El 17 de octubre la cúpula de CGT respalda a un Presidente que termina su primer año de “gestión” con quinientos mil empleos registrados menos, cien mil empresas cerradas, paritarias congeladas, catorce por ciento de desempleo, dos millones de nuevos pobres, ochocientos mil contagiados y veintiún mil muertos con covid.
La central obrera,
que hizo silencio frente al severo perjuicio sufrido por los trabajadores
dependientes e independientes, ahora difama
la memoria justicialista respaldando a un Gobierno que estimula el pobrismo y
descree del mérito, siendo que el peronismo siempre estimuló el esfuerzo,
empezando por aquellos criollos, inmigrantes y campesinos mal pagos, sin oficio
ni calificación, para que se capaciten y conviertan en trabajadores
registrados, sindicalizados y bien remunerados.
Fue Perón el que otorgó
derechos reales a los trabajadores que se esforzaban: salario vital, aguinaldo,
vacaciones, turismo y salud. En cambio, el “albertismo” al que se apoya,
sostiene que el problema es la desigualdad y prefiere nivelar hacia abajo y
empobrecer a todos por igual.¿Quién le dijo al Presidente y a la CGT
que los trabajadores queremos ser iguales? Es una tiranía pretender que todos
seamos análogos. Quitarle a los ricos para darle a los pobres no es peronismo,
mucho menos sindicalismo. No se
enriquece a los pobres empobreciendo a los ricos.
El trabajador quiere ganar
más, comprarse casa, auto e irse de vacaciones; quiere diferenciarse, no que
todos sean igualmente pobres. El trabajador quiere trabajo registrado, no
subsidio; quiere dignidad no limosna. No se ayuda a la gente haciendo por ella
lo que ella debe hacer por sí misma. El desafío no es igualar trabajadores a la
fuerza sino aumentarles las oportunidades laborales, con una mirada ascendente,
no descendente.
Pero esta CGT, conducida casi
exclusivamente por sindicatos corporativos (Gordos), parece haber olvidado los
principios peronistas, y hoy está dedicada a sostener un modelo en que “los
trabajadores hacen que trabajan y los empleadores hacen que pagan”, porque
negocia con las corporaciones empresarias salarios bajos, insuficientes para
vivir, por lo que los empleados deben buscar otros medios de vida.
El gremialismo se aburguesó y
en lugar de mantener la libertad otorgada (y enseñada) por Perón, que era
militar por formación pero liberal por concepción, los dirigentes actuales
frenan la evolución, restringen la libertad, olvidan la democracia, impiden las
nuevas organizaciones y retrasan las modernas actividades.
La cúpula sindical actual es conservadora y subsidia a
funcionarios para acrecentar su poder y frenar la creación de nuevas
organizaciones sindicales, contradiciendo el artículo 14 bis de la Constitución
que establece que la “organización sindical debe ser libre y democrática,
reconocida por la simple inscripción en un registro especial”.
Los “Gordos” obstaculizan el
desarrollo de nuevas tareas como el “teletrabajo” y el “reparto”, que por
definición son nuevas actividades que necesitan sindicatos específicos, y las
convierten en meras nuevas “modalidades” laborales para engordar, aún más, las
obesas arcas de sindicatos creados hace más de ochenta años, cuando estas
nuevas actividades ni siquiera estaban pensadas.
La burguesía dirigencial
defiende un “modelo” sindical que convalida, por ejemplo, que los policías
monotributen -y mueran en funciones- sin una asociación gremial que los
proteja, a pesar de que el Ministerio de Trabajo tiene a la firma la
inscripción de los Sindicatos SIPOBA y SINPOPE, pero la Corte Suprema de
Justicia se opone, o que los enfermeros sigan precarizados e ignorados en su
condición de profesionales universitarios porque FATSA se niega a que los
Sindicatos SITRE y SUPDE obtengan su personería gremial.
La Cartera Laboral tiene más de mil expedientes de
inscripción o personería frenados por presión de los jeques sindicales. En lugar de permitir que el sindicalismo crezca y
multiplique la fuerza de los trabajadores con nuevas asociaciones, el viejo
sindicalismo sostiene, equivocadamente, que eso dividirá su potencia y ejerce
prácticas antisindicales que debilitan y alejan a los trabajadores de su
sindicato y de un empleo digno.
En el sindicalismo hay muchos peronistas pero poco
peronismo. Mucho sindicalista se dice
peronista, pero no lo es si se roba afiliados que no representa o llama a un
ministro para que le niegue la personería a un nuevo gremio. Los anarquistas le
pidieron a Perón por el status quo, pero el ex presidente rompió con esa
inercia de como estaban hechas las cosas.
Durante el primer gobierno de
Perón se crearon numerosos sindicatos y, sin embargo, mucho sindicalista que se
dice peronista se opone a esa libertad sindical al afirmar que el unicato es el
“modelo sindical argentino”. Pero eso es
falso, porque la legislación contempla tres tipos de sindicatos: de actividad,
de profesión y de empresa, y todos son necesarios. Los números contradicen
a los defensores del unicato sindical, ya que hay seis millones de trabajadores
no registrados.
El “modelo” sindical
argentino promueve olas de denuncias ante la OIT, porque los sindicatos
corporativos restringen la libertad de los pequeños sindicatos independientes;
por eso debe liberarse la creación de nuevas organizaciones, para que nazca un
sindicalismo sano, con Estatutos actualizados. Si el Estado no limita la
apertura y cierre de asociaciones empresarias, no corresponde que lo haga con
los gremios.
El peronismo está desvirtuado
por dirigentes con ansias de poder que se suben para conseguir algún cargo,
pero ser
peronista es bajar la pobreza, no administrarla, es aumentar la producción y empleo formal,
principalmente en el sector privado (por ejemplo, gas, minería, tecnología y
farmacología), no promover un subsidio para cada problema.
Es claro que las mejoras
laborales se debieron a los sindicatos, pero el conservadurismo sindical impide
la renovación dirigencial y el crecimiento del mercado laboral que permitirá
registrar y sindicalizar a nuevos trabajadores. Si el peronismo creó los
derechos laborales en Argentina, es el que hoy debe actualizarlos.
Necesitamos una enmienda
laboral que reconozca nuevas actividades y una política sindical que autorice
nuevos sindicatos, chicos y bien fiscalizados, que puedan negociar salarios con
las pequeñas empresas y cámaras generadoras de nuevos empleos, que también
están excluidas de las corporaciones empresarias. El desafío de estos nuevos
empresarios y sindicalistas es crear y mantener empleos genuinos.
Hay que avanzar hacia un nuevo sindicalismo, moderno y
flaco. Hay sindicatos con cientos de miles de afiliados que terminan entregando
los derechos en vez de protegerlos.
Un sindicato con menos de cincuenta mil afiliados es manejable y permite
representar mejor los intereses diferenciados de sus trabajadores, con menor corrupción porque tiene menos
caja.
También hay que abrir los
convenios laborales para actualizar las regulaciones y discutir nuevos
beneficios. Los convenios cerrados son una barrera para la registración laboral
y protegen a muy pocos trabajadores.
Los sindicalistas debemos
convencer a nuestros representados que la mejor forma de defender el trabajo es
yendo a trabajar, no quedarse en casa esperando el sueldo, como hizo durante la
cuarentena el setenta por ciento de los trabajadores estatales, dejando sin
atención esencial al resto, que sí pusimos el cuerpo a la pandemia. Hace falta
un neosindicalismo que le sume responsabilidades a los derechos laborales.
A 90 años del nacimiento de
la Confederación General de Trabajo, debemos promover una reingeniería sindical
y recrear al primer peronismo, el auténtico. Una CGT conducida por gremios Gordos no
sirve, porque solo beneficia a la cúpula que, paradójicamente, menos necesita,
y porque entrega derechos sindicales a cambio de caja para las obras sociales, y los argentinos necesitamos ambos: trabajo y salud.
Es probable que algunos
compañeros se enojen cuando lean estas líneas, o que reciba otra amenaza de
muerte del secretario general de CGT, Héctor Daer, pero no me preocupa mi vida,
sino la posibilidad de que gane un “Bolsonaro”, con votos suficientes para
matar a todo el movimiento obrero. Estamos a tiempo de limpiar, curar y fortalecer a
nuestro gremialismo.
Los políticos dicen que
quieren un nuevo sindicalismo, pero no se atreven a cambiarlo. Mauricio Macri
pregonaba una reforma laboral, pero terminó acordando con los mismos Gordos que
criticaba en campaña, y Alberto Fernández llegó diciendo que los trabajadores
seríamos parte de su gobierno pero convalidó reducciones salariales y de
aguinaldo y se aferró a una agenda global que dejará más gente en la calle. A
pesar de su sobreactuación y de la “prohibición de despidos”, ni los amparos
judiciales frenaron el tsunami de desempleo.
Me parece desleal con los trabajadores rescatar a un
Presidente cuyo plan es reducir el trabajo registrado, el valor del salario y
el peso del sindicalismo, y aumentar los niveles de pobreza, la pérdida de
libertades, y la rentabilidad de las organizaciones sociales.
***El autor es doctor en Farmacia y Bioquímica-UBA, secretario general del Sindicato de Farmacéuticos y Bioquímicos – SAFYB, Confederación General del Trabajo