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martes, 13 de julio de 2021

El fin de la primavera camporista… [ 13 de julio de 1973 ]

 


La estrategia de Perón para desplazar a Cámpora, una fórmula con Balbín y el infarto que casi arruina sus planes

La irritación de Juan Domingo Perón con Héctor J. Cámpora aumentó cuando llegó al país y palpó de primera mano el caos. Cómo lo desalojó de la Casa Rosada, la idea del caudillo radical como vice y los problemas de salud que preanunciaron la muerte del líder peronista

 Para algunos, como veremos, la renuncia del presidente constitucional Héctor José Cámpora se concreto reservadamente el 4 de julio de 1973. Para la ciudadanía en general, el anuncio del retiro de Cámpora lo protagonizó él mismo el 13 de julio, alrededor de las 13 horas, por cadena nacional. Sentado en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, teniendo al vicepresidente Vicente Solano Lima a su diestra, Cámpora comenzó diciendo que “yo no sé si la emoción, la honda emoción que me embarga, me permitirá la lectura de este mensaje al pueblo argentino. Porque está próximo un acontecimiento a cuyo servicio he puesto la conducta y la lealtad incuestionable de toda mi vida: el reencuentro del general Perón con su pueblo en el ejercicio pleno, real y formal, de su indiscutida conducción”. Tras un corto discurso de alrededor de 10 minutos el país se iba a enterar que renunciaban el presidente, el vicepresidente, y que asumiría temporariamente la Primera Magistratura el titular de la Cámara Baja, Raúl Lastiri, porque se habrían de convocar a una nueva elección presidencial, llevando el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) a Juan Domingo Perón como presidente. Para los más informados, la renuncia de Cámpora comenzó a fines de junio en Madrid y el jefe del justicialismo lo maltrató al Primer Mandatario de todas formas.

Ya lo relatado, en otras ocasiones, Perón –quien nunca dejó de imaginar que iba a volver a la Casa Rosada—llegó a decirle a Benito Llambí que no quería hablar más con Cámpora. Las razones eran varias y, en especial, el caos en que Cámpora había sumergido al país con su “primavera camporista”, que no era otra cosa que el asalto del “entrismo montonero” en los estamentos del Estado. Desde que llegó definitivamente a la Argentina, Perón se vio envuelto en el caos en que habían convertido a su Patria y, desde el primer minuto inició su ofensiva final para terminar con el estado de cosas.

El 20 de junio de 1973, cuando aterrizó en la Base Aérea de Morón, el viejo líder palpó la situación. En ese momento, el entonces comodoro Jesús Orlando Capellini hacía escasos meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con asiento en Morón. En esas horas escuchó, de uno de los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base, que Perón bajaría en Morón. Según me contó en 2010, sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Perón y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base y Capellini entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. El embajador Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. La visión del embajador Llambí es coincidente con la de un alto jefe del Ejército (Llamil Reston, llegó a general de división) que en esos días estaba cerca del teniente general Raúl Carcagno y escuchó su relato: “Vicente Solano Lima nos llamó a los tres comandantes para pedir asesoramiento de qué hacer frente a lo que sucedía en Ezeiza. Todos coincidimos que Perón y su comitiva debían descender en Morón. Cuando bajó del avión, tras los cortos saludos protocolares, Perón se reunió con los tres comandantes y nos pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó en una oficina que tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a Righi detrás de los cristales me dijo: ‘Sólo Cámpora pudo nombrar a este pelotudo de Ministro del Interior’”. Carcagno tampoco la sacó gratis, porque con una gran muestra de malestar, comentó con sorna: “Haría falta Lanusse.” A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos. A Perón se lo vio cansado y preocupado.

El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos por la Puerta 5 en dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065. Desde Gaspar Campos, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. Luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara (como lo hizo en Madrid), obviamente para tener un testigo militar. En esa ocasión, Perón volvió a reiterar lo que ya decía en Madrid, y le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes consultadas hace años. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”.

En términos similares recordó ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió contra Cámpora. También contó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente.

Esa noche del 21, Perón habló por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. En la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros: “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología”. “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”

El domingo 24 de junio de 1973, inexplicablemente, Cámpora y sus acólitos expresaron en reiteradas ocasiones que una vez establecido el gobierno constitucional, las organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de operar. Lo afirmaban, mientras los cuadros principales de todas las organizaciones terroristas sostenían lo contrario. Para el gobierno de Héctor Cámpora, sin violencia de arriba no habría violencia de abajo y se viviría en un clima de paz. ¿Paz? Regía un gobierno constitucional pero seguían actuando las organizaciones armadas. Ese domingo 24 de junio, “La Opinión” informaba que no habían novedades de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone Argentina por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó 1.000.000 de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario británico que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos armados en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras.

En esas horas, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en el ámbito del Congreso de la Nación. La cumbre se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había opinado Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri.

Al día siguiente, la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica informó a la Secretaría de Estado que se habían reunido en “privado” y que se discutieron “medios y formas de cooperación”. Lodge comentó en el punto 4º del cable reservado Nº 4459: “Además de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del Movimiento, uno de los temas que más está presionando a Perón, es el de mantener la cooperación de otros partidos políticos especialmente la UCR. El hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso, muestra a las claras que Perón tiene la intención de moverse rápidamente, en lo que hace a controlar este problema”. Mientras, Tróccoli me dejó constancia escrita: ”Yo estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón: Los dos hagamos de copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno para poner en orden al país.” Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso está”. Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro, respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.

El lunes 25 de junio de 1973, Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. A su vez el ministro Righi firmaba un comunicado recordando el “máximo cuidado por el cumplimiento de las disposiciones que prohíben la tenencia de armas y explosivos”. Pocas horas antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en junio de 1969) y que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar Bidegain (respaldado por Montoneros).

el martes 26 de junio de 1973 ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho. Mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena. Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”. A partir de ese instante, Pedro Ramón Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del enfermo. Fue testigo de las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se observa cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso. Héctor Cámpora permanecía un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí -razonó el médico- que Cámpora dejaría pronto su investidura”.

“Pocos días después del 20 de junio -relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia- recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como habíamos combinado”. A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia. “De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la ‘Tendencia’, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”. El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín.

El coordinador de los detalles del “golpe blanco” como queda claro fué José Ber Gelbard, el hombre fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había cultivado una importante relación personal. Llambí cuenta en su libro que “en un momento pidió un paréntesis para ordenar sus ideas”, sin decirlo, le hizo un homenaje a su esposa porque consultó el ofrecimiento con ella:

Benito: Me han ofrecido Interior.

Beatriz: ¿Exteriores?

Benito: No, no, Interior. Les dije que yo no soy para reprimir y me contestaron diciendo que el General me necesita porque allí debe ir un hombre de diálogo. Beatriz, notó la desazón de su marido, y recordó un consejo de su padre: “Nunca hay que dejar pasar la oportunidad”. Después se verá… Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el ofrecimiento y escuchó la estrategia que desarrolló Gelbard.

El miércoles 4 de julio de 1973, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete, a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente Vicente Solano Lima, donde se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno Raúl Lastiri ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: Los asistentes pasaron al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a la mañana a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente él presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente. Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció: “Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que “los ministros sabían ya de qué se trataba porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio”.

Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo que “habría que pensarlo”. López Rega exclamo que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.

-“¿Y los militares?”, preguntó Perón.

-“No hay ninguna preocupación”.

-“Bien”.

Taiana cerró la escena relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo; Perón se emocionó y después “lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la Presidencia”. Las renuncias que salieron publicadas en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión de ese día.

La tradicional comida de las Fuerzas Armadas, para conmemorar el 9 de Julio, no se realizó en el Edificio Libertador sino en el Teatro San Martín de la avenida Corrientes. Hacía de anfitrión la Armada, por lo tanto el discurso debía ofrecerlo el almirante Alberto P. Vago en su calidad de presidente del Centro Naval. Habló Cámpora –quien discurseó sobre la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas- y se produjo un cambio de último momento: el Ministro de Defensa, Ángel F. Robledo, el 6 de julio, a las 16 horas, le comunicó al almirante Vago que debían suprimirse los párrafos del 1 al 5. “No tengo inconveniente en suprimir el 1º y abreviar el 4º, pero manteniendo el resto”, anoto Vago en una minuta. Después de varias discusiones “decido no hablar y como consecuencia no concurrir a la cena.” El polémico párrafo 5º expresaba: “Las Fuerzas Armadas confían en la decidida acción del Gobierno Constitucional y de los legítimos poderes del Estado, para anular la conjura antinacional que se proyecta y planifica en otras latitudes, y es ejecutada por un minúsculo sector de argentinos, poseedores de inmensos recursos de desconocido origen, que se mueven y extienden su prédica con el uso de casi todos los medios de comunicación masiva, envenenando las mentes del pueblo y sembrando la destrucción y la muerte entre los que quieren vivir en paz, para construir y trabajar en libertad.”

El martes 10 de julio de 1973, a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos, Perón se encontró a solas con el comandante en Jefe del Ejército. El encuentro había sido largamente buscado por el jefe del Ejército. Se conocieron en Morón y llegó a Gaspar Campos de la mano del jefe de la custodia Juan Esquer o de José Ignacio Rucci (en eso difieren las crónicas de la época). Durante el diálogo, el general Raúl Carcagno recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie.” Era toda una señal. Hablaron también de cuestiones personales como la restitución del grado militar porque el jefe militar portó una carpeta sobre esta cuestión que se hallaba demorada. A diferencia de lo que se afirmaba en el gobierno de Cámpora, Carcagno le habló de la unión del Pueblo y el Ejército.

Carcagno, dada la sinceridad con la que habló Perón, se atrevió a relatarle “la irritación” que había motivado Cámpora con algunas partes de su discurso en el Teatro San Martín, porque resultaba “inútilmente recordatorio de hechos que sólo pueden superarse con el silencio mutuo”. Perón estaba avisado de ésta situación por boca de Jorge Osinde y José López Rega. Según dicho medio “le llevaron ‘el dato’ de que el texto había sido escrito por Esteban Righi, el Dr. Mercante (subsecretario del Interior), el hijo de Cámpora, Héctor Pedro; el Dr. Enrique Bacigalupo (luego miembro del Tribunal Supremo de España) y otros miembros del ‘entourage’ presidencial”.

El miércoles 11 de julio de 1973, a primera hora de la mañana, el coronel Jaime Cessio le transmitió a Ricardo Balbín la invitación de Carcagno para que concurriera a comer esa noche al Edificio Libertador. Antes de sentarse a la mesa Jaime Cessio, jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor le relató a solas al invitado lo que había sucedido el día anterior en Gaspar Campos. Se trató la renuncia de Cámpora y la posibilidad de una formula compartida entre Perón y Balbín.

La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó en un día porque Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró en las que sostenía que “estando el General Perón en el país nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”. Luego de las palabras del vicegobernador bonaerense, Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (termino con el que se referían a los que rodeaban a Perón).

El viernes 13 de julio de 1973, a las 19 horas el diputado Raúl Lastiri asumió provisionalmente, ante las dos cámaras. A las 21, en la Casa Rosada, Raúl Lastiri y dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes. Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, explicando que en las elecciones del 11 de marzo “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había llegado el momento de repararlos y su gestión marchaba en esa dirección. El 13 de julio de 1973, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su Ministerio que “este ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos” y entre esos hombres estaba Perón. La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda”.

 Por Juan Bautista Tata Yofre

 https://www.infobae.com/sociedad/2021/07/04/la-estrategia-de-peron-para-desplazar-a-campora-una-formula-con-balbin-y-el-infarto-que-casi-arruina-sus-planes/


viernes, 16 de abril de 2021

Las provocaciones de Montoneros y las dudas sobre Cámpora: cómo decidió Perón volver a ser presidente y alejar a ambos del poder #*#

Frente a las declaraciones de Galimberti y Abal Medina en representación de la Tendencia y la posición tibia de Cámpora con ellos, Perón comenzó en Madrid a definir la orientación de su partido y preparar su asunción presidencial. Los mensajes que envió con instrucciones y la orden al entonces mandatario para que "coloque las cosas en su sitio"

El 12 de abril de 1973, según cuenta el periodista Osvaldo Tcherkaski en la tapa de La Opinión, Juan Domingo Perón cenó en París con Magdalena Díaz Bialet y su esposo Mario Cámpora. El sobrino del Presidente electo, a quien Isabelita trataba entre sus íntimos como El Monje Negro, era un reconocido diplomático que había ocupado (y ocuparía años más tarde) destinos de primera línea. Ceremonioso, afable en su trato, detallista en cada una de sus tareas, Mario había cambiado la reposada –aunque no menos intensa vida internacional del Palacio San Martín por las vivencias de la política interna. En ese encuentro entre el matrimonio Perón y los Cámpora, Mario intentó convencer a Perón que viajara a Buenos Aires el día que su Tío asumiera como Presidente de la Nación. La cena se hizo larga y mientras Perón hablaba, Magdalena tuvo un mal presentimiento. Especialmente cuando escuchó opinar a José López Rega sobre el Presidente electo: "El doctor Cámpora cree que el poder es de él, pero el poder no es de él". Al finalizar la cena, en el momento de acompañar al matrimonio Perón hacia la salida, el general lo miró a Mario y le dijo: "No voy a ir, para no robarle el show al doctor Cámpora… yo iré después y entonces el balcón será para mí."

A su vuelta a Buenos Aires, Mario Cámpora le dijo al Presidente electo: "Héctor, el General me ha dicho que no va a estar acá el 25 de mayo… y por la metáfora que ha usado y por todo lo que ha dicho yo tengo la impresión de que quiere ser presidente".

La decisión de Juan Perón de desplazar a Cámpora de la Presidencia de la Nación, si se hacían las elecciones nacionales, y el Delegado se imponía, curiosamente, se tomó en el hotel Guaraní de Asunción del Paraguay, en el mismo momento y lugar donde el General lo designó candidato presidencial. No hay prueba escrita, la confirmación me la hizo Héctor Villalón. De lo que sí existe prueba material es sobre la incerteza de Juan Domingo Perón por Cámpora en esos días. En febrero de 1973, antes de las elecciones del domingo 11 de marzo, un grupo de periodistas hacían guardia en la puerta de la casa de Perón en Puerta de Hierro. De pronto se asomó el empleado José Miguel Vanni, y dirigiéndose al grupo, preguntó de viva voz: "¿Esta Conti?" Se trataba de Jorge Conti, el enviado especial de Canal 11 a Madrid. Al identificarse, Vanni le dijo:

--"Conti, el General quiere verlo. Sólo vos pibe, sin cámara ni fotógrafo."

Vanni lo acompañó hasta el escritorio de la casa y mientras caminaban le comentó: "El General quiere hacerle un comentario". Al llegar, Perón lo estaba esperando. Lo saludó y entró inmediatamente en tema: exhibiendo una carta manuscrita de Marcelo Sánchez Sorondo, el candidato a senador del FREJULI por la Capital Federal, puesto por Juan Manuel Abal Medina, le relató parte del texto donde Sánchez Sorondo sostenía que la designación de Cámpora como candidato presidencial era un gran acierto, porque resulta una revelación de buen político. Seguidamente, mientras le brotaba una leve sonrisa, el General afirmó: "Este hombre Marcelo Sánchez Sorondo en primer lugar no es peronista y en segundo lugar no tiene idea de los hombres y mujeres con que cuenta el peronismo". Conti aprovechó un instante de silencio para preguntarle: "¿General, me autoriza a difundir lo conversado?" y Perón asintió. Sin cámara y sin fotógrafo, Conti tenía su primicia exclusiva para Canal 11. Se paró frente a la pared que circundaba la quinta 17 de Octubre y empezó a grabar, al mismo tiempo que sus colegas escuchaban lo que había sido su diálogo con el dueño de casa.

Luego de las elecciones nacionales del 11 de marzo de 1973, el 9 de abril, a través de la cadena nacional, Cámpora expresó que "aquellos sectores que asumen reivindicaciones alegando representar intereses del pueblo y de la Nación, deben comprender que, habiéndose pronunciado el pueblo argentino, son inadmisibles las actitudes que pretenden subrogar su voluntad (…) Me propongo gobernar para todos sin excepción." La respuesta del PRT-ERP no tardaría mucho en llegar: "El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad popular. Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al nuevo gobierno, mientras éste no ataque al pueblo ni a la guerrilla. Nuestra organización seguirá combatiendo militarmente a las empresas y a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias, pero no dirigirá sus ataques contra las instituciones gubernamentales, ni contra ningún miembro del gobierno del Presidente Cámpora".

El domingo 15 de abril se realizó la "segunda vuelta" (ballotage) en quince distritos electorales donde el peronismo no había alcanzado un resultado convalidante. En la Capital Federal, Fernando de la Rúa se impuso a Marcelo Sánchez Sorondo; Carlos Juárez (considerado un "neoperonista") y Felipe Sapag ganaron las gobernaciones de Santiago del Estero y Neuquén. Así las cosas, el Frejuli se quedó con 20 de las 22 gobernaciones que tenía la Argentina. Y en el Parlamento su mayoría era abrumadora: en el Senado alcanzó 45 bancas y en Diputados 145 escaños. El partido que lo seguía era el radicalismo. No alcanzó ninguna gobernación pero tenía 12 senadores y 51 diputados. Francisco Manrique, con su Alianza Popular Federalista, tenía 5 senadores y 20 diputados.

Ese día, según los cronistas de la época, Perón se lo pasó al lado del télex en su casa en Puerta de Hierro. Hacía pocas horas que había finalizado su visita a París y consideraba que "desde el 25 de mayo el centro político de las relaciones internacionales del justicialismo" sería la capital francesa, porque "los contactos logrados por Perón en esa ciudad posibilitan una amplia gama de relaciones con los gobiernos europeos, los países alineados con la Unión Soviética y los estados socialistas de Asia y África. Las especulaciones periodísticas giraban en torno a quién sería el hombre del peronismo en París. Se destacaba que no podría ser elegido un extrapartidario y los observadores más sagaces indicaban que habría de ser alguno de los dirigentes que han convivido con Perón en Madrid que mantienen su amistad y que por ende conocen su 'modus operandi' en estas cuestiones." Más que una noticia parecía una "operación de prensa" más: Perón aparecía como manejando las relaciones exteriores con países centrales mientras Cámpora y su gobierno eran alejados del centro de las decisiones.

El miércoles 18, por boca de Rodolfo Galimberti, se presentó al periodismo el documento titulado "Compromiso de la juventud peronista con el pueblo de la Patria". Estaba rodeado por los jefes de las siete regionales de la "Tendencia" y sus legisladores nacionales electos (un senador y ocho diputados). Bajo la consigna "por una patria justa, libre y soberana, la patria socialista", el documento de diez puntos comenzaba por "la libertad incondicional y sin discriminaciones de todos los compañeros presos políticos, gremiales y conexos". Luego exigía la "supresión de todos los tribunales especiales, derogación de toda la legislación represiva, revisión de todos los fallos dictados por la Cámara Federal en lo Penal (fuero antisubversivo), y la declaración 'en comisión' de todos los funcionarios y magistrados designados a espaldas del pueblo por los gobiernos antipopulares e ilegítimos que se sucedieron desde 1955". El documento trazaba una línea de confrontación con la ortodoxia peronista y con el pensamiento de Perón que comenzaba a trascender desde Madrid. El punto 6º consideraba: "Impulsar el cumplimiento y la profundización del programa del FREJULI, atendiendo especialmente las propuestas programáticas surgidas del seno de la clase trabajadora en La Falda, Huerta Grande, y el programa del 1º de mayo de 1968 de la CGT de los argentinos".

-Preguntado por los periodistas Galimberti dijo que el texto "lo hemos conversado toda la tarde con el doctor Cámpora".

-Entonces ¿el presidente electo lo avala?

-"Sí. El presidente electo más que avalarlo lo cumplirá…es un documento de la juventud peronista que todo el Movimiento Peronista hace suyo", agregó Abal Medina, secretario general del Movimiento Nacional Peronista. ¿Qué opinaría al respecto la Confederación General del Trabajo (José Rucci) y las 62 Organizaciones (Lorenzo Miguel) sobre la referencia a la CGT de los argentinos y otros programas de clara tendencia izquierdista? Haciendo malabares, Galimberti explicó: "Nosotros rescatamos la historia del movimiento obrero en su conjunto desde 1955 hasta la fecha. En esta oportunidad, tomamos esa 'porción'…no tomamos esos puntos programáticos para contraponerlos con otros".

Las declaraciones generaron un gran descontento dentro y fuera del peronismo. La ortodoxia, el sector mayoritario del partido, se consideraba destratada y, para peor, la Tendencia anunciaba que el documento iba a ser asumido por el aparato partidario. El sindicalismo, la "columna vertebral", ni siquiera había sido consultado y el radicalismo, por su parte, entendía que estas y otras declaraciones no tenían nada en común con lo que Perón había analizado y acordado con ellos. En un télex recibido en la "Quinta 17 de Octubre", el doctor Francisco L. Sánchez Jáuregui, le aconsejaba a Perón algún "gesto, una palabra, porque de lo contrario mucho me temo que la UCR reaccionará y demostrará públicamente a esos dirigentes y como lógica consecuencia el diálogo entre ambas fuerzas...radicalismo y peronismo—quedará interrumpido." La primera reacción de Perón fue reenviar el texto al propio Cámpora.

En esas horas, más exactamente el 16 de abril de 1973, Jorge Antonio le escribió a Perón una carta en clara coincidencia con Sánchez Jáuregui y opina que:

Tras esta inusitada presentación en sociedad, cuarenta y ocho horas más tarde, el 20 de abril durante un acto en el Sindicato del Calzado, Galimberti avanzó unos pasos más. Propuso la constitución de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y la creación de una "milicia de la juventud argentina para la reconstrucción nacional" y, seguidamente, anunció que la Juventud Peronista obrera (JTP), secundaria (UES) y universitaria (JUP) asumiría "una conducción con niveles propios y una conducción también propia". Y para darle mayor firmeza a lo que se estaba afirmando, Abal Medina –que lo acompañaba – adelantó que cuando en la campaña se sostenía que "la sangre derramada no será negociada, quiere decir que el 25 de mayo van a estar todos los compañeros presos en la calle, junto al pueblo".

Frente a la conducta ecléctica de Héctor Cámpora, Perón le envió un télex llamándole la atención sobre el malestar generado por las declaraciones de Galimberti y otros y convocándolo a "mantener el orden" y poner "las cosas en su sitio".

El domingo 22, Galimberti volvió a hablar desde San Juan. Al referirse a las "milicias populares", el lenguaraz señaló que éstas iban a participar en todo el proceso de liberación, "desde el trabajo voluntario hasta el control de la gestión de gobierno". Y en cuanto a si las milicias debían a estar armadas, respondió: "Por ahora francamente no sabemos cuáles van a ser las características del proceso. La mayor o menor violencia que oponga el régimen y la oligarquía a las medidas revolucionarias que va a proponer el gobierno del Frente determinará la mayor o menor violencia con que se verá precisado a responder el pueblo para continuar avanzando en el proceso revolucionario."

El 24 de abril, frente al escándalo desatado por Rodolfo Galimberti, el Presidente electo habló con el periodismo cuando salió del hotel Crillón, tras reunirse con los senadores nacionales electos, y sin rechazarlas dijo: "En la juventud peronista está radicado el dinamismo del Movimiento. Todo es aceptable en la búsqueda de la liberación para romper las cadenas de dependencia. En cuanto a Galimberti no tengo noticias que viaje conmigo a Madrid, pero si piensa hacerlo me sentiré muy cómodo."

Cámpora imaginaba viajar a Madrid el miércoles 25, pero recién lo hizo el jueves 26, porque pensó reencontrarse con el General revestido con todas las plenipotencias de gran parte de la dirigencia política argentina. El día anterior, en el hotel Crillón, Cámpora recibió a los dirigentes de La Hora del Pueblo. La crónica periodística no pudo evitar la pregunta al presidente electo de Manuel Johnson Rawson Paz sobre el exabrupto de Galimberti, y Cámpora intentó acotar las palabras del joven dirigente al decir que "estoy dispuesto a dar seguridades de que ciertos desvaríos y excesos juveniles van a ser sofocados" y aseguró que "la democracia imperará en todos los niveles". Nada de lo que dijo se cumplió. Después, intentó ser amable con el presidente de la Unión Cívica Radical y de su boca salió una frase poco feliz, cuando dijo que era "el vencedor espiritual de los comicios del 11 de marzo" y tras charlar "como viejos amigos" todos se retiraron. Mientras en el Crillón se intentaba dar un ejemplo de convivencia, a pocas cuadras de distancia, los generales con destino en la Capital Federal y Gran Buenos Aires consideraban si era oportuno que "no se entregue el gobierno", según lo comentaba en su tapa La Opinión del 27 de abril.

El paso siguiente de Perón fue dar a conocimiento un documento titulado "Instrucciones del Comando Superior" en el que advierte que nada debe cambiarse en el orden interno partidario hasta el 25 de Mayo y que "nadie" que no sea él "está autorizado para tomar medidas de cambio ya sea en la organización como en la designación de hombres que han de encargarse de la conducción y encuadramiento de las fuerzas peronistas." A continuación señala con especial énfasis que "las intervenciones de personas extrañas al peronismo son inadmisibles". ¿Lo decía por Marcelo Sánchez Sorondo o por los Montoneros, a quienes comenzaba a considerar "infiltrados"?

Hacia el final del documento Perón dice: "No es posible ni aceptable que personas incapacitadas o interesadas en la preeminencia de círculos, puedan malograr lo que tanto nos ha costado alcanzar: la pacificación política y la posibilidad de una cooperación indispensable para el futuro."

El 28 de abril, Abal Medina y Galimberti fueron sometidos en la quinta "17 de Octubre" al escarnio por una suerte de tribunal popular integrado por dirigentes del peronismo, mientras "el viejo de mierda" (agravio con el que lo trataba Montoneros en la intimidad) asentía en silencio. Entre los presentes estaba el sindicalista Alberto Campos, más tarde intendente de San Martín, asesinado por un comando montonero el 17 de diciembre de 1975. Durante la cita madrileña se habló de todo: el desatino de anunciar "milicias populares", la infiltración izquierdista del que era víctima el Movimiento, las designaciones de algunos candidatos perdidosos (caso Santiago del Estero) y la relación con el radicalismo. La sentencia fue inapelable. Rodolfo Galimberti fue expulsado como representante de la juventud y Abal Medina comenzaba a recorrer el camino de su declinación política dentro del peronismo. Leyendo los diarios de la época ya nadie se podía hacer el distraído. Todo lo que salía de la quinta de Puerta de Hierro era condenatorio para "la Tendencia". Perón dejó en claro quién mandaba y dijo que "el futuro era de la juventud pero no el presente (…) Y las 'circunstancias' que rodean el alejamiento de Rodolfo Galimberti son, indudablemente, significativas. Perón ha confirmado, al producirlo, la absoluta autoridad que ejerce sobre el partido. Cámpora será, como Pellegrini o José Evaristo Uriburu, un presidente 'sin' poder partidario y 'con` el apoyo partidario de ese nuevo Roca que es Perón. Al mismo tiempo, las Fuerzas Armadas revalidaron su existencia política en una abierta oposición al "galimbertismo" que precipitó, en buena medida, la decisión de Perón. Tendremos tres poderes: el Poder Ejecutivo de Cámpora, el poder partidario de Perón y el poder militar que renace de sus cenizas", observó Mariano Grondona en La Opinión. Al lúcido profesor sólo le hubiera faltado decir, para ser una obra brillante de anticipación, que los tres poderes se iban a unir en una sola persona en no más de 4 meses.

Perón no estaba de acuerdo con todo lo que salía de las bocas de los dirigentes juveniles de la "Tendencia" (ligada a #Montoneros) y se expresaba con frases cortas y, especialmente, por trascendidos en los diarios. En eso, los "enviados especiales" de los medios destacados en Madrid, oficiaron de traductores de su pensamiento. En la tapa de La Nación del lunes 30 de abril, #Perón y su gente de confianza se encargaron de opinar lo que pensaban sobre todo lo que estaba ocurriendo en Buenos Aires. A través de la agencia italiana ANSA, una fuente anónima adelantó que "la de Rodolfo Galimberti es la primera cabeza que cae en pos de la gran pacificación nacional argentina…otras cabezas van a caer o ya han caído aunque no oficialmente, en clara alusión –comenta el matutino—al joven secretario Juan Manuel Abal Medina, a quien se considera vinculado con el frustrado candidato a senador Marcelo Sánchez Sorondo (nacionalista católico)."

 En la página 10 del mismo diario se cuenta que Perón habría dicho que el anuncio de "milicias populares" era un "gratuito acto de provocación", que había "enturbiado" innecesariamente el clima político argentino, en circunstancias en que Perón propugna un gobierno de "unión nacional". El mismo día que se publicaban los resultados de la "cumbre" de Madrid, el terrorismo va a producir otro asesinato conmocionante. Se concretaba la "Operación Mercurio" y el #ERP-22 asesinaba al contralmirante Hermes Quijada, ex titular del Estado Mayor Conjunto de las FFAA.

#*# Por Juan Bautista Tata Yofre

lunes, 3 de noviembre de 2014

FUE CUBA (Libro) una documentada y polémica mirada de los setenta


Una investigación exhaustiva sobre la infiltración castrista

En el flamante "Fue Cuba", el escritor y ex funcionario menemista Tata Yofre examina los vínculos entre La Habana y los movimientos guerrilleros de los 70. Infobae publica el prólogo del explosivo libro
La escena se llevó a cabo el 16 de marzo de 1976. Faltaba una semana para que cayera en la Argentina el período constitucional que había nacido el 25 de mayo de 1973, tras el estruendoso fracaso del gobierno militar que había depuesto al presidente Arturo Umberto Illia en 1966. Esa noche, la sociedad escuchó atentamente al líder de la oposición fijar su postura ante lo que sostenía la calle que estaba próximo: un nuevo golpe militar. Se prendieron las luces de las cámaras de televisión y Ricardo Balbín comenzó a hablar con su estilo alambicado y poético.

Era un intento vano por frenar lo irreparable, y en un momento se preguntó, nos preguntó: "Ahí está la guerrilla —¿por qué vino y quién la trajo?— poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el continente americano. Nadie se preocupa de eso. Pero para la construcción por la violencia de la Argentina, la guerrilla intensificada en el país pasa las fronteras. Y puede llegar el día en que, sin querer o queriendo, encuentre convulsionado su país, amenazada su República".

Avalando sus palabras, al día siguiente, salía el primer ejemplar del vespertino La Tarde, bajo la dirección del joven Héctor Timerman, con un titulo de tapa a varias columnas: "Argentina hoy: bombas, secuestros y carestía". Días más tarde, el mismo diario título: "Un récord que duele: cada 5 horas asesinan a un argentino."

"La guerrilla" era la cuestión. No toda, pero sí en gran medida la excusa para lo que estaba por venir. "Cuanto peor mejor", sostenía el líder de la organización Montoneros. "A las armas", clamaba un jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo. Todos empujaban al país hacia el vacío. Y las Fuerzas Armadas ya habían tomado la decisión de derrocar al gobierno constitucional unos meses antes.

Parecía difícil imaginar como Balbín ignoraba la génesis de la guerrilla. El fenómeno armado, en América Latina y la Argentina en particular, había comenzado varios años antes. Fue en Cuba cuando los nuevos dueños del poder decidieron exportar su revolución. Que no era una revolución liberadora de las dictaduras existentes, sino marxista-leninista. No son simples suposiciones. En este libro están varios de los documentos inéditos que lo demuestran. Son los que surgen del archivo del antiguo Ministerio del Interior de Checoslovaquia, con mas de 10.000 folios, de los cuales elegí algunos de los mas emblemáticos.

El comienzo de todo este proceso se remonta a tiempos anteriores a la llegada de Fidel Castro al poder, en la primera semana de enero de 1959. Hay un trabajo previo muy bien llevado entre el Kremlin, los comunistas cubanos enrolados en el Partido Socialista Popular y el cuartel del Movimiento 26 de Julio, de Fidel y Raúl Castro con Ernesto Guevara de la Serna. Con el paso de las semanas, una vez asidos al poder, establecieron un gobierno en las sombras que preparó la futura dictadura comunista. Contaban a su favor con el efecto sorpresa y la ignorancia de las capas directivas de la isla.

Esa fue la primera estafa. Luego llego el segundo engaño. Promocionar su movimiento "liberador" en los países de Hispanoamérica, con la ayuda de un gran aparato propagandístico y la complicidad de brillantes intelectuales. Vendedores de mercadería falsa. En mal estado.
En el plano general, la expansión castrista se desarrolló bajo la indolencia de las dirigencias de América Latina y, especialmente, de los Estados Unidos de América. En plena Guerra Fría, en un clima de pachanga, se estacionó un portaviones soviético a 90 millas de sus costas y cuando tomaron conciencia del error ya era tarde. En la Argentina la infiltración fue un éxito. Quizá el mayor logro político del gobierno castrista. Colarse entre las fisuras y los resquebrajamientos de su sociedad, cuya dirigencia no tenía respuestas, en especial, de que hacer con el peronismo después de 1955.

Aunque parezca exótico traerlo a colación, el general Eduardo Lonardi, el mismo jefe que echó a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, les previno a quienes lo sacaban del poder sesenta días más tarde, con la intención de disolver por la fuerza el Movimiento Peronista e intervenir la central sindical, que "sería un procedimiento muy poco hábil, desde el punto de vista democrático, poner al movimiento peronista en la clandestinidad y robustecerlo con la persecución". Pues bien, lo hicieron, y el vasto peronismo, con el tiempo, fue infectado.

Entraron a jugar "los simuladores", como los llamó el jefe del Movimiento, porque en nombre de Perón —a quien despreciaban— intentaron, con diferentes artilugios, terminar con el peronismo. Y años más tarde, en medio del incendio político, social y económico, los que lo echaron lo volvieron a traer para que apagara la hoguera.

América Latina no fue ajena a este fenómeno. También lo sufrió. Ahí están Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Uruguay, entre otros, para atestiguarlo. Como Balbín, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti reconoció que "sin guerrilla no hay una explicación al golpe de Estado de Uruguay".

Como ha sido mi estilo, todo lo que afirmo está respaldado por documentos desconocidos, buscados en Checoslovaquia, la Unión Soviética, Cuba, Alemania Oriental y la Argentina. A ellos se suman archivos particulares de personajes de la época, también inéditos. Eso no es todo: conté para este largo relato con la confianza y la sinceridad de viejos militantes de la izquierda radicalizada. Aquella que prefirió el lenguaje de las armas. En esos encuentros intentamos reconstruir el pasado, hacerlo comprensible, a pesar de las lógicas diferencias con cada uno los entrevistados. Nadie engañó a nadie: hicimos una reconstrucción en común de nuestra historia, de la peor parte que nos tocó vivir.

Muchos observarán que trato la situación interna cubana. El papel de Fidel, en primer lugar. Luego, el Che Guevara con su fracasada formula: guerrilla-revolución-triunfo-socialismo, sembrando de muerte por donde pasaba. En todos lados, lo mismo, sin reparar en los costos. Hablaba de principios morales mientras fusilaba sin desdén. De no intervencion, mientras se colaba donde podía. Llegó a privilegiar una invasión con extranjeros en su propio país. Ahí está, hoy reivindicado con su imagen en la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa de Gobierno. Un mensaje tétrico para las futuras generaciones o una muestra de frivolidad suicida.

Con este libro, cierro una cuestión tratada, parcialmente, en mis anteriores trabajos. Es una deuda de varios años con los lectores: el papel de La Habana en la fratricida guerra argentina y latinoamericana. La que explica como, cuando y quienes la desataron abriendo las puertas a Lucifer. Algunos jefes terroristas dieron a la sociedad la explicación de sus conductas. Los militares también. Falta aun que los hermanos Castro se excusen con todos por tanto daño gratuito. No lo harán. No está en su ánimo. Los tiranos no aceptan errores.

Publicado en el grupo UNION TELEFONICA