martes, 13 de marzo de 2018

Un paseo por las entrañas del edificio de la CGT


Una de las primeras medidas tomadas tras el golpe de 1976 fue la intervención de la Confederación General del Trabajo (CGT). Los militares ingresaron a la sede de Azopardo 802, ya entonces consolidada como la casa de los trabajadores sindicalizados y peronistas, para destituir a sus autoridades, sustraer documentos y quemar libros "sospechosos" en el estacionamiento.
No era la primera intervención de la CGT -una por cada golpe de Estado-, pero entonces ocurrió un hecho singular. La incursión de la comitiva en verde oliva y botas negras se adentró en el auditorio Felipe Vallese y se detuvo frente al mural que el artista Miguel Petrone había pintado en 1949 en homenaje a la consagración de los derechos del trabajador. No fue el hombre-pulpo que representa el capital y la lucha determinada de los obreros contra ese mutante lo que fastidió a los generales, sino una efeméride inscripta debajo de la sigla CGT, pintada con caracteres gordos dorados, en perspectiva y con un pequeño mensaje en letritas negras debajo: "24 de febrero de 1947, triunfa la justicia social". "Compren látex blanco y borren esto, ya", ordenaron.
En la compleja historia del movimiento sindical hay algo que nunca se puso en duda: el poder que encierra sentarse en el despacho de esta mítica sede.En la compleja historia del movimiento sindical hay algo que nunca se puso en duda: el poder que encierra sentarse en el despacho de esta mítica sede. Fuente: Brando - Crédito: Claudio Larrea
"Eso quedó tapado con brocha gorda durante años y cuando nos pusimos a restaurarla nos dimos cuenta de que estaba un poco chingada la perspectiva, las letras, pero al fin y al cabo quedó bien, como una herida de guerra, una muestra de lo que intentaron borrar los militares. No tocaron ninguna otra cosa del edificio, mirá qué simbólico", dice Daniel Santoro, un referente a la hora de hablar de arte, sobre todo peronista, y autor de la serie mural que ahora acompaña la obra de Petrone en el mismo auditorio: una suerte de vía crucis del peronismo dividido en cuatro actos en los que se rescatan el origen, los sueños, los logros, pero también tragedias, contradicciones y carencias de un movimiento tan heterogéneo como complejo.
El devenir de la sede Azopardo, desde su propio origen, está intrínsecamente enlazado con el peronismo, en un derrotero que ha incluido alianzas y traiciones, robos y esperas, sueños aletargados de una prosperidad obrera que siempre se dilata y queda un poquito más allá. Inaugurado como casa matriz cegetista el 18 de octubre de 1950, el edificio había sido expropiado y donado a los trabajadores por la Fundación Eva Perón, cuya sede principal se estaba construyendo enfrente (hoy, es la monumental Facultad de Ingeniería de la UBA). Seis meses antes, los sindicalistas habían sellado su adscripción al peronismo proclamándose como defensores de la "revolución justicialista" durante un congreso extraordinario. "Evita establecía los vínculos y las mediaciones entre Perón y los trabajadores. La Fundación se financiaba con aportes de los sindicatos, que finalmente terminan proponiendo, con la conducción de José Espejo, a Eva para acompañar a Perón en las elecciones del 51", explica Santiago Regolo, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón.
En la relación entre Evita y el edificio no hay metáforas: aparece a cada paso en Azopardo. Como busto, cuadro, foto, pintura, mosaico, así sucesivamente.
El poder de la piedra
El edificio se convirtió en el centro del poder sindical y también en eje de las disputas internas del movimiento obrero, que hasta entonces había boyado por diversos domicilios, siempre dependiendo de quién manejara los hilos de la conducción: un inmueble propio aunque provisorio en México 2875, comandado por los ferroviarios; en México 2070, excasa del Partido Socialista y sede de la Unión Obrera Molinera; y a partir de 1933, en el edificio de la Unión Ferroviaria, sobre avenida Independencia al 2880. Azopardo fue el final de un largo peregrinaje, el asiento definitivo de la casa sindical.
"Quien ocupe el edificio marca la agenda del sindicalismo, es como que otorga la legitimidad de la conducción", ensaya Regolo. Como toda la arquitectura atribuida a la etapa peronista, tiene un estilo racionalista, aunque tardío, con toques art déco. En rigor, es un engendro: dos edificios unidos (uno que ya existía como depósito industrial y otro nuevo adosado) en una mélange que bien podría funcionar como una metáfora adecuada a la historia del sindicalismo argentino, signado por las rupturas, idas y venidas, el auge y la decadencia, pero sobre todo, diverso. "Jorge Sabaté, el arquitecto, hizo lo que pudo, y dentro de todo no quedó tan mal", evalúa Santoro. Las desproporciones son evidentes: un ingreso fastuoso con una escalinata que termina en una serie de bustos y puertas-ventana, muy cercanas a los ascensores, donde no hay espacio. Hacia la derecha, la recepción: bancos de madera, algunos diarios gremiales repartidos en mesitas ratonas y la bonhomía cegetista del café y la espera. Y un auditorio para 300 personas. sin lobby.
En el segundo piso, la capilla ardiente: paredes empapeladas con rayas blancas y negras, imágenes de Eva Perón, dos banderas (una argentina, otra justicialista) y un escritorio donde antes hubo un ataúd. De todo lo sacro y obreramente eclesiástico del edificio, este lugar es el más significativo: carga con el peso energético de haber albergado durante tres años el cuerpo de Evita. Luego de su muerte, el 26 de julio de 1952, tras nueve días de funeral y, cómo no, una intensa interna en el peronismo sobre el destino de los restos, la CGT ganó la pulseada y Evita se quedó en Azopardo. "La conducción entendía que esa era su voluntad: descansar entre los trabajadores. Históricamente, demuestra la importancia y el agradecimiento de la CGT con la dirigente que les había dado una casa", reseña Regolo. El 22 de noviembre de 1955, pocos días después del golpe que había derrocado a Perón, el cuerpo de Evita fue robado en uno de los hechos más espectacularmente macabros de la historia argentina: el teniente coronel Carlos de Moori Koenig entró a la fuerza junto a un pequeño comando rompiendo cuanto busto hubiera de Perón y Evita; forzaron la entrada a la capilla ardiente y se llevaron el ataúd.
Otra de las primeras incursiones militares en Azopardo se dirigió directamente a la importante biblioteca ubicada en el tercer piso, al final de un pasillo que recorre los despachos de todas las secretarías, incluida la general. Se disponían a cumplir el decreto 4161: la proscripción del peronismo. Los trabajadores también perdieron la titularidad del edificio, que pasó a quedar en manos del Estado, una situación que resolvería casi 20 años después a través de un decreto María Estela Martínez de Perón, quien le cedió definitivamente el inmueble a la CGT.
"Se ha perdido muchísima documentación, hay cosas de este lugar que no se saben porque todo lo que decían Perón o Evita se lo llevaban, lo rompían o lo quemaban", cuenta Julio Pirrera Quiroga, secretario privado de la CGT, sentado detrás de un pesado escritorio.
Acá todo es grueso, cedro y caoba, ceniceros y vidrio, muchachos de camisa abierta y mocasines traqueteados. De fondo, suena el retumbe de un televisor sintonizado en Crónica. "Son tan cuadrados los milicos que dejaron toda la literatura que hay del movimiento obrero de izquierda", ríe Quiroga y señala ejemplares en cuyos lomos dice Marx, revolución, Lenin. Hasta esta biblioteca, prolijamente ordenada por temas y en orden alfabético, con una imponente mesa de estudio que parte al medio la sala, vienen investigadores de todo el mundo: hay ejemplares de periódicos gremiales de principios del siglo XX que parecen desintegrarse con cada pasada. Los libros descansan en estantes protegidos por vidrio y llave, iluminados por ventanales de hierro amplios, por donde entra una luz matizada por los plátanos de la calle.
Quiroga, autor de varios libros y exsecretario del histórico dirigente Saúl Ubaldini, amplio conocedor del mundillo que lo envuelve, repasa la historia a los saltos por entre los pasillos de la casa que habita. Va hasta una punta de su oficina, busca papeles, se asoma hasta el umbral de la puerta para pedir ayuda con algunos datos. Hay eco de hospital antiguo. "Es cierto que el que se sienta acá manda, pero más o menos, a veces no tanto, viste cómo es", gambetea, antes de adentrarse en lo que sobrevino a la proscripción del peronismo y el exilio de su líder durante 18 años: una titánica interna por copar el poder y la influencia del movimiento. Azopardo comenzaría siendo un espacio de resistencia, que emanaba planes de lucha para frenar el avance de los militares, para luego, bajo la conducción del metalúrgico Augusto Timoteo Vandor y su intento de un "peronismo sin Perón", teñirse de tragedia y muerte. "Podría decirse que desde entonces el sindicalismo no dejó de dividirse entre los colaboracionistas con el gobierno de turno, sean militares o gobiernos democráticos, y un perfil más clasista y combativo", explica Regolo. La marca de origen de esa tendencia fue la creación de la CGT de los argentinos, que estableció su sede en el gremio de los trabajadores gráficos encabezados por Raimundo Ongaro.
Las divisiones se profundizaban en la medida en que el peronismo fluctuaba en su oscilante péndulo ideológico, muchas veces basado en el acceso directo al poder y también por las órdenes contradictorias que dictaba su líder asentado en España. Había un común denominador: todos reclamaban el cetro del poder, Azopardo, santuario de un supuesto peronismo puro, anterior a las peleas y degradaciones que lo acechaban. Después del último golpe militar, el perfil colaboracionista encarnado por Jorge Triaca (padre) contuvo la sede, mientras Ubaldini creó la CGT-Brasil, desde donde encararon una histórica movilización contra el gobierno de facto, el 22 de julio de 1981. Más acá en el tiempo, cuando el menemismo se hizo del gobierno, la cosa se dio vuelta: la conducción crítica se mantuvo en Azopardo, mientras que el colaboracionismo, con Luis Barrionuevo como figura central, creaba la CGT-San Martín.
"Se vio incluso hasta hace poco cuando Hugo Moyano se alejó del kirchnerismo y Antonio Caló, de la Unión Obrera Metalúrgica, creó una CGT más cercana al entonces gobierno. Ambos querían estar en Azopardo, aunque Moyano no lo entregó", amplía Regolo. Fue justamente durante el gobierno de Néstor Kirchner, en septiembre de 2007, que el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional. Un hecho más que vincula a la CGT como parte del imaginario de construcción política del peronismo.
Sacar la historia a la luz
Todo este halo de oscurantismo plebeyo que inunda la sede y la reticencia a abrir las puertas al público en general, aun con tanta historia a cuestas, fue lo que atrajo al fotógrafo Claudio Larrea: seis meses de negociaciones le llevó obtener una autorización para registrar el lugar. "Es como entrar en la catedral de los trabajadores", dice Larrea, autor de las fotografías que acompañan este artículo y de obra que repasa el legado del peronismo. La metáfora no es casual: "Digo catedral porque ahí están los bustos cual apóstoles, silencio e inmovilidad. No hay preguntas, solo creencia y mandamientos", agrega.
Larrea también quería plasmar el contraste entre la decadencia edilicia, al menos en sus fachadas, y la prosperidad de Puerto Madero, que crece detrás de la sede de los trabajadores. Una historia que había comenzado con ímpetu renovador y triunfante, una oda a esa frase tan reñida de la marcha peronista ("combatiendo al capital"), y que se fue marchitando entre paredes despintadas, mobiliarios crujientes y pesadumbre dirigencial. "Me da la sensación de que muchos dirigentes ya viven en Puerto Madero y se olvidaron de Azopardo", dice, con sarcasmo, Larrea.
Es la casa de los padres, desde donde alguna vez se fueron, pero a la que siempre están volviendo. Azopardo es ese lugar que simboliza tanto como condiciona: la matriz del poder de turno de los trabajadores, un poder que muchas veces hace culto de los murmullos, que se esconde detrás de colores que tiran a sepia y ascensores de pesadas puertas de hierro pintadas de verde que, todavía hoy, se abren manualmente, como si se tratara de una fábrica detenida en el tiempo.






domingo, 11 de marzo de 2018

Que pasa en tu oficina…??



Las diversas realidades laborales de los trabajadores de las telecomunicaciones de la República Argentina  tienen un espacio para divulgarlas, exponerlas, debatirlas y compartirlas con los compañeros /as de todo el país: Telefónicos en Facebook 

Hoy más que nunca la información es un compromiso de solidaridad….


El protagonista de la información sos vos!!!

La gran impostura: Cámpora y el 11 de marzo de 1973….


Quien no debió ser más que un presidente interino en la transición a la democracia, acabó manipulado por los grupos más radicalizados cuyos sucesores fabrican hoy el mito. El testimonio del ministro del Interior de Perón, Benito Llambí, sobre la violenta "primavera" camporista.
La historia está llena de malentendidos y el del papel de Héctor Cámpora en el 11 de marzo de 1973 es uno de ellos.
La fecha, de la que se cumplen 38 años, está asociada a la figura de este odontólogo de San Andrés de Giles porque, ante la proscripción que pesaba sobre el general Juan Domingo Perón, exiliado en Madrid, éste lo eligió para encabezar la fórmula del Frente Justicialista de Liberación que triunfó por 49,5% de los votos en las elecciones presidenciales que pusieron fin a la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse.
Pero la exageración sobre su protagonismo –a niveles que rozan el ridículo- y la elevación a la categoría de víctima de un despojo –por su posterior renuncia- son imposturas contemporáneas.
El de Cámpora era un poder vicario, resultado de las últimas maniobras montadas por un gobierno de facto saliente que se negaba a aceptar lo inevitable: el regreso de Perón al país y a la Presidencia.
La elección de un candidato sustituto recayó en él por su presumida lealtad. Había sido electo diputado en 1946 y presidió la Cámara entre 1948 y 1952. Fue encarcelado tras el golpe de Estado que derrocó a Perón en septiembre de 1955 y al año siguiente se fugó a Chile, junto con otros dirigentes.
En 1971, Perón lo designó delegado personal. Se acercaba la apertura democrática y la retirada del gobierno de facto.
El entonces presidente, general Alejandro Lanusse, estableció que todos los candidatos presidenciales debían acreditar una residencia en el país anterior al 25 de agosto de 1972 –cláusula arbitraria que tenía un solo destinatario. Perón no tuvo más remedio que designar a un sustituto.
Una personalidad poco carismática y la ausencia de poder propio convertían a Cámpora en el candidato ideal para un mandato delegado en lo que no debía ser más que una transición hacia la definitiva normalización política del país.
Este interinato forzado por la proscripción de Juan Perón intenta ser presentado hoy por ciertos sectores como un período soñado. Una impostura histórica e intelectual que además elude responsabilidades en la frustración de aquella nueva oportunidad democrática para el país. El período camporista, pese a su brevedad, no fue en absoluto inocuo respecto al posterior desarrollo de los acontecimientos.
"Perón no va a volver", dice su delegado

Los rasgos de personalidad que hicieron a Cámpora elegible como suplente de Perón también lo volvieron permeable a la presión de la corriente de izquierda militarista en cuyo núcleo se encontraban las organizaciones armadas, Montoneros y FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), y que desde un primer momento pretendió disputarle al general exiliado la conducción del movimiento.
Mareado por la euforia del triunfo del 11 de marzo, el presidente interino prestó oídos a los cantos de sirena de quienes le sugerían que podía sustituir al fundador del peronismo.
"La primera señal clara que obtuve acerca de que Cámpora había cambiado sus intenciones y meditaba mantenerse en la presidencia –relata Benito Llambí, ministro del Interior de Perón en 1973, en sus Memorias (*)- me la proporcionó él mismo espontáneamente cuando me dijo: 'Usted lo va a ver. (Perón) va a venir, va a estar un tiempo, y luego retornará a España. Y después ya no va a volver'".
En concreto, Cámpora se dejó manipular por los grupos que vieron en su debilidad política y de carácter una oportunidad de "copar" el Gobierno.
Esta intención era reflejo de una distancia creciente entre el discurso de unidad, conciliación y pacificación nacional, que encarnaba el Perón del retorno, y el proyecto sectario, extremista y violento inspirado en el modelo castrista de Cuba, que era el de la guerrilla.
Baste un ejemplo: mientras el jefe del peronismo intentó sumar al principal partido opositor, la Unión Cívica Radical, a su proyecto, ofreciéndole la vicepresidencia a Ricardo Balbín, la organización Montoneros asesinó meses después a otro importante referente radical, Arturo Mor Roig.
Benito Llambí escribe que estos grupos, "si bien contribuyeron a (la caída del régimen militar), luego también contribuyeron a la caída del gobierno constitucional (y) en vez de adaptarse al proyecto general y aceptar los requisitos mínimos de tolerancia y sacrificio que reclamaba la unidad nacional, prefirieron sostener su pretensión de conducir unilateralmente el proceso".
Ezeiza, la otra falsificación

El drama es que esta diferencia se expresó en actos violentos. Durante lo que los panegiristas del presidente -que no debió ser- llaman "
primavera camporista" tuvo lugar el enfrentamiento de Ezeiza, otro episodio que mediante artificio literario se pretende convertir en un complot contra Cámpora, cuando en realidad apuntaba a frustrar el regreso de Perón.
La responsabilidad institucional por la seguridad en la concentración de cientos de miles de argentinos que fueron a buscar al dirigente exiliado a Ezeiza aquel 20 de junio de 1973 le correspondía al gobierno camporista.
La violencia desatada ese día forzó al avión que traía al general a aterrizar en la base aérea de Morón. "De inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza, recuerda Llambí. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo".
Ezeiza no fue sino uno más de varios episodios que no presagiaban nada bueno y que se habían iniciado apenas asumió Cámpora.
El periodista Armando Rubén Puente, corresponsal de la Agencia France Presse en Madrid (**), lo recuerda así: "Las noticias que recibía Perón en Puerta de Hierro desde el 25 de mayo de 1973 lo ponían furioso. No toleraba ni el clima de violencia que se generaba en el país por parte de la Juventud Peronista ni la cobertura que le otorgaba el nuevo presidente argentino. Las ocupaciones de edificios públicos, la violencia de las agrupaciones guerrilleras contra sindicalistas, militares y policías, o el clima revolucionario en las universidades no formaban parte de la restauración de la democracia que pretendía el General".
Llambí, por su parte, relata: "Los pasos dados por el doctor Righi, en las horas subsiguientes al cambio de gobierno, indicaron lo que se estaba preparando. Desafío y provocaciones a las fuerzas de seguridad, situaciones de escándalo en el servicio penitenciario, a raíz de las libertades determinadas por la amnistía decretada por el gobierno, virtual ocupación de la Casa Rosada por jóvenes de la Tendencia (***), sólo podían llevarme a una conclusión: recuperar el curso de acción en el que veníamos no iba a ser fácil".
Cabe recordar que las organizaciones armadas no esperaron a que el Congreso se reuniera. Tomaron las cárceles hasta forzar al gobierno camporista a liberar a los presos políticos mediante un decreto. Muchos de los cuadros guerrilleros que dejaron entonces la prisión volvieron de inmediato a la lucha armada.
"Cosas de muchachos"

Benito Llambí estuvo a cargo del protocolo de los actos de traspaso de mando. Para él, "el 25 de mayo de 1973, que debió haber sido una fecha de alegría y alivio para el pueblo argentino, terminó siendo una jornada funesta y llena de malos presagios, (...) alterada por innumerables hechos de provocación y violencia".
Un ejemplo -anticipo de los escraches hoy de moda- fue que el presidente uruguayo Juan Bordaberry estuvo a punto de volver a Montevideo sin asistir al acto tras ser insultado y agredido por un grupo de manifestantes.
Se trataba del mandatario electo de la nación vecina y que la llamada
"bordaberrización" uruguaya no había tenido lugar aún. El ataque estaba motivado por la solidaridad con los jefes de la organización guerrillera Tupamaros detenidos poco antes en la República Oriental. Cámpora le restó importancia al incidente: "Son cosas de muchachos... En unos días se reordena todo".
No fue así, lamentablemente. La guerrilla no depuso las armas, pese a la abrumadora legitimidad con la cual Perón asumió la presidencia poco después, demostrando encontrarse en las antípodas del espíritu de reconciliación nacional del cual éste había regresado imbuido.
Montoneros ejecutó su venganza asesinando al secretario general de la CGT, José Ignacio Rucci, a días del triunfo electoral de Juan Domingo Perón.
El líder sindical había sido el primero en manifestar públicamente que la voluntad de los trabajadores era ver al General en la presidencia. El 13 de julio, organizó un multitudinario desfile de trabajadores a la residencia de Perón en Gaspar Campos.
Horas después, Héctor Cámpora presentaba su renuncia. Al producirse el golpe que derrocó a Isabel Perón, tuvo que exiliarse en México -previa estadía en la embajada de ese país en Buenos Aires-, donde falleció en diciembre de 1980.
Lamentablemente, como los hechos posteriores lo demuestran, las tendencias negativas desatadas durante su breve interinato no pudieron luego ser desmontadas.
La consigna Cámpora al gobierno, Perón al poder no había sido una trampa, sino la herramienta para eludir un veto.
Nadie se llamó a engaño entonces. Sólo por deshonestidad intelectual (K) se intenta hoy atribuirle al personaje una "legitimidad" de la cual carecía. Los peronistas habían hecho un ensayo previo cuando en 1958 votaron a Arturo Frondizi por mandato de Perón, estando proscripto en esa ocasión todo el Partido Justicialista.
En 1973, todos entendieron el sentido de la candidatura del ignoto Cámpora. Fue votado masivamente porque era la cara legal de Perón.

(*) Medio siglo de política y diplomacia. Benito Llambí. Ediciones Corregidor, 1997.
(**) Entrevista de Humberto Toledo, reproducida en El escarmiento, de Juan B. Yofre, Sudamericana, 2010.
(***) Se llamó así al conjunto conformado por Montoneros y los sectores de la juventud, profesionales e intelectuales que le respondían o simpatizaban con su política.
Fuente:


miércoles, 7 de marzo de 2018

8 de Marzo : Día de la MUJER



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El Congreso de EEUU (2002) reconoció que ANTONIO MEUCCI inventó el TELÉFONO

El país de Galvani y de Volta, descubridores de la electricidad animal y de la pila, es también la patria del inventor del teléfono, Antonio Meucci, a quien hasta ahora nadie conocía fuera de las fronteras de Italia. Al cabo de un siglo de su muerte, el Congreso norteamericano le ha hecho justicia. Claro que tampoco es un gran alivio para él, que acabó sus días completamente arruinado.

 

El «teletrófono» de ANTONIO MEUCCI transmitió por primera vez la voz humana en Nueva York en 1849, cuando Alexander Graham Bell era una criatura de apenas dos años. Por desgracia, Meucci nunca llegó a patentarlo y, además, se fió de la gigantesca compañía telegráfica, Western Union, que le fue dando largas y engañando hasta que, en 1876, Graham Bell patentó una versión ligeramente más avanzada del invento del italiano, que había visto en los laboratorios de la compañía como un proyecto futurista de «telégrafo de voz».

 

Meucci demandó al escocés y logró la victoria en los tribunales en 1887, pero era un pésimo administrador y murió un par de años más tarde en la miseria, mientras Graham Bell se lanzaba al desarrollo industrial de un aparato que revolucionó el mundo. Finalmente, a los 113 años de la muerte del verdadero inventor, la tenacidad de un diputado italoamericano de Nueva York, Vito Fossella, ha forzado al Congreso de Estados Unidos a reconocer, por voto aclamatorio, el mérito de Antonio Meucci.

 

Minucioso análisis

 

La resolución del parlamento de Washington,minuciosa en su análisis histórico, narra las aventuras de Meucci -que había estudiado ingeniería mecánica- desde que a los 26 años, cuando era maquinista en el famoso Teatro della Pergola de Florencia, transmitía las órdenes de subir y bajar decorados utilizando dos conos de cartón y un hilo tenso. Pero su empeño patriótico en lograr la unidad de Italia le obligó a huir a Cuba, donde se hizo rico curando artritis a base de descargas eléctricas y donde un día escuchó a distancia el alarido de un paciente que llegaba, sorprendentemente, a través del hilo eléctrico.

 

Trabajar sin descanso

 

Meucci se trasladó a Nueva York, donde, según el texto aprobado por el Congreso, «continuó trabajando sin descanso en un proyecto iniciado en La Habana, Cuba; un invento al que llamo «teletrófono, basado en la comunicación electrónica». Luego lo perfeccionó cuando su mujer se quedó paralítica, a fin de que pudiera comunicarse desde la habitación con el taller de Meucci. Así, en su casa de Staten Island, «instaló un enlace permanente entre su laboratorio del sótano y la habitación de su esposa, afligida de artritis deformante, en el segundo piso. Por falta de dinero, Meucci no pudo comercializar su invento, aunque hizo una demostración en 1860, publicada en un periódico italiano de Nueva York».

 

Temiendo que alguien le robase la idea, el creativo italiano registró en 1871 el anuncio de invención, más barato que el de patente, pero que requería renovación anual, un gasto mínimo, solamente diez dólares anuales, pero que ya no pudo permitirse en 1874. Dos años más tarde, Alexander Graham Bell patentó el «teléfono» después de haber visto y estudiado el «teletrófono» del italiano que, a su desorden, añadía el problema, nada despreciable, de no hablar inglés.

 

Fraude y falsedad

 

Ayudado por la comunidad italiana en Nueva York, Antonio Meucci presentó una demanda y, según el texto del Congreso de Estados Unidos, «la patente de Graham Bell fue anulada el 13 de enero de 1887 por fraude y falsedad; sentencia que confirmó, posteriormente, el Tribunal Supremo». Meucci no llegó a beneficiarse y murió dos años después sin la gloria del teléfono pero con el agradecimiento de sus compatriotas por haber acogido en su fábrica de velas de Nueva York a otro exiliado político, Giuseppe Garibaldi, artífice de la unidad de Italia.

 

La noticia del reconocimiento por parte del Congreso de Estados Unidos de que el verdadero inventor del teléfono fue Meucci ha provocado una gran satisfacción en Italia, donde sin embargo ya los los libros de texto le reconocían la paternidad del mismo.



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martes, 6 de marzo de 2018

La Justicia pidió los LIBROS CONTABLES al gremio de CAMIONEROS y a las empresas de la familia de Hugo MOYANO **






Las órdenes fueron libradas por el juez Claudio Bonadio a partir de una denuncia de la diputada Graciela Ocaña.
El juez Claudio Bonadio libró esta tarde órdenes de presentación para que el sindicato de Camioneros que dirige Hugo Moyano entregue a la Justicia los libros societarios y contables. Asimismo, según confirmaron a Clarín fuentes judiciales, se requirió la misma documentación a la obra social de Camioneros, cuya auditoría dio con un rojo de más de $ 600 millones, y también se pidió información a empresas vinculadas a la familia del líder sindical.
En el marco de la causa por enriquecimiento ilícito que comenzó en la justicia federal con una denuncia de la diputada nacional Graciela Ocaña, el juez Bonadio libró diferentes órdenes para secuestrar documentación vinculada a los presuntos delitos bajo investigación: libros contables, libros societarios y todo lo que dé cuenta de movimientos de dinero, según pudo saber este diario.
Se solicitó al gremio de Camioneros que entregue libros contables, un requerimiento que alcanza también a la obra social del sindicato. Según el informe de auditoría al que accedió Clarín, en su último ejercicio contable arrojó un PASIVO de $ 636 millones, casi el doble que el año anterior que cerró con un rojo de $ 364 millones.
Esta situación se viene "reiterando en los últimos años", según la documentación judicial, y EL PASIVO NETO DEL SINDICATO CAMIONERO del cual pidió información Bonadio ya ASCIENDE A $ 1.837 millones.
Para Ocaña, denunciante en esta causa, “los afiliados terminaron pagando por servicios de primera línea, como las prepagas de mejor reputación, cuando las prestaciones son muy distintas”.
La denuncia alcanza al conglomerado de empresas allegadas a la familia Moyano, prestadoras de servicios de Camioneros y de OsChoCa, la obra social del gremio.
“Son varias empresas más a las que les traspasaron de forma indiscriminada, incumpliendo las obligaciones que, al tratarse de fondos públicos, deben cumplir las obras sociales”, dijo a Clarín en su momento.
La justicia busca clarificar la ruta del dinero. El último informe de la UIF, que dirige Mariano Federici y que dio a conocer Clarín, puntualiza que entre 2010 y 2011 Aconra, una constructora cuya principal accionista es Valeria Salerno (hija de Liliana Zulet, cónyuge de Moyano), recibió fondos por $220 millones. De ese universo, el organismo analizó una muestra preliminar, de 26 cheques por un monto de $105 millones, y constató que la totalidad fue librada por Camioneros.
Según el informe, la modalidad "se habría mantenido hasta la actualidad, atento que entre febrero y julio de 2017 se habrían registrado acreditaciones por $113 millones, de las cuales el 90% correspondería a Camioneros".
La ampliación de la denuncia sostiene que los allegados a Moyano que tiene siete causas abiertas en la Justicia. "Han constituido sociedades destinadas a prestar servicios casi con exclusividad a Camioneros". Se incluyó en el listado a Dixey SA, un taller de ropa, y la prestadora médica IARAI SA; también dirigidas por Valeria Salerno. Todas deberán entregar sus libros contables y societarios ante la orden de presentación librada por Bonadio.
Con la documentación secuestrada al sindicato a su obra social y a las empresas prestadoras de servicios y que están relacionadas con el líder sindical, se podría avanzar en un peritaje contable que determine la existencia, o no, de los delitos investigados en este expediente.

** Lucía Salinas