los historiadores. Si esto efectivamente es así, no sólo sirve para justificar esta ola continua de obras sobre los setenta dado que no hay más chances que sumar ruinas y fragmentos de un pasado que no termina de dibujarse, sino también para problematizar la manera en que debe contárselos.
El horizonte del periodismo, es, por el contrario, el del presente y sus valores. No hay una comprensión-aceptación de la insalvable diferencia entre aquello que se relata y el universo ético-cognoscitivo del narrador. De allí que los setenta siguen siendo un espacio habitado por héroes y antihéroes que no son juzgados como tales en función de su tiempo sino de los valores del presente. En esa ambivalencia, los muertos llevan las de ganar. Los antihéroes del realismo sucio –Firmenich, Galimberti, los sobrevivientes del ataque al cuartel de Formosa que, de acuerdo con Reato, cobran injustamente sus indemnizaciones como víctimas del Terrorismo de Estado– pagan con la condena moral el haber sobrevivido. La demonización de Firmenich, el jefe que no ha muerto, que aún deambula por un mundo que no lo acepta, es una prueba en este sentido. El indulto de Menem lo ha privado incluso del lugar de condenado. Los caídos ya tienen un panteón asegurado lo cual, sin ser tan insidioso, es también una forma de la injusticia. Algo de eso cuestiona el libro de Cristina Zuker.
Como una nota al margen de este sistema de valoraciones, se puede señalar el trato diferencial a dos figuras de idéntico peso intelectual y similar trayectoria política como son Rodolfo Walsh y Juan Gelman. El primero está entronizado como paradigma del intelectual comprometido; el autor de Gotán es alguien respetado, pero ante todo en su trabajo como poeta. Como si escindiera su costado militante –bastante intenso por cierto–, o se lo acotara a la lucha que ha emprendido por recuperar a su nieta secuestrada por militares uruguayos.
Estos libros, queriéndolo o no, terminan, como efecto de escritura o de lectura, instalados en esos tiempos que constituyen todavía el núcleo contaminante de la Argentina: la dictadura, que es lo que pareciera no permitir miradas menos atadas a las posiciones e intereses del presente, como las que podría ofrecer un estudio histórico. Es que fue el momento en que se robaron identidades, se esfumaron personas para que no dejaran rastros, se exhibieron infamias, se concretaron negocios que nunca hubieran sido posibles en otras circunstancias, se transfiguraron palabras dignas y se traficó con valores que hoy resultan sagrados. Aquella época que en una de sus conferencias, en el Sur, Jon Lee Anderson, calificó sin muchos eufemismos: "La política se definía por la forma de organización de la violencia".
Los libros periodísticos se limitan a documentar, a sumar papeles o en algunos casos a traspapelarlos, pero no se preguntan por la forma de transmitir la distancia y la cercanía de la violencia y del horror. Todavía pareciera que estamos en una etapa testimonial, como si los setenta fueran un pozo cuyo fondo aparece lejano. Las historias que nos vienen contando aún esperan ser escritas.
Por MARCOS MAYER