domingo, 5 de julio de 2020

Alberto Fernández y los problemas del progresismo / Por Julio Bárbaro




“El hábito de la desesperanza es peor que la desesperanza misma”, Albert Camus, La Peste.
La imperiosa necesidad de confiar en quienes nos gobiernan nos enfrenta a los sucesivos responsables, tan dueños de sus propios deseos como ignorantes de los nuestros.
El gobierno fue votado como peronista; sin embargo, en su desarrollo pareciera asumir un lugar opuesto a dicho pensamiento. Son aislados los casos de quienes por historia y formación reivindican las ideas de Perón; en contraposición, quienes expresan un marxismo superado se imaginan a sí mismos como la modernización del peronismo. Y en esa concepción se termina imponiendo el autoritarismo en contra de la democracia, y en alguna medida, lo conspirativo termina ocupando la esencial transparencia que la política exige.
Mientras Perón decía que la política exterior era la verdadera política, desde su arribo al gobierno, el Presidente insiste en una mirada ideologizada en su relación con el mundo. Primero, fue la invocación al Grupo de Puebla, integrado por ex gobernantes de distinto pasado; algunos, merecedores de respeto y otros, distantes de semejante honor. La idea de un pasado digno de ser recordado resulta insuficiente, cuando lo que importa es la democracia. Lo del presidente de México es harina de otro costal. Los mexicanos tienen su historia política propia poco asimilable con la nuestra. La política exterior del peronismo y, en rigor, toda expresión seria se instala respetando las decisiones de los pueblos. El ejemplo de la Unión Europea es más que claro: a nadie se le ocurre inmiscuirse en las elecciones de los otros miembros, mucho menos cuando no se logró instalar un rumbo exitoso en la realidad propia. El peronismo logró un equilibrado balance entre democracia y necesidades sociales. La democracia occidental sigue siendo el espacio en el que pretendemos habitar, más allá de las negociaciones económicas con aquellas naciones que practican el autoritarismo y cuyo crecimiento ignora el valor de las libertades.
Alberto Fernández intenta imponer una supuesta ideología por sobre el valor de la democracia. Cuando habla de “cambiar el mundo”, la frase suena pretenciosa, más aún cuando no ha logrado todavía instalar una acertada política nacional. Hasta el presente, no obstante, la política exterior posee mayor definición que la interior; entre un gabinete carente de brillo y una economía carente de propuestas, el Gobierno tendrá serias dificultades para tener éxito en las elecciones del año próximo.
El kirchnerismo, que hoy integra el Frente de Todos, siempre expresó diferencias con el peronismo. En lo esencial, se manifiesta en la pretendida política de “derechos humanos” que intenta instalar la memoria de la guerrilla por sobre la construcción de Perón y la obra de los trabajadores. La idea maniquea de imponer la imagen oscura de López Rega contra el heroísmo de los desaparecidos poco y nada tiene que ver con la realidad. Ese presunto “progresismo” generó muchos problemas en el peronismo que, con grandeza, supo cobijarlo en su momento. Esa relación termina, como es sabido, con el asesinato de Rucci.
Hubiera sido de esperar que Cristina Kirchner y Alberto Fernández volvieran para convocar a la unidad nacional, respetar los gobiernos de los países hermanos y la doctrina, asumiendo que solo detrás de ese recuerdo es posible gobernar con éxito y, en consecuencia, ganar elecciones. Si hubieran convocado a la grandeza, habrían podido encarar la resolución de las necesidades urgentes de nuestro pueblo e ingresar en la historia a partir tan solo de una autocrítica ejecutada en los hechos. Puede resultar inocente esperar eso de quienes no admiten sus propios errores, tanto como imaginar que tienen plena conciencia de las necesidades sociales. El diálogo entre el Presidente y Lula, por ejemplo, significó una afrenta para varios países hermanos y el retorno a un ideologismo universitario que hace décadas se dio por superado en el mundo.
El kirchnerismo fue derrotado tres veces, y el camino actual puede augurarles una cuarta derrota. El peronismo, con sus gobernadores y sindicalistas, necesita tomar conciencia de ese riesgo para impedir que el fracaso arrastre a sus propias estructuras. Supuse que el Gobierno convocaría a aliados para ampliar su propio consenso, pero compruebo asombrado que solo se ocupa de fanatizar su espacio con agresiones inconducentes. Ese camino no les sirve a las urgencias de la sociedad y ni siquiera a las pretensiones del gobierno, pero parecería que nadie se quiere dar por enterado.

Buenos Aires 05 julio 2020

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