También fue el inicio del antiperonismo, una grieta que continúa hasta hoy. El misterioso rol de Evita y el primer discurso de Perón como líder político.
Fue el día en el que nació el
peronismo. Y el día en que nació el antiperonismo. Y la grieta. La antigua
grieta argentina que marcó a generaciones enteras, que forjó de alguna forma al
país de hoy y que de tanto en tanto reaparece, con regular intensidad, con caprichosos
desenlaces, con melancólico fatalismo.
Hace 75 años, el 17 de
octubre de 1945, una gigantesca movilización popular exigió, y obtuvo, la
liberación del coronel Juan Perón, que había sido vicepresidente, ministro de
Guerra de una Argentina neutral durante la guerra mundial, y secretario de
Trabajo y Previsión de la dictadura militar instaurada el 4 de junio de 1943.
La gigantesca marcha obrera
que desafió kilómetros, barreras policiales, ausencia de transportes; que
sorteó el Riachuelo, en bote o a nado cuando los puentes que unían la Capital
con Buenos Aires se alzaron para impedirles el paso; aquel mar de gente llegaba
desde los barrios más humildes del sur, desde las lejanas Berisso y Ensenada de
los frigoríficos, desde los talleres de la zona industrial de Avellaneda,
Lanús, Quilmes o La Matanza e incluso desde los talleres metalúrgicos y
madereros del sur de la Capital, y representaba una nueva clase social, nacida
en los años 30, aquellos de la Argentina opulenta, conservadora y despótica,
que disfrazaba su autoritarismo con definiciones rimbombantes como la del
fraude patriótico.
La multitud que el 17 de
octubre entró en la Capital y en la historia, sólo tenía un eslogan: “Queremos
a Perón”. El tambaleante poder militar, que días antes había encarcelado al
coronel, lo convocó para que apagara el imprevisto incendio social. En la alta
noche de aquel largo día, Perón habló desde el balcón de la Casa Rosada a la
multitud reunida en la Plaza de Mayo. Eran las once y diez. Lo escuchaban entre
doscientas y trescientas mil personas, una cifra tremenda en aquella Argentina
escasa de habitantes; una cifra que la leyenda, y el propio Perón, aumentó
luego hasta el improbable “millón de personas”.
Fue su primer balcón y acaso
el único de sus discursos que no empezó con su legendario “Compañeros”: dijo
“Trabajadores”. Fue un discurso emotivo en el que lanzó su candidatura
política, consciente de que el gobierno llamaría a elecciones en seis meses;
anunció que dejaba el Ejército, del que nunca se fue; creó una comunión
definitiva con los trabajadores, castigó con dureza a la oposición y llamó a la
sensatez y a la calma. Una receta que lo llevaría a regir los destinos del país
por casi tres décadas, hasta su muerte en 1974.
“Esta es la verdadera fiesta
de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas
para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar a
sus auténticos derechos. Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores.
Siempre he sentido una enorme satisfacción, pero desde hoy sentiré un verdadero
orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el
renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede
hacer grande e inmortal a la Patria. (…) Hace dos años pedí confianza. Muchas
veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y de
noche habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este
pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta
oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa, estrechar
profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (…)
Ha llegado ahora el momento del consejo.
El mapa cuenta los hitos que
ocurrieron el 17 de octubre de 1945. Puede recorrerse de forma interactiva y
una lupa que sigue los movimientos por el mapa, muestra una composición de
fotografías aéreas de la Ciudad de Buenos Aires en 1940, para poner en contexto
urbano los hechos de esa época.
Trabajadores: únanse; sean hoy
más hermanos que nunca. (…) Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa
en movimiento a todos los díscolos y descontentos para que, juntos con nosotros
se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes. (…)
Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el
país. (…) Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento ya no
existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que
retornen tranquilos a su trabajo”.
Pero no hubo calma. Tras el
discurso de Perón, un grupo de jóvenes nacionalistas atacó la sede del diario
“Crítica”, en el 1333 de la Avenida de Mayo. “Crítica” había sido enemiga del
coronel: “Perón ya no constituye un peligro para el país”, había titulado días
antes, cuando el Ejército lo había destituido y enviado preso a Martín García.
El diario fue atacado con piedras y los manifestantes fueron baleados desde la
terraza. Allí murió Darwin Passaponti, un chico de la Unión Nacionalista de
Estudiantes Secundarios, conocido hoy como “el primer mártir del peronismo”. En
la grieta no escasean los mártires. Trece días antes, otro chico universitario,
Aarón Salmún Feijoó, que cursaba el ingreso a Química en la UBA, había sido
asesinado de un balazo en la boca por “un tipo de la patota que Perón tenía en
Trabajo y Previsión”, reveló hace veinte años su hermano Tito a La Nación. El
estudiante protestaba por el cierre de la Universidad decretado por la
dictadura de Farrell.
El 17 de octubre de 1945
empezó en realidad en 1943. Con la balanza de la guerra inclinada hacia los
Aliados, el Ejército, nacionalista y de espíritu prusiano, que había mirado con
más que simpatía a las fuerzas del Eje, temió que el gobierno conservador del
presidente Ramón Castillo abandonara la neutralidad y se uniera a los
vencedores, decisión que la propia dictadura tomó con su tardía declaración de
guerra a Alemania, el 27 de marzo de 1945.
El complot que terminó con la
presidencia de Castillo estuvo liderado por una logia secreta del Ejército, el
GOU, nacida como “Grupo Obra de Unificación”, que tenía como objetivo convertir
al Ejército en custodio de la República y que tuvo entre sus fundadores al
coronel Perón y a su par, Domingo Mercante, que sería un fiel colaborador y
gobernó Buenos Aires antes de caer en desgracia con el peronismo en 1952. Es la
logia del GOU, que en algún momento pasó a ser Grupo de Oficiales Unidos, la
que digita aquella danza de generales que, en menos de dos años, llevaría a la
presidencia a Arturo Rawson, Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell, y en
Fue en Trabajo y Previsión
donde Perón se hizo fuerte y desde donde impulsó la sanción de leyes laborales,
el aguinaldo, el Estatuto del Peón de Campo, y mejoró las ya existentes,
mejoras que hasta entonces sólo habían sido un proyecto de legisladores del
socialismo en su mayor parte. Fue el embrión del masivo apoyo popular que
recibiría Perón en octubre de 1945 y las bases del sindicalismo de Estado que
iba a instaurar como presidente en 1946, modelo que había visto funcionar en la
Italia de Mussolini en 1939.
Cuando el poder militar juzgó
excesivos el influjo de Perón, y sus ambiciones, lo obligó a renunciar el 9
octubre, una imposición del general Eduardo Ávalos, jefe de la poderosa
guarnición de Campo de Mayo. Al día siguiente, en un ensayo general de lo que
sucedería una semana después, Perón se despidió de sus seguidores en un acto
frente a Trabajo y Previsión: fue una jugada clave, tramada en su departamento
de la calle Posadas, junto con algunos dirigentes sindicales, entre ellos Luis
Gay, que fundaría luego el Partido Laborista, estructura política que sostuvo
la candidatura de Perón en 1946.
¿Qué dijo Perón en aquel
acto? “Deseo manifestar, una vez más, la firmeza de mi fe en una democracia
perfecta. Dentro de esa fe democrática, fijamos nuestra posición incorruptible
e indomable frente a lo oligarquía. Pensamos que los trabajadores deben confiar
en sí mismos. No se vence con la violencia, se vence con inteligencia y
organización”.
La oposición a Perón
respondió con un acto masivo frente al Círculo Militar, en Plaza San Martín.
Era una oposición con mala estrella: apoyada por el embajador de Estados Unidos
en Buenos Aires, Spruille Braden, integrada por socialistas, comunistas,
radicales, conservadores, jóvenes universitarios, que representaban, a
sabiendas o no, el otro lado de la grieta perfecta. El del 12 de octubre fue un
acto caótico. La multitud, que veía en aquel gobierno los brotes fascistas que
habían quebrado a Europa, exigió frente al Círculo Militar que la dictadura
entregara el gobierno a la Corte. Lo que hizo el presidente Farrell fue ordenar
la detención de Perón. Al día siguiente, en la cañonera “Independencia”, el
coronel fue encerrado en la isla Martín García.
El 14 de octubre, en su
prisión isleña, Perón escribe dos cartas. Una al general Ávalos en la que le
exige ser juzgado o liberado. La otra carta está dirigida a Eva Duarte: “Mi
tesoro adorado (…) Hoy sé cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos".
(…) Hoy he escrito a Farrell
pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salgo nos casamos y nos iremos a
cualquier parte a vivir tranquilos. (…) De casa me trasladaron a Martín García
y aquí estoy no sé por qué y sin que me hayan dicho nada. ¿Qué me decís de
Farrell y de Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida. (…) Te
encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan
tranquilo y nos vamos al Chubut los dos (…)”
El 15 de octubre, la FOTIA
(Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar) declara una “huelga
revolucionaria por tiempo indeterminado en todos los ingenios”. En Berisso, los
trabajadores de la Carne, movilizados por Cipriano Reyes, recorren las calles
al grito de “Viva Perón y la Secretaría de Trabajo”. El diario “La Época”
afirma que los trabajadores de todo el país exigen la libertad de Perón. Ya
está en marcha el 17 de octubre. El Partido Comunista niega estar a favor de
una huelga lanzada por “elementos nazis”. El Partido Socialista denuncia que se
intenta confundir la opinión de los trabajadores y crear “perturbación y
anarquía”. La CGT, en cambio, en un documento que no menciona a Perón y “en
defensa de las conquistas sociales obtenidas y las por obtener, y considerando
que éstas se hallan en peligro ante la toma del poder por las fuerzas del
capital y la oligarquía, declara un paro general en todo el país por 24 horas
para el jueves 18 de octubre”.
En la tarde del 15 de
octubre, el capitán médico Miguel Ángel Mazza, que atiende a Perón desde hace
años y lo ha visitado en Martín García, entrega un informe a Farrell: es
imprescindible, afirma, trasladar al preso a un centro hospitalario para
hacerle exámenes clínicos. El gobierno huele trampa. Envía el
Una hora después, en Brasil y
Paseo Colón, la policía dispersa una de las primeras manifestaciones obreras
que intentaba llegar a la Plaza de Mayo. Una hora después, disuelven otra en
Paseo Colón e Independencia. A las nueve y media hay casi diez mil personas
frente al puente levadizo Prilidiano Pueyrredón, el de la calle Vieytes, que
tiene sus dos hojas de hierro alzadas por la Policía: el acceso a la Capital
está cortado.
Vienen de todas partes, pero
en especial del sur, de Avellaneda, de Lanús, de Quilmes, de Varela,
encolumnados por la Avenida Mitre. Eso no es nada con el otro sur, el de
Berisso y Ensenada que, a las ocho de la mañana, se vuelcan enteras a las
calles, avanzan hacia La Plata, silban y apedrean al pasar frente a la
Universidad, improvisan un acto frente a Gobierno, hasta que se largan, ellos
también, hacia Plaza de Mayo. Allí hay furia, hay algunas armas también, están
guiados por Cipriano Reyes, que terminará defenestrado por el peronismo. El
relato de aquellas horas, narrados con la pericia de un novelista y la fibra de
un testigo, quedó escrito, como mucha de la información de esta nota, en “El
La Policía decide no disolver
más marchas, no levantar más puentes. En un mundo sin celulares, sin Internet,
sin mensajería, sin satélites; en un país de picapiedras, las noticias, los
enlaces, la comunicación entre los manifestantes corre como el aire. Con la
música facilonga de “La mar estaba serena”, cantan “Perón no es un comunista /
Perón no es un dictador / Perón es hijo del pueblo / Y el pueblo está con
Perón”.
Al mediodía hay cerca de diez
mil personas en la Plaza de Mayo. Algunos aliviarán luego el fuego de la
caminata con el recurso más a mano y efectivo que encuentran: ponen los pies en
remojo en las fuentes. No es verdad que aquella escena haya provocado la frase
que habló de un “aluvión zoológico”, para insultar a los manifestantes. La
frase sí existió, fue dicha por el diputado radical Ernesto Sammartino pero en
agosto de 1947 y para despreciar al flamante bloque de diputados obreros del
oficialismo. Sammartino fue expulsado de la Cámara y debió exiliarse en
Montevideo.
Si bien la Policía levantó
los puentes del Riachuelo para evitar el paso de las columnas que venían de
Provincia, muchos lo cruzaron nadando o en balsa.
Mientras los caminantes se
refrescan en las fuentes, una pequeña delegación de ferroviarios pasa el cerco
del Hospital Militar para ver a Perón. Lo ven. Mientras almuerza en la
habitación que le cedieron, la del capellán, dice, pícaro y cauteloso: “Dicen
que estoy en libertad, pero no me dejan salir”. El Gobierno, ciego y sordo, lee
mal la movilización popular. El general Ávalos cree que una vez que la gente
sepa que el coronel Perón está bien, volverá a sus casas. Y asunto terminado.
La ciudad y el Gran Buenos
Aires están paralizados, las fábricas vacías, el caudal de gente desborda la
Plaza de Mayo; cerca de las cinco de la tarde llegan las columnas de Berisso y
Ensenada, es un miércoles caluroso, pesado, sin viento; una amenaza leve de
lluvia desata un canto desafiante: “Aunque caiga el chaparrón / todos, todos
con Perón”; las nuevas columnas son recibidas con otros cantos: “Los que
quieran a Perón / que se vengan al montón”.
La casa de Gobierno es un
sainete, un corre ve y dile entre la Rosada y el Hospital Militar. Hasta que ya
entrada la noche, el general Ávalos se entrevista con Perón en el Hospital
Militar. Qué se dijeron es aún un secreto. Ávalos regresa a la Rosada y habla
por teléfono con Campo de Mayo: informa que Perón va a hablar esa misma noche
desde los balcones de la Casa de Gobierno.
Hugo Gambini, autor de una
historia crítica del peronismo, la ubica en Junín, al rescate de sus papeles de
identidad y en vistas al futuro casamiento con Perón. En los años 90, el
intendente de Lanús, Manuel Quindimil, que tenía en su despacho un santuario
dedicado a Eva Perón, dijo a un periodista de este diario que Eva había pasado
por Lanús para impulsar a los obreros a que marcharan hacia la Capital. Otelo
Borroni y Roberto Vacca, autores en 1970 de una biografía sobre Eva Perón que
sólo supo de un primer tomo, la ubican la noche del 16 al 17, junto a su
hermano Juan Duarte y en el auto del abogado Román Subiza estacionado en la
vereda de los impares de la Avenida Luis María Campos, a la espera de la
llegada de Perón al Hospital Militar. Eva Duarte sí había agitado a un sector
del sindicalismo para que exigieran la inmediata libertad de Perón. Borroni y
Vacca también revelaron hace medio siglo que, a la hora de salir del Hospital
Militar rumbo a casa de Gobierno, y de la historia, el coronel dudó, o titubeó,
o decidió esperar mientras se paseaba nervioso y en pijama por la habitación.
Eva entonces, fuera de sí, le gritó: “¡Vestíte, cagón!” .
Impulsado por el exabrupto de
su mujer, se casaron cinco días después, el 22 de octubre, en Junín. O incitado
por un llamado telefónico de Farrell, o acaso convencido de que su hora había
llegado, Perón llegó a la Casa de Gobierno cerca de las nueve y media de la
noche. Quince minutos después estaba reunido con el Presidente.
Lo que sigue, lo dictó Perón
en 1971 y en Madrid. La memoria del general era generosa y tendía a la
recreación, pero es la pervivió a aquel encuentro. Contó Perón que Farrell le
preguntó qué debía hacer el Gobierno. Y Perón le dijo que debían llamar a
elecciones, Farrell aceptó de inmediato y las prometió en tres meses. Algo le
dijeron sobre el armado de los padrones y, narró Perón, Farrell sentenció:
“Bueno, en seis meses”. Sellaron el acuerdo de honor con un apretón de manos y
Perón, con dudosa ingenuidad, dijo: “Bueno, general, yo me voy. Hasta mañana”.
Y Farrell: “¡No, no! ¡Espere! ¡Salga a hablar a esa gente, que nos van a quemar
la Casa de Gobierno!”.
El último paso de comedia de
aquel gobierno tuvo como escenario el balcón de la Rosada. Farrell y Perón
salieron juntos y debieron abrazarse al grito de la multitud: “Farrell y Perón
/ un solo corazón”. También debió saludar el coronel Mercante “Con Perón y con
Mercante / la Argentina va adelante” y hasta el circunspecto Hortensio Quijano,
que en 1946 sería vicepresidente de Perón, se pegó un baño de popularidad:
“Perón encontró un hermano / Hortensio Jota Quijano”.
Por fin, a las once y diez de
la noche, Perón se decidió a hablar. En 1971 admitió que no sabía muy bien qué
decir a aquella marea humana que lo vivaba, que pidió entonces que cantaran el
Himno Nacional para ganar tiempo y ordenar un poco sus ideas. Después, se
plantó frente al micrófono, respiró hondo y lanzó su: “¡Trabajadores!” Así fue
cómo se terminó una Argentina. Y empezó otra.