Por regla general solemos dar por supuesto que el Día
Internacional de la
Mujer Trabajadora, o Día
Internacional de la Mujer,
es un invento del siglo XX. Sin embargo, observando la historia antigua podemos
encontrarnos con la sorpresa de que el pasado siglo no fue el de la invención
de los derechos de la mujer sino, en ocasiones, de la recuperación de los
mismos.
En la antigua Sumeria las mujeres tenían una
serie de derechos que no recuperarían hasta siglos más tarde. Por ejemplo, se
les permitía estudiar (si podían pagarse las clases, claro) y, sobre todo,
podían vivir de su trabajo, ya que no sólo se les permitía ejercer oficios de
todo tipo, sino que lo que ganaban era de su propiedad. Conocemos numerosos
casos de mujeres trabajadoras y muchas tablillas con contratos comerciales
aparecen con firmas femeninas. Las reinas y princesas de las primeras dinastías
disponían de sus propias oficinas personales, con sus escribas particulares, al
margen de sus maridos (los escribas constan como “servidores” de ellas, y no de ellos). Desde esas oficinas
dirigían negocios en los que su esposo no metía baza, salvo para beneficiarse
por estar casados con ellas. Algunas de estas mujeres hicieron rico al cónyuge,
como el caso de las reinas Tashlultum, esposa de Sargón de
Akkad (primer monarca acadio) y Tutasharlibish, esposa de
Sharkalisharri (quinto monarca acadio), que comerciaban con grano y piedra de
construcción, respectivamente.
Fuera del marco de la realeza nos topamos con casos como el de Ashag,
esposa de un alto sacerdote del Templo de Ur, que se enriqueció vendiendo
trigo; o el de Ninkhula, esposa de un gobernador
de Umma en la III
Dinastía de Ur, que comerciaba con pieles, grano, oro y
perfume. Incluso, descubrimos curiosos casos de “multinacionales” de la época, como la que compartían la ya
citada Ninkhula y la consorte real Nimkalla,
que tenía delegaciones comerciales en toda la ruta comercial desde la frontera
sur en Lagash hasta la norte en Mari (lo que hoy sería el territorio entre la
frontera de Iraq-Irán, junto al Golfo Pérsico, y la zona limítrofe entre Siria
y el sur de Turquía).
Entre la gente humilde, las mujeres
realizaban toda clase de actividades comerciales y practicaban oficios que
durante siglos se considerarían “masculinos”,
como la carpintería o el tallado de estatuas. Curiosamente, en la cultura
sumeria determinadas labores se consideraban muy “femeninas”, aunque los hombres no estuvieran excluidos de
las mismas, como la de herborista (los farmacéuticos de la época), la de
perfumista o la de masajista. Debe advertirse que los masajistas de esos
tiempos estaban muy cercanos a la medicina, por el uso que hacían de aceites
esenciales. Y en este campo de la salud podemos destacar en la III Dinastía de Ur aKubatum, Zamena y Ummeda,
todas ellas doctoras. También era algo muy popular que las mujeres de clase
baja poseyeran tabernas, a veces dando salida al vino que ellas mismas
producían en tierras pertenecientes a su dote matrimonial.
A modo de resumen, se puede señalar que
conocemos dos tablillas donde se indica la existencia de 13.000 mujeres
trabajadoras en la ciudad de Ur durante la II Dinastía de Ur y de
7.000 mujeres trabajadoras en la ciudad de Lagash en la III Dinastía de Ur. Y
es en este marco de trabajo femenino, en el que encontramos un primer caso de
celebración en honor de las mujeres trabajadoras. Al fallecer Gemen-Ninlila,
que era consorte del rey Shulgi, segundo rey de la III Dinastía de Ur,
éste decreta, en honor de la fallecida, siete días de descanso laboral para las mujeres
trabajadoras del reino. Tras la muerte de otra consorte,Eanisha, vuelve a decretar otros
siete días de asueto. Ambas consortes habían sido empresarias de éxito (y le
habían reportado una buena cantidad de beneficios).
Así pues, cuando celebréis el Día
Internacional de la
Mujer Trabajadora, ya sabéis en honor de quién hay que
brindar con unas cervecitas.