Antonio Cafiero era un intérprete fiel del peronismo doctrinario, además de un intelectual de sólida formación. Cálido retrato de un personaje entrañable de la política argentina.
Familiero empedernido, infatigable lector bilingüe, entusiasta narrador de anécdotas de Perón y de Evita, intérprete indisputado del peronismo doctrinario, riguroso trabajador del mundo de las ideas, sobreexigente con él mismo y con los demás, cascarrabias y a la vez dueño de un gran sentido del humor, boquense de estirpe, conversador fluido, romántico incurable, enamorado a perpetuidad de su esposa Ana Goitia, su más grande sostén emocional, que lo dejó 20 años antes por su temprana muerte: más de un año y medio la lloraría todos los fines de semana, en soledad, frente a su tumba. Tanguero, gardeliano y devoto del acordeón de Troilo. Casi un fanático de las óperas de Verdi, cantor vocacional, apenas discreto, de las canzonettas napolitanas. Todo eso fue Antonio Cafiero, cóctel casi irrepetible de político ético, militante de alma, intelectual destacado y divertido muchacho de barrio.
Hubo un Cafiero íntimo, que asomaba cuando se entornaban las puertas de la vida pública, a quien pocos conocieron. Cierta vez, en el Mundial de 1990, se enfrenaron Argentina e Italia, la tierra de sus ancestros. Hizo una promesa si Argentina ganaba y la cumplió: se calzó unos gruesos bigotazos de los tanos de antes, se envolvió en la Bandera argentina y cantó "Torna a Sorrento" y "O sole mío" en italiano, mientras dejaba que lo grabaran en un VHS. Llenaba de papers y encargaba lecturas perentorias a sus colaboradores, pedía libros del exterior, no permitía estar desactualizado en sus lecturas políticas. La tanada traicionaba sus buenos modales, pero sabía pedir perdón. Nunca entendió bien la dinámica de los medios y lo mortificaban las críticas del periodismo, pero se las bancó sin chistar. "No me vengan con los diarios de ahora –decía en los tiempos de auge del papel a sus más íntimos- diarios eran los de la época de Perón: ¡todos decían lo mismo!", desafiaba antes de largar una carcajada, que se congelaría en una sonrisa de porteño pícaro. La política y el peronismo lo van a extrañar. Mucho
** por Osvaldo PEPE