Hace 35 años Jorge Luis Borges llegó a la sala donde se juzgaba a los integrantes de las juntas militares de la dictadura. Escuchó el testimonio de Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico. El horror del escritor. El texto que escribió después. La actitud de los jueces ante su presencia. La impresión ante un festejo navideño de los torturadores
El rostro más serio que de costumbre. El hombre de 85 años con un sobretodo oscuro y pesado sobre su fatigado traje subía con lentitud las escalinatas de Tribunales. Alguien lo sujetaba de un brazo para ayudarlo mientras él apoyaba su bastón en cada escalón. Era Néstor Montenegro, periodista de la revista Gente. Era el 22 de julio de 1985. Jorge Luis Borges asistía a una de las audiencias del Juicio a las Juntas. Sabemos, sin consultar el almanaque que era un lunes, porque así lo registró el escritor en el título del texto que escribió horas después.
Ese día sólo declaro un testigo. Una larga y detallada declaración. Víctor Melchor Basterra, un obrero gráfico que fue secuestrado por un grupo de tareas de la ESMA el 10 de agosto de 1979. Estuvo privado de su libertad hasta agosto de 1984. Basterra en su declaración explicó las fechas. El 3 de diciembre de 1983, una semana antes del regreso democrático fue liberado de la ESMA y enviado a su casa. Pero él se consideraba privado de su libertad hasta agosto del 84 porque hasta esa fecha recibió semanalmente visitas y amenazas de sus captores que todo el tiempo le recordaban que lo estaban controlando.
El interrogatorio lo comandó quien ejercía esa semana la presidencia del tribunal, el Dr. Guillermo Ledesma.
"Dijeron: 'Éste va a la huevera'. Me llevaron a un lugar que se sentía así: muy hermético, muy cerrado. Yo tenía una capucha puesta, entonces me sacaron las esposas y me dijeron que comenzara a desnudarme; mientras me sacaba la ropa, me golpeaban, me golpeaban mucho, me golpeaban y caía contra las paredes. Luego de estar totalmente desnudo, me ataron los tobillos y las muñecas a una cama, y un cablecito a un dedo del pie derecho, y ahí comenzaron a aplicarme lo que ellos llamaban la máquina: la picana eléctrica. Eso era permanentemente, me lo hacían con preguntas y sin preguntas", declaró Basterra.
Desde una de las doscientas butacas disponibles, Borges, entre el público, escuchaba azorado a Basterra. Un hombre simple y claro. Que narraba desapasionadamente su tormento. Se detenía en cada circunstancia, obligado por las preguntas, para narrar su martirio.
"Yo estaba muy entumecido, apenas podía levantar el brazo o mover la pierna. Cuando abro los ojos veo que mi señora estaba sentada delante mío. Vi que también había sido torturada. Había sido golpeada; después ella me dijo que también la habían picaneado. Yo había sentido gritos y también estaba mi, mi niñita, mi... Trajeron a mi hija después y me dijeron que me la iban a poner en el pecho mientras me daban máquina", prosiguió Basterra su declaración que se extendió por muchas horas.
Borges escribió un breve artículo para la Agencia EFE en el que relató su experiencia ese día:
"He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas 'sesiones' cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel".
Un momento particular, un momento que mostraba la extravagante crueldad desde otro punto de vista se dio cuando el testigo relató lo ocurrido la noche previa a una de las navidades que pasó en cautiverio.
"De pronto, el 24 de diciembre a la noche nos bajaron a todos los Capuchas; creo que quedaron nada más la Tía Irene y Juan Carlos Chiaravalle. Nos pusieron frente a una mesa servida con manjares y bebidas y dijeron que íbamos a festejar la Navidad. Yo no entendía nada. Estábamos con grilletes que nos hicieron sacar en uno de los cubículos de la huevera (...) Seríamos 17 personas. El que llevaba adelante la ceremonia era el Capitán D'Imperio. (...) En un momento dado se produjo un silencio grande, como una orden militar, y vino una persona mayor que posteriormente supe que era el director de la ESMA, capitán de navío Supisiche. Se puso frente a nosotros y dijo: 'Señores buenas noches: les deseo una feliz Navidad. Dijo eso y se fue", relato Basterra.
Borges en su artículo escribió sobre esta escena:
"De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal". Por un momento creyó que se había perdido algo de lo dicho esa mañana. No podía entender la lógica de lo actuado por los militares. ¿Para qué secuestrar a alguien cuatro años y torturarlo para luego dejarlo libre?, se preguntaba. Uno de los periodistas presentes le explicó el concepto de "recuperación" según Emilio Massera y la ESMA. La intención de hacer trabajar a esas personas para el proyecto político del ex jefe de la Armada y al mismo tiempo captarlos. "Pero ¿De qué recuperación me habla?", dijo enojado Borges. "No buscaban la recuperación física y mental de nadie ahí".
Su opinión sobre Massera era contundente: "Un asesino, una de las personas más siniestras del país".
Era la primera vez que Borges en su larga vida presenciaba un juicio oral. Sería también la última. La experiencia había sido tan intensa que no deseaba repetirla. Sin embargo en las entrevistas que brindó a la salida de Tribunales afirmó: "Convendría que cada persona asista a este juicio al menos una vez. Es necesario. Pero debo confesar que no pienso volver porque quedé muy impresionado".
Aclaró que no pensaba volver. Que ese rato había sido suficiente para él. Mientras comentaba lo espeluznante del testimonio escuchado, Borges no podía creer que ese no fuera el peor de los testimonios brindados en las audiencias. De hecho, le aseguraron, había otros mucho más graves, muchos más atroces. El viejo escritor no podía ocultar su impresionada sorpresa.
La presencia de Borges en la sala de audiencias no pasó desapercibida para nadie. Hasta llegó a la tapa de los diarios al día siguiente. Fueron muchas las personalidades que presenciaron el Juicio en las diferentes jornadas. Pero el escritor logró una atención que los demás no consiguieron. Invitado por el Fiscal Julio César Strassera fue recibido por decenas de periodistas. Para los jueces tampoco el escritor pasó inadvertido. A pesar de físicamente ser una figura tenue, con su paso lento y encorvado, nadie podía ignorar que Borges, el mayor escritor del país y una de sus figuras más reconocidas, iba a escuchar los testimonios de ese día.
Los jueces a cargo del proceso se valían de unas tiras de papel prolijamente cortadas en las que escribían las preguntas que se les iban ocurriendo en medio de las declaraciones. Esos apuntes se los pasaban con discreción al magistrado que comandaba el interrogatorio (la presidencia rotaba semanalmente) para que fuera una sola voz la que preguntara. Pero el 22 de julio, el día de la presencia de Borges esos papelitos tuvieron una función más literaria. "Carlos Arslanián, con una inteligencia y un ingenio notables, empieza a escribir en el momento (¿cuánto habrá tardado? Cinco, diez minutos). Redacta en un papelito lo que podría ser un cuento de Borges, relacionando lo sucedido con uno de sus cuentos de cuchilleros", contó Jorge Valerga Aráoz uno de los magistrados integrantes de la Cámara Federal que juzgó a los comandantes de las Juntas.
Los jueces luego le hacían leer el breve texto a Arslanián que remedaba a la perfección la voz balbuceante del escritor. Valerga Aráoz le explicó a José Eliaschev en su libro Los Hombres del Juicio que este fue un pasajero momento de distensión dentro de ese mundo tenebroso que estaban investigando.
Luego de las preguntas, detalladas y precisas del tribunal, fue el turno de los abogados defensores que se esforzaban por encontrar fisuras en el testimonio del testigo, pretendían hacerlo caer en contradicciones y generar sospechas sobre sus actividades. El Dr. Ledesma debió intervenir en numerosas ocasiones para que el interrogatorio no se saliera de cauce y, con firmeza y mucha paciencia, negó la pertinencia de muchas preguntas improcedentes de las defensas.
A Borges hubo otro aspecto que le llamó la atención. La contradicción entre lo que hicieron los militares cuando ostentaban el poder y la actitud que tomaban cuando eran los acusados. Esa creencia súbita en el ordenamiento jurídico y en sus garantías lo maravillaba.
"Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer".
Borges, antes del inicio de la audiencia, se había reunido con el fiscal Strassera. Le preguntó sobre una posible condena. No quería que lo crímenes quedaran impunes. "No condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice", escribió después.
Montenegro, el periodista que lo acompañó durante las tres horas que Borges estuvo en la sala, contó que el escritor no habló en todo ese tiempo. Escuchó con atención y con el gesto cada vez más tenso y triste el testimonio de Basterra. En esas tres horas Borges sólo pudo emitir dos palabras: "Qué Horror".
A la salida, otra vez las escalinatas, ahora en descenso. Y otra vez los periodistas. Borges evidentemente conmovido y triste dijo: "Tengo la sensación de que he asistido a una de las cosas más horrendas de mi vida. Espero que la sentencia sea ejemplar. Siento que he salido del infierno". Y luego aseveró: "Este hecho no puede, no va a quedar impune".
Matías Bauso.INFOBAE.