La
única lealtad respetable obliga a enfrentar los errores del Gobierno, lo otro
es obsecuencia y esa enfermedad es mortal para la política.
Fue hace mucho y estábamos casi todos los enamorados
de la política siendo absoluta mayoría. Peronistas, radicales, conservadores,
demócratas cristianos, socialistas, desarrollistas, estábamos casi todos,
esencialmente, los convencidos de un futuro sin violencia y con acuerdos. Sin
duda el último esfuerzo recuperable, reivindicable, un Perón que retornaba al
encuentro de la grandeza opositora representada por el jefe radical. Aquel
fue nuestro “pacto de la Moncloa” o, en rigor, la versión más acabada del
intento de ser nación. Tiempos donde la política todavía ocupaba su lugar
de pasión por el destino colectivo, tiempos donde la opción era democracia o
violencia, donde resultaba imprescindible superar la confrontación y lograr una
síntesis superadora. Eran tiempos donde todavía los intereses económicos
capaces de destruirnos tenían su partido militar y la política no había sido
herida por la codicia.
Alfonsín fue el último intento de imponer la
política; luego los gobiernos se dejaron llevar por los intereses particulares.
Al principio no se notaban las diferencias; no mucho después, la pobreza y la
miseria crecieron como fruto maduro de aquella siembra, que lo precedió desde
el 76 y continuó en los noventa, donde la codicia privada se hizo cargo del
destino colectivo. Cristina, en su triunfo, tuvo la opción de apostar a la
grandeza, de llamar a la unidad nacional y ponerse al servicio de la justicia,
de esa justicia que ahora intentan reformar achicando al máximo el espacio de
sus seguidores. Solo los propios fanatizados pueden imaginar viable
ese proyecto que debilita al Gobierno y lo acerca al riesgo de un nuevo
fracaso, que lo lleva a enfrentar el enorme espacio del sentido común. Insisten
en discutir con el pasado olvidando que ellos son parte esencial de ese
pasado. Todo se vuelve trinchera para un gobierno que necesita salir
del aislamiento, ampliar su base de sustentación y no reducirla apostando a
causas perdidas de antemano, como el intento de modificar la justicia.
Por su parte, la
cuarentena se va convirtiendo en una incentivación de la pobreza en una sociedad
debilitada a tal extremo que no sabemos si está asumiendo la prohibición del
gobierno o si esa soledad expresa tan solo la debilidad estructural a la que
quedamos reducidos. En un principio, parecía que habíamos logrado
evitar los efectos de la enfermedad; ahora parece que solo logramos demorarlos.
Y el costo resulta tan desmesurado como la imagen del remero solitario al que
persiguen cual prototipo de transgresor. Una idea de la autoridad, de esa que
los lleva a cuestionar a los medios de comunicación y a soñar con ser
propietarios de muchos que aplaudan hasta sus peores errores. Los medios de comunicación que tanto
denuestan son, a veces, el espejo en el cual no soportan verse, son la crítica
que necesitan los libres y menosprecian los autoritarios,
sin que esto implique, naturalmente, un elogio ciego de todo lo que desde los
medios se difunde y opina. Olvidan que los obsecuentes solo sirven para la
bonanza, son un salvavidas de plomo que suele conducir a un nuevo fracaso.
CFK perdió elecciones con Francisco De
Narváez, con Sergio Massa y con Esteban Bullrich: necesitó de Alberto Fernández
y del desastre de Mauricio Macri para retornar.
Coyunturas favorables que no se repiten fácilmente, como lo advierten las
pitonisas más cotizadas. Si
Alberto Fernández no logra ampliar su alianza con la sociedad o no puede dejar
de ser CFK, habrá derrota, y si la oposición no encuentra a un radical que la
conduzca, el peronismo se ocupará de hacerlo.
Simplemente, vivimos con la cuarentena un complejo error político, con
autopistas repletas de vehículos mientras los humildes, los que no tienen como
aislarse, son los únicos que ven coartada su posibilidad de trabajo por las
limitaciones del transporte público. Necesitamos ser más racionales y más
dialoguistas, dos virtudes que acompañaron al último Perón y nunca supo
ejercitar el kirchnerismo. el peronismo necesita sacarse de encima al kirchnerismo para evitar
que lo arrastre en su derrota y termine por desvirtuar para siempre su digna
historia. La única lealtad respetable
obliga a enfrentar los errores del Gobierno, lo otro es obsecuencia y esa
enfermedad es mortal para la política, que sin rebeldía carece de destino.
*#* Julio Bárbaro -Politólogo y Escritor. Fue
diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer