El 9 de noviembre de 1989, a pico y pala, empezaron a caer los ladrillos que separaron familias y amores en una de las capitales culturales más intensas de Europa. Qué cambió desde entonces.
Lo llamaron "El Muro de la vergüenza". Y lo fue. También fue un símbolo de la Guerra Fría, que ni fue guerra ni fue fría, y otro símbolo de la Alemania derrotada y deshecha después de la Segunda Guerra. Se levantó el 13 de agosto de 1961 en la que había sido la capital del Reich de Adolf Hitler, que iba a durar mil años, y durante los siguientes veintiocho años y tres meses el Muro de Berlín dividió a un país ya dividido entre comunismo y capitalismo, la occidental República Federal de Alemania, y la oriental República Democrática de Alemania.
El Muro separó familias, clausuró amores y anuló amistades, abrió una amplia brecha cultural en una de las capitales de más intensa cultura de Europa, condenó al comunismo duro al millón y medio de habitantes que quedaron del lado Este de la ciudad, impuso dos estilos de vida, alimentó los intentos de fuga al Oeste más disparatados, muchos terminaron enfangados en los alambres de púas de las barricadas y en la puntería certera de los vopos, la policía militarizada del sector Oriental. El Muro hizo de Berlín una prenda todavía más apetecida de aquel mundo en guerra larvada, y un escenario pintado para el espionaje internacional, con el intercambio de agentes que transcurría en el puente Glienicke, sobre el río Havel. Entretanto, los berlineses lo soportaron todo sin perder las esperanzas en la reunificación alemana. A muchos se les fue la vida en la espera.
Cuando el Muro cayó, hace treinta años, lo hizo con menos pena y más gloria que las que coronaron su alzamiento. Cayó porque caía el comunismo en la URSS, porque Europa miraba con otros ojos a su propio ombligo, y porque la pared otrora imponente en 1989 ya era un andrajo anacrónico que solo recordaba los horrores del totalitarismo soviético.
¿Cómo fue posible el Muro de Berlín? Primero, por Berlín misma. Alemania había quedado dividida en dos después de la Segunda Guerra. Berlín era una isla en medio de la Alemania Oriental. Y estaba a su vez, como Alemania, estaba dividida en dos: un sector Occidental, bajo dominio de Estados Unidos, Inglaterra, Francia y en parte Canadá, y el sector Oriental, bajo dominio de la URSS. Berlín siguió siendo la capital del país comunista, mientras la Alemania capitalista había trasladado su capital a Bonn. Para proveer a Berlín y a los berlineses del Oeste de alimentos y combustible, los aliados tenían que pasar por territorio bajo dominio comunista: un equilibrio volátil garantizado apenas por los acuerdos de posguerra. a presencia en la antigua capital del Reich de todas las fuerzas que habían derrotado a Hitler simbolizaba esa victoria y aseguraba un control sobre la ciudad que, se decía entonces y hoy, era y es la llave de Europa. El entonces Primer Ministro de la URSS, Nikita Khruschev, usaba una metáfora más soviética: "Berlín son los testículos de Occidente. Cuando quiero que Occidente grite, aprieto a Berlín". Esa es la segunda razón del nacimiento del Muro.
La tercera razón fue la economía. Desde el final de la guerra y el surgimiento de las dos Alemania, más de cuatro millones de personas habían pasado del Este al Oeste, entre ellos 3.371 médicos (uno de cada cinco del Este), 16.724 maestros y 17.082 ingenieros y técnicos. En cifras proporcionales, el éxodo de Berlín Este al Oeste era similar. El ingreso per cápita de los berlineses del Oeste era más del doble que en el Este. Los berlineses del Este que trabajaban en el Oeste cobraban salarios muchos más altos que sus pares del sector Oriental. Los alimentos eran mucho más baratos en el Este, por lo que los occidentales compraban a precio de ganga en el sector soviético. Esa especulación, que irritaba a Moscú y enfurecía a Khruschev, provocó una tremenda escasez de alimentos, excepto papas, en Berlín Este.
Al borde de la guerra nuclear
Los berlineses del Este habían huido en masa entre 1948 y 1953 en dos ocasiones: cuando Stalin ordenó el bloqueo de Berlín, contrarrestado por un puente aéreo americano que en once meses despachó 277.728 vuelos con 2.343.301 toneladas de alimentos y combustible y, el segundo gran éxodo, en 1953, después de que una protesta obrera fuese ahogada por tropas y tanques soviéticos. Tarde o temprano, la URSS iba a tener que detener esa hemorragia de hombres y dinero en Berlín. Khruschev quiso hacerlo a su manera. Y desató la cuarta razón que parió al Muro.
En la cumbre que sostuvo con Kennedy en Viena, en junio de 1961, Khruschev amenazó con firmar un acuerdo de paz con Alemania del Este que iba a asegurar, prometió, la libertad de todos los berlineses. Se suponía que el acuerdo debía incluir la retirada de Berlín de las tropas aliadas. Si Kennedy se negaba a firmar ese compromiso, como en efecto hizo, Khruschev prometió firmar la paz unilateral y dejar sin efecto los acuerdos que permitían el libre acceso aliado a Berlín Oeste, lo que abría las puertas a un enfrentamiento nuclear entre Estados Unidos y la URSS. "Podemos destruirnos el uno al otro", dijo Kennedy. "Estoy de acuerdo –dijo Khruschev–. Si ustedes quieren guerra, es problema de ustedes". "Entonces, señor primer ministro, –cerró Kennedy– habrá guerra. Será un largo invierno".
Fue la única vez que se vieron en sus vidas. Cuando Kennedy regresó a Washington, preguntó al Pentágono cuántos muertos estadounidenses calculaban las fuerzas armadas que depararía un enfrentamiento nuclear con la URSS. Le contestaron: 70 millones, casi la mitad del país. Kennedy supo entonces que no habría guerra y el Muro sumó ladrillos. En las dos semanas que siguieron a la cumbre de Viena, veinte mil berlineses huyeron del Este al Oeste, casi todos varones, jóvenes profesionales, la mitad, menor a 25 años. Huyeron a través de las noventa calles, rutas y líneas férreas que por entonces permitían el paso de una Berlín a otra.
Entre tanto, en Estados Unidos, seguían los cálculos para la guerra. Las fuerzas aliadas de ocupación tenían municiones para 18 días, sin necesidad de reabastecerse; comida para 180 días, medicamentos para 210, combustible para 300 días y los berlineses del Oeste, 2,3 millones de alemanes, tenían carbón y combustible para un año, medicinas para seis meses y alimentos para un año que incluían 3244 toneladas de pickles enlatados, 82 toneladas de comida para bebés y 143 toneladas de forraje para los animales del zoológico. Todo, por si el invierno de 1961 resultaba muy largo.
Sin embargo, Kennedy recibió un informe secreto que le aconsejaba prudencia. Aquel documento decía que la postura frente a Khruschev no dejaba margen para otra cosa que no fuese la guerra nuclear. Y advertía: "En esencia, el plan actual requiere tirar con todo lo que tenemos y en un solo disparo. Y eso hace muy difícil cualquier otro recurso que hable de flexibilidad". El informe llevaba la firma de un profesor de Harvard de 37 años y consejero de la Casa Blanca llamado Henry Kissinger, un alemán que había peleado en la guerra como sargento del ejército.
Cimientos del Muro Dos meses después de Viena, Khruschev, presionado a su vez por la línea dura del Kremlin que lo juzgaba débil para enfrentar a Occidente, e incapaz, junto con el líder alemán del Este, Walter Ulbricht, de convencer a sus berlineses de los beneficios del comunismo, diseñó, preparó y plantó la semilla del Muro de Berlín. En la madrugada del domingo 13 de agosto de 1961 un vallado de madera y enjambres de alambres de púas se extendieron a lo largo de los 44 kilómetros de una nueva frontera, hasta entonces invisible, que separaban a las dos Berlín. Otra frontera de 115 kilómetros, aislaba a Berlín, por el Oeste, del resto de Alemania Oriental. A último momento se filtraron al otro lado centenares de berlineses del Este que tomaron por asalto la estación Friedrichstrasse, o cruzaron a la carrera, con lo puesto, algunas valijas y el perro, por la Bernauerstrasse. Los jóvenes que habían ido a pasar la noche en los boliches del Oeste, un desviacionismo burgués según el comunismo, se despertaron con lo puesto y para siempre del otro lado del muro flamante.
El Muro, la mejor propaganda anticomunista
Maderas y alambres de púas no eran un yerro logístico de Khruschev: era cautela, preveía una marcha atrás, una retirada discreta si Occidente desataba una ofensiva contra su decisión de dividir Berlín. Pero Estados Unidos, la Francia de Charles de Gaulle y la Gran Bretaña de Harold MacMillan callaron, tal vez para no provocar a Khruschev o al Kremlin. En septiembre, el Muro se hizo de piedra. "Alemania del Este nos ha hecho un favor", dijo Foy Kohler, asistente para Asuntos Europeos del Departamento de Estado americano que dirigía Dean Rusk. No estaba muy equivocado: el Muro fue una usina de propaganda anticomunista durante tres décadas para Estados Unidos.
No hubo guerra. Berlín siguió siendo la presa codiciada. Un año después del Muro, durante la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, Kennedy tuvo la certeza de que esos misiles que apuntaban a Washington eran una provocación de Khruschev para apoderarse de Berlín. "Quiere Berlín –dijo el presidente a sus consejeros–; si ponemos la mano en Cuba, Khruschev va a tomar Berlín". Tampoco pasó. Los berlineses del Oeste empezaron a vivir una nueva vida, con la impronta política y económica de Occidente. Los del Este empezaron a obsesionarse en escapar. Muchos lo intentaron desde los edificios de la Bernauerstrasse, lindante con el Muro: se arrojaban al vacío, hacia Berlín Oeste, donde los esperaban las redes tendidas de los bomberos. Muchos no daban en el blanco. Con los años, toda la zona de edificios pegada al Muro fue demolida por el Este, hasta dejar una amplia "tierra de nadie", cubierta por alambradas de púas y corredores con guardias armados.
La guerra fría en código de letras
Hubo tres puntos de control que recibieron nombres en código para liberarlos de la fonética alemana: el puesto Alfa, de Helmstedt, el Bravo, de Dreilinden y, el más famoso, el Checkpoint Charlie, el retén de la Friedrichstrasse. Cerca de 5000 berlineses del Este lograron fugar a Berlín Occidental, entre ellos el guardia Conrad Schumann, inmortalizado en una foto que lo muestra volando sobre los alambres de púas mientras se quita el fusil del hombro. Otros 57 berlineses lo hicieron en octubre de 1964, a través de un túnel; 192 personas murieron baleadas por los guardias del Este, entre ellas Peter Fetcher, un albañil de 18 años al que dejaron morir desangrado al pie del Muro y a la vista de todo el lado occidental, en agosto de 1962. La leyenda, y las probabilidades, dicen que Libre, la canción que el español Nino Bravo hizo célebre, está inspirada en la muerte del chico Fetcher. En la actualidad, el sitio de muchas muertes puntuales es conmemorado por toda Berlín en placas de bronces.
Berlín del Este imitó en muchos aspectos el estado totalitario soviético: falta de libertades individuales y políticas, una obsesión permanente por controlar la vida de los berlineses, todos sospechosos. Un mundo opresivo donde hacía y deshacía la Stasi, la policía secreta, que llegó a ser la más numerosa del mundo en relación con la población, y que fiscalizaba además las vidas privadas. El lado más rico en cultura de Berlín –por empezar, la isla de los grandes museos, en el río Spree, que quedó en el Este- entró en decadencia.
El arte y la literatura fueron controlados por el poder central, con la censura en el corazón del sistema de supervivencia del régimen. Los líderes de la RDA, Walter Ulbricht y Eric Honecker, proclamaron siempre su convicción de que nada podía entorpecer "el progreso del socialismo", mucho menos quienes exigían libertades fundamentales, acusados de "agentes del imperialismo". "Tenemos un solo objetivo –proclamaba Honecker–; hacer todo por el bien del hombre, por la felicidad del pueblo, por los intereses de clase y de todos los trabajadores. Ese es el sentido del socialismo".
A inicios de los años 70, Willy Brandt, ex alcalde de Berlín y un histórico Canciller de la RFA, emprendió junto con Honecker cierta política de aproximación. Querían suavizar un poco los rigurosos controles fronterizos de Berlín. El comunista Honecker aceptó otorgar permisos de viaje para la "población improductiva", la gente de la tercera edad, pero a cambio del reconocimiento de la RDA como un estado soberano y la extradición de sus ciudadanos residentes en la RFA, los que habían huido de Berlín Este. El acercamiento fue un fracaso. Muro y fronteras quedaron en manos de la RDA, que esgrimía una excusa de lo más simpática e hipócrita para justificarlo todo: se trataba de "muros de protección antifascista contra la inmigración, la infiltración, el espionaje, el contrabando, las ventas y demás agresiones occidentales". La Alemania comunista glorificó la ocupación de Stalin e hizo de la derrota una buena noticia por décadas.
Tecnologías para dividir El Muro crecieron y se perfeccionaron. En 1975 era de hormigón armado, medía 3,6 metros de alto y constaba de 45.000 secciones independientes de 1,5 metros de largo. Le costó más de 16 millones de marcos a la Alemania Oriental. Toda la frontera berlinesa estaba protegida por una valla de tela metálica, cables de alarma, trincheras para evitar el paso de vehículos, la simbólica cerca de alambres de púas, más de 300 torres de vigilancia y treinta búnkeres.
Solo que en cierto momento, en los años 80, la señal televisiva ZDF de Alemania Federal empezó a sintonizarse en todos los livings de la Berlín comunista… El Muro cayó en noviembre de 1989. En paralelo con el proceso de apertura en la URSS, iniciado por Mikhail Gorbachov, y coronado por los nuevos conceptos de glasnost y perestroika (transparencia y apertura política, y reestructuración, en especial en la economía), la vieja URSS empezó a crujir. Gorbachov había llegado a la secretaría general del PC cuatro años antes, Occidente lo miraba con simpatía, la inflexible Margaret Thatcher lo invitó a Londres para conocerlo en persona, Ronald Reagan empezó a hablar con él sobre desarme. Sobre esa ola se montó Reagan el 12 de junio de 1987 para exigirle a Gorbachov que tirara abajo el Muro de Berlín, en aquel célebre discurso de espaldas a la Puerta de Brandeburgo. Enfermo y cuestionado, Honecker llegó a celebrar los 40 años de la RDA pero renunció como su mandamás el 18 de octubre de 1989. Las presiones de toda Europa Oriental estallaron ese mismo día. Lo sucedió Egon Krenz. Hungría, la rebelde de los años 50, dio el primer paso: el PC húngaro se había disuelto el 7 de octubre para abrirse a políticas más democráticas y a una economía de libre mercado y, de inmediato, fue demolida la cerca de alambres de púas que separaba a Hungría de Austria. Ese acto fue el primer mazazo. Los germano orientales podían ahora viajar a Hungría, como siempre, pasar a Austria, como nunca, y desde allí ingresar a Alemania Occidental.
Krenz dispuso entonces nuevas normativas para que los berlineses del Este pudieran visitar Berlín Occidental por cualquier punto fronterizo y sin los requisitos burocráticos que existían y que trataban de impedir cualquiera de esos viajes. El 9 de noviembre le encargó dar la noticia a un buen comunista, el portavoz Günter Schabowski, que había nacido en Pomerania, era periodista, licenciado por la Universidad Karl Marx de Leipzig, la ciudad donde pocos meses antes habían comenzado unas tímidas reuniones de disidentes.
El comunicado no hablaba del Muro sino de "puestos fronterizos". Pero cuando Schabowski leyó el documento a los periodistas, el italiano Riccardo Ehrman, que como todos pensaba qué iría a pasar con el Muro, preguntó cuándo empezaba a regir la nueva reglamentación. Schabowski, que no había leído que el comunicado hablaba de "mañana", dijo: "Hasta donde sé… será efectivo de inmediato, sin demoras…" Otro periodista entonces quiso saber en qué quedaba el Muro y Schabowski, sin instrucciones, no supo qué decir. Fue una respuesta.
Esa noche los berlineses colmaron los dos retenes fronterizos para pasar a Berlín Occidental; los guardias del Muro tampoco pudieron detener a una oleada humana que se abalanzó sobre el cemento armado con picos y martillos. El Muro empezó a caer. Los alemanes cantaron a Beethoven, Mstislav Rostropovich y su violonchelo revivieron al pie del Muro las suites de Bach: cuatro cuerdas contra el cemento. Alemania se reunificó un año después, bajo la guía del canciller H.Kohl.
El muro está en la cabeza
Otra frontera, otro muro invisible divide, que no separa, a las dos Alemanias. Y Berlín no es la excepción, ya no. El lado occidental, como antes, es más rico que el oriental. El oriental es más nacionalista que el occidental. Hay más inmigrantes en el lado occidental y en el oriental consideran un tragedia la inmigración. Los occidentales controlan todavía muchos puestos de poder en el Este: ocho de cada diez jueces y fiscales del Este crecieron y se educaron en el Oeste.
Ninguna de las más importantes compañías alemanas que cotizan en bolsa tiene su casa matriz en el Este, donde el discurso político gira hacia el nacionalismo y es fuerte el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). Los profesores, jueces, médicos, ingenieros, técnicos que en 1961 huían en masa a Occidente fueron llevados a los estados del Este alemán para reemplazar a una generación que había crecido y se había educado inmersa en el comunismo.
El muro invisible dice que el desempleo en el Este alemán es del 19 por ciento mientras que en el Oeste no supera el 10 por ciento. Los salarios son un poco más bajo en el Este: 1700 euros contra 2300 por el mismo trabajo. Desde 1989 todos los alemanes pagan un porcentaje de su salario destinado a un fondo de reconstrucción de Alemania Oriental. Fue más alto del que se destina hoy, el 5,5 por ciento de cada salario. Se calcula que entre 75 y 80 mil millones de euros anuales se destinan en subsidios para el Este alemán, lo que representa el4 por ciento del PBI del parte occidental de Alemania, pero es el 40 por ciento del PBI de la parte oriental, según cifras del Instituto de Investigaciones Económicas de Alemania.
Los expertos sostienen que todavía existen tres grupos bien diferenciados de alemanes del sector oriental que se sienten atraídos por el comunismo: los ancianos, que crecieron y vivieron en el antiguo bloque soviético, los empleados acomodados del antiguo régimen que perdieron sus privilegios con la caída del Muro y los jóvenes desempleados y marginales, que se sienten avasallados por el capitalismo.
"El Oeste se apoderó del Este", dicen quienes integran el movimiento antinmigrante Pegida, sigla de "Europeos Patrióticos Contra la Islamización de Occidente", vinculado de alguna forma a Alternativa para Alemania. Manifiestan todos los lunes en Dresden, capital de Sajonia, la ciudad que fue destruida por los bombarderos aliados pocos meses antes del final de la Segunda Guerra. Los manifestantes de Pegida son casi todos hombres y casi todos, mayores de 50 años. Son los que crecieron cuando el Muro era flamante