La estrategia
de Perón para desplazar a Cámpora, una fórmula con Balbín y el infarto que casi
arruina sus planes
La irritación de Juan Domingo Perón con
Héctor J. Cámpora aumentó cuando llegó al país y palpó de primera mano el caos.
Cómo lo desalojó de la Casa Rosada, la idea del caudillo radical como vice y
los problemas de salud que preanunciaron la muerte del líder peronista
Ya lo relatado, en otras
ocasiones, Perón –quien nunca dejó de imaginar que iba a volver a la Casa
Rosada—llegó a decirle a Benito Llambí que no quería hablar más con Cámpora.
Las razones eran varias y, en especial, el caos en que Cámpora había sumergido
al país con su “primavera camporista”, que no era
otra cosa que el asalto del “entrismo montonero” en los estamentos del Estado. Desde que llegó definitivamente a la Argentina,
Perón se vio envuelto en el caos en que habían convertido a su Patria y, desde
el primer minuto inició su ofensiva final para terminar con el estado de cosas.
El 20 de junio de 1973,
cuando aterrizó en la Base Aérea de Morón, el viejo líder palpó la situación.
En ese momento, el entonces comodoro Jesús Orlando Capellini hacía escasos
meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con asiento en
Morón. En esas horas escuchó, de uno de los choferes de los tantos funcionarios
que estaban en la base, que Perón bajaría en Morón. Según me contó en 2010,
sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto y al sobrevolar
la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Perón
y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base y Capellini
entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. El embajador
Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le
expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo
responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a
quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. La visión del
embajador Llambí es coincidente con la de un alto jefe del Ejército (Llamil
Reston, llegó a general de división) que en esos días estaba cerca del teniente
general Raúl Carcagno y escuchó su relato: “Vicente Solano Lima nos llamó a los
tres comandantes para pedir asesoramiento de qué hacer frente a lo que sucedía
en Ezeiza. Todos coincidimos que Perón y su comitiva debían descender en Morón.
Cuando bajó del avión, tras los cortos saludos protocolares, Perón se reunió con
los tres comandantes y nos pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó
en una oficina que tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a
Righi detrás de los cristales me dijo: ‘Sólo
Cámpora pudo nombrar a este pelotudo de Ministro del Interior’”. Carcagno
tampoco la sacó gratis, porque con una gran muestra de malestar, comentó con
sorna: “Haría falta Lanusse.” A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero
UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos. A Perón se lo
vio cansado y preocupado.
El jueves 21 de junio de
En términos similares recordó
ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación,
Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor,
arremetió contra Cámpora. También contó que Perón realizó una muy ácida alusión
a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del
presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos
Corral escuchaba atentamente.
Esa noche del 21, Perón habló
por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano
Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. En
la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones
armadas”, en especial a Montoneros:
“Nosotros somos justicialistas, no hay
rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología”. “Ninguna
simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso
deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a
los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus
intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el
escarmiento.”
El domingo 24 de junio de
1973, inexplicablemente, Cámpora y sus acólitos expresaron en reiteradas
ocasiones que una vez establecido el gobierno constitucional, las
organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de
operar. Lo afirmaban, mientras los cuadros principales de todas las
organizaciones terroristas sostenían lo contrario. Para el gobierno de Héctor
Cámpora, sin violencia de arriba no habría violencia de abajo y se viviría en
un clima de paz. ¿Paz? Regía un gobierno constitucional pero seguían actuando
las organizaciones armadas. Ese domingo 24 de junio, “La Opinión” informaba que
no habían novedades de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John
Thomson, presidente de Firestone Argentina por quien pedían 1.500 millones de
pesos y se pagó 1.000.000 de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario
británico que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron
2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán,
gerente general de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos
armados en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de
papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones
extranjeras.
En esas horas, la historia
comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con
el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en el ámbito del Congreso de la
Nación. La cumbre se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como
devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el
19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las
oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica
Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había opinado
Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara
Baja, Raúl Lastiri.
Al día siguiente, la embajada
de los Estados Unidos de Norteamérica informó a la Secretaría de Estado que se
habían reunido en “privado” y que se discutieron “medios y formas de
cooperación”. Lodge comentó en el punto 4º del cable reservado Nº 4459: “Además
de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del
Movimiento, uno de los temas que más está presionando a Perón, es el de
mantener la cooperación de otros partidos políticos especialmente la UCR. El
hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso, muestra a
las claras que Perón tiene la intención de moverse rápidamente, en lo que hace
a controlar este problema”. Mientras, Tróccoli me dejó constancia escrita: ”Yo
estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón: Los dos hagamos de
copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno para poner en orden al país.”
Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón sobre el
gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y
algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos
Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a
las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que
se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la
Policía que para eso está”. Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad
de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el
gobierno. “Claro, respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las
modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y
entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar:
“No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.
El lunes 25 de junio de 1973,
Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la
reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que
el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. A su vez el ministro Righi
firmaba un comunicado recordando el “máximo cuidado por el cumplimiento de las
disposiciones que prohíben la tenencia de armas y explosivos”. Pocas horas
antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos
el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador
del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en
junio de 1969) y que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar
Bidegain (respaldado por Montoneros).
el martes 26 de junio de 1973
ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes
dolores de pecho. Mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a
bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor
Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de
miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo
Carena. Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28
registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con
éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”. A partir de ese
instante, Pedro Ramón Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a
Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado,
porque estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del
enfermo. Fue testigo de las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio
en los noticieros se observa cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar
Campos, mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso.
Héctor Cámpora permanecía un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al
salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado
muy bien. “Allí intuí -razonó el médico- que Cámpora dejaría pronto su
investidura”.
“Pocos días después del 20 de
junio -relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de
política y diplomacia- recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la
Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente
me visitó, acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como
habíamos combinado”. A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía
a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de
Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones
presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente
de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia.
“De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a
dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de
aquellos elementos adscriptos a la ‘Tendencia’, y por el otro, convocar de
inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”. El
plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente
interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet,
presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria.
Seguidamente, Lastiri le comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la
cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo
en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San
Martín.
El coordinador de los
detalles del “golpe blanco” como queda claro fué José Ber Gelbard, el hombre
fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había cultivado una
importante relación personal. Llambí cuenta en su libro que “en un momento
pidió un paréntesis para ordenar sus ideas”, sin decirlo, le hizo un homenaje a
su esposa porque consultó el ofrecimiento con ella:
Benito: Me han ofrecido
Interior.
Beatriz: ¿Exteriores?
Benito: No, no, Interior. Les
dije que yo no soy para reprimir y me contestaron diciendo que el General me
necesita porque allí debe ir un hombre de diálogo. Beatriz, notó la desazón de
su marido, y recordó un consejo de su padre: “Nunca hay que dejar pasar la
oportunidad”. Después se verá… Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el
ofrecimiento y escuchó la estrategia que desarrolló Gelbard.
El miércoles 4 de julio de
1973, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete, a la que se
sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente Vicente Solano Lima,
donde se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y
el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes
devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno Raúl Lastiri
ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo,
sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron
citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón
recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y
luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: Los asistentes pasaron
al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y
López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano
Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. Luego tomó la palabra
López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a
la mañana a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo
a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio:
“Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al
General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del
general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el
golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta
al anhelo de la gente él presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente.
Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que
pronunció: “Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo
argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que
ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de
vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que
“los ministros sabían ya de qué se trataba porque para eso habían estado en la
reunión del 21 de junio”.
Terminada la sesión en el
comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer
piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio
volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como
desentendido, dijo que “habría que pensarlo”. López Rega exclamo que no había
nada que pensar y que no había que demorar las cosas.
-“¿Y los militares?”,
preguntó Perón.
-“No hay ninguna
preocupación”.
-“Bien”.
Taiana cerró la escena
relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo; Perón se
emocionó y después “lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le
proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos
años. De allí, Perón a la Presidencia”. Las renuncias que salieron publicadas
en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión
de ese día.
La tradicional comida de las
Fuerzas Armadas, para conmemorar el 9 de Julio, no se realizó en el Edificio
Libertador sino en el Teatro San Martín de la avenida Corrientes. Hacía de
anfitrión la Armada, por lo tanto el discurso debía ofrecerlo el almirante
Alberto P. Vago en su calidad de presidente del Centro Naval. Habló Cámpora
–quien discurseó sobre la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas- y se
produjo un cambio de último momento: el Ministro de Defensa, Ángel F. Robledo,
el 6 de julio, a las 16 horas, le comunicó al almirante Vago que debían
suprimirse los párrafos del 1 al 5. “No tengo inconveniente en suprimir el 1º y
abreviar el 4º, pero manteniendo el resto”, anoto Vago en una minuta. Después de
varias discusiones “decido no hablar y como consecuencia no concurrir a la
cena.” El polémico párrafo 5º expresaba: “Las Fuerzas Armadas confían en la
decidida acción del Gobierno Constitucional y de los legítimos poderes del
Estado, para anular la conjura antinacional que se proyecta y planifica en
otras latitudes, y es ejecutada por un minúsculo sector de argentinos,
poseedores de inmensos recursos de desconocido origen, que se mueven y
extienden su prédica con el uso de casi todos los medios de comunicación
masiva, envenenando las mentes del pueblo y sembrando la destrucción y la
muerte entre los que quieren vivir en paz, para construir y trabajar en
libertad.”
El martes 10 de julio de
Carcagno, dada la sinceridad
con la que habló Perón, se atrevió a relatarle “la irritación” que había
motivado Cámpora con algunas partes de su discurso en el Teatro San Martín,
porque resultaba “inútilmente recordatorio de hechos que sólo pueden superarse
con el silencio mutuo”. Perón estaba avisado de ésta situación por boca de
Jorge Osinde y José López Rega. Según dicho medio “le llevaron ‘el dato’ de que
el texto había sido escrito por Esteban Righi, el Dr. Mercante (subsecretario
del Interior), el hijo de Cámpora, Héctor Pedro; el Dr. Enrique Bacigalupo
(luego miembro del Tribunal Supremo de España) y otros miembros del ‘entourage’
presidencial”.
El miércoles 11 de julio de
La noticia de las renuncias
de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los
detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la
Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó en un día porque Clarín
publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires,
Victorio Calabró en las que sostenía que “estando el General Perón en el país
nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”. Luego de las palabras
del vicegobernador bonaerense, Cámpora y sus allegados estimaron que era
preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la
“pandilla” (termino con el que se referían a los que rodeaban a Perón).
El viernes 13 de julio de