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martes, 13 de julio de 2021

El fin de la primavera camporista… [ 13 de julio de 1973 ]

 


La estrategia de Perón para desplazar a Cámpora, una fórmula con Balbín y el infarto que casi arruina sus planes

La irritación de Juan Domingo Perón con Héctor J. Cámpora aumentó cuando llegó al país y palpó de primera mano el caos. Cómo lo desalojó de la Casa Rosada, la idea del caudillo radical como vice y los problemas de salud que preanunciaron la muerte del líder peronista

 Para algunos, como veremos, la renuncia del presidente constitucional Héctor José Cámpora se concreto reservadamente el 4 de julio de 1973. Para la ciudadanía en general, el anuncio del retiro de Cámpora lo protagonizó él mismo el 13 de julio, alrededor de las 13 horas, por cadena nacional. Sentado en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, teniendo al vicepresidente Vicente Solano Lima a su diestra, Cámpora comenzó diciendo que “yo no sé si la emoción, la honda emoción que me embarga, me permitirá la lectura de este mensaje al pueblo argentino. Porque está próximo un acontecimiento a cuyo servicio he puesto la conducta y la lealtad incuestionable de toda mi vida: el reencuentro del general Perón con su pueblo en el ejercicio pleno, real y formal, de su indiscutida conducción”. Tras un corto discurso de alrededor de 10 minutos el país se iba a enterar que renunciaban el presidente, el vicepresidente, y que asumiría temporariamente la Primera Magistratura el titular de la Cámara Baja, Raúl Lastiri, porque se habrían de convocar a una nueva elección presidencial, llevando el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) a Juan Domingo Perón como presidente. Para los más informados, la renuncia de Cámpora comenzó a fines de junio en Madrid y el jefe del justicialismo lo maltrató al Primer Mandatario de todas formas.

Ya lo relatado, en otras ocasiones, Perón –quien nunca dejó de imaginar que iba a volver a la Casa Rosada—llegó a decirle a Benito Llambí que no quería hablar más con Cámpora. Las razones eran varias y, en especial, el caos en que Cámpora había sumergido al país con su “primavera camporista”, que no era otra cosa que el asalto del “entrismo montonero” en los estamentos del Estado. Desde que llegó definitivamente a la Argentina, Perón se vio envuelto en el caos en que habían convertido a su Patria y, desde el primer minuto inició su ofensiva final para terminar con el estado de cosas.

El 20 de junio de 1973, cuando aterrizó en la Base Aérea de Morón, el viejo líder palpó la situación. En ese momento, el entonces comodoro Jesús Orlando Capellini hacía escasos meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con asiento en Morón. En esas horas escuchó, de uno de los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base, que Perón bajaría en Morón. Según me contó en 2010, sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Perón y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base y Capellini entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. El embajador Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. La visión del embajador Llambí es coincidente con la de un alto jefe del Ejército (Llamil Reston, llegó a general de división) que en esos días estaba cerca del teniente general Raúl Carcagno y escuchó su relato: “Vicente Solano Lima nos llamó a los tres comandantes para pedir asesoramiento de qué hacer frente a lo que sucedía en Ezeiza. Todos coincidimos que Perón y su comitiva debían descender en Morón. Cuando bajó del avión, tras los cortos saludos protocolares, Perón se reunió con los tres comandantes y nos pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó en una oficina que tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a Righi detrás de los cristales me dijo: ‘Sólo Cámpora pudo nombrar a este pelotudo de Ministro del Interior’”. Carcagno tampoco la sacó gratis, porque con una gran muestra de malestar, comentó con sorna: “Haría falta Lanusse.” A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos. A Perón se lo vio cansado y preocupado.

El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos por la Puerta 5 en dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065. Desde Gaspar Campos, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. Luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara (como lo hizo en Madrid), obviamente para tener un testigo militar. En esa ocasión, Perón volvió a reiterar lo que ya decía en Madrid, y le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes consultadas hace años. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”.

En términos similares recordó ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió contra Cámpora. También contó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente.

Esa noche del 21, Perón habló por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. En la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros: “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología”. “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”

El domingo 24 de junio de 1973, inexplicablemente, Cámpora y sus acólitos expresaron en reiteradas ocasiones que una vez establecido el gobierno constitucional, las organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de operar. Lo afirmaban, mientras los cuadros principales de todas las organizaciones terroristas sostenían lo contrario. Para el gobierno de Héctor Cámpora, sin violencia de arriba no habría violencia de abajo y se viviría en un clima de paz. ¿Paz? Regía un gobierno constitucional pero seguían actuando las organizaciones armadas. Ese domingo 24 de junio, “La Opinión” informaba que no habían novedades de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone Argentina por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó 1.000.000 de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario británico que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos armados en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras.

En esas horas, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en el ámbito del Congreso de la Nación. La cumbre se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había opinado Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri.

Al día siguiente, la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica informó a la Secretaría de Estado que se habían reunido en “privado” y que se discutieron “medios y formas de cooperación”. Lodge comentó en el punto 4º del cable reservado Nº 4459: “Además de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del Movimiento, uno de los temas que más está presionando a Perón, es el de mantener la cooperación de otros partidos políticos especialmente la UCR. El hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso, muestra a las claras que Perón tiene la intención de moverse rápidamente, en lo que hace a controlar este problema”. Mientras, Tróccoli me dejó constancia escrita: ”Yo estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón: Los dos hagamos de copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno para poner en orden al país.” Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso está”. Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro, respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.

El lunes 25 de junio de 1973, Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. A su vez el ministro Righi firmaba un comunicado recordando el “máximo cuidado por el cumplimiento de las disposiciones que prohíben la tenencia de armas y explosivos”. Pocas horas antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en junio de 1969) y que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar Bidegain (respaldado por Montoneros).

el martes 26 de junio de 1973 ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho. Mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena. Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”. A partir de ese instante, Pedro Ramón Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del enfermo. Fue testigo de las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se observa cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso. Héctor Cámpora permanecía un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí -razonó el médico- que Cámpora dejaría pronto su investidura”.

“Pocos días después del 20 de junio -relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia- recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como habíamos combinado”. A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia. “De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la ‘Tendencia’, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”. El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín.

El coordinador de los detalles del “golpe blanco” como queda claro fué José Ber Gelbard, el hombre fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había cultivado una importante relación personal. Llambí cuenta en su libro que “en un momento pidió un paréntesis para ordenar sus ideas”, sin decirlo, le hizo un homenaje a su esposa porque consultó el ofrecimiento con ella:

Benito: Me han ofrecido Interior.

Beatriz: ¿Exteriores?

Benito: No, no, Interior. Les dije que yo no soy para reprimir y me contestaron diciendo que el General me necesita porque allí debe ir un hombre de diálogo. Beatriz, notó la desazón de su marido, y recordó un consejo de su padre: “Nunca hay que dejar pasar la oportunidad”. Después se verá… Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el ofrecimiento y escuchó la estrategia que desarrolló Gelbard.

El miércoles 4 de julio de 1973, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete, a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente Vicente Solano Lima, donde se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno Raúl Lastiri ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: Los asistentes pasaron al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a la mañana a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente él presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente. Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció: “Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que “los ministros sabían ya de qué se trataba porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio”.

Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo que “habría que pensarlo”. López Rega exclamo que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.

-“¿Y los militares?”, preguntó Perón.

-“No hay ninguna preocupación”.

-“Bien”.

Taiana cerró la escena relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo; Perón se emocionó y después “lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la Presidencia”. Las renuncias que salieron publicadas en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión de ese día.

La tradicional comida de las Fuerzas Armadas, para conmemorar el 9 de Julio, no se realizó en el Edificio Libertador sino en el Teatro San Martín de la avenida Corrientes. Hacía de anfitrión la Armada, por lo tanto el discurso debía ofrecerlo el almirante Alberto P. Vago en su calidad de presidente del Centro Naval. Habló Cámpora –quien discurseó sobre la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas- y se produjo un cambio de último momento: el Ministro de Defensa, Ángel F. Robledo, el 6 de julio, a las 16 horas, le comunicó al almirante Vago que debían suprimirse los párrafos del 1 al 5. “No tengo inconveniente en suprimir el 1º y abreviar el 4º, pero manteniendo el resto”, anoto Vago en una minuta. Después de varias discusiones “decido no hablar y como consecuencia no concurrir a la cena.” El polémico párrafo 5º expresaba: “Las Fuerzas Armadas confían en la decidida acción del Gobierno Constitucional y de los legítimos poderes del Estado, para anular la conjura antinacional que se proyecta y planifica en otras latitudes, y es ejecutada por un minúsculo sector de argentinos, poseedores de inmensos recursos de desconocido origen, que se mueven y extienden su prédica con el uso de casi todos los medios de comunicación masiva, envenenando las mentes del pueblo y sembrando la destrucción y la muerte entre los que quieren vivir en paz, para construir y trabajar en libertad.”

El martes 10 de julio de 1973, a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos, Perón se encontró a solas con el comandante en Jefe del Ejército. El encuentro había sido largamente buscado por el jefe del Ejército. Se conocieron en Morón y llegó a Gaspar Campos de la mano del jefe de la custodia Juan Esquer o de José Ignacio Rucci (en eso difieren las crónicas de la época). Durante el diálogo, el general Raúl Carcagno recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie.” Era toda una señal. Hablaron también de cuestiones personales como la restitución del grado militar porque el jefe militar portó una carpeta sobre esta cuestión que se hallaba demorada. A diferencia de lo que se afirmaba en el gobierno de Cámpora, Carcagno le habló de la unión del Pueblo y el Ejército.

Carcagno, dada la sinceridad con la que habló Perón, se atrevió a relatarle “la irritación” que había motivado Cámpora con algunas partes de su discurso en el Teatro San Martín, porque resultaba “inútilmente recordatorio de hechos que sólo pueden superarse con el silencio mutuo”. Perón estaba avisado de ésta situación por boca de Jorge Osinde y José López Rega. Según dicho medio “le llevaron ‘el dato’ de que el texto había sido escrito por Esteban Righi, el Dr. Mercante (subsecretario del Interior), el hijo de Cámpora, Héctor Pedro; el Dr. Enrique Bacigalupo (luego miembro del Tribunal Supremo de España) y otros miembros del ‘entourage’ presidencial”.

El miércoles 11 de julio de 1973, a primera hora de la mañana, el coronel Jaime Cessio le transmitió a Ricardo Balbín la invitación de Carcagno para que concurriera a comer esa noche al Edificio Libertador. Antes de sentarse a la mesa Jaime Cessio, jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor le relató a solas al invitado lo que había sucedido el día anterior en Gaspar Campos. Se trató la renuncia de Cámpora y la posibilidad de una formula compartida entre Perón y Balbín.

La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó en un día porque Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró en las que sostenía que “estando el General Perón en el país nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”. Luego de las palabras del vicegobernador bonaerense, Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (termino con el que se referían a los que rodeaban a Perón).

El viernes 13 de julio de 1973, a las 19 horas el diputado Raúl Lastiri asumió provisionalmente, ante las dos cámaras. A las 21, en la Casa Rosada, Raúl Lastiri y dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes. Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, explicando que en las elecciones del 11 de marzo “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había llegado el momento de repararlos y su gestión marchaba en esa dirección. El 13 de julio de 1973, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su Ministerio que “este ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos” y entre esos hombres estaba Perón. La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda”.

 Por Juan Bautista Tata Yofre

 https://www.infobae.com/sociedad/2021/07/04/la-estrategia-de-peron-para-desplazar-a-campora-una-formula-con-balbin-y-el-infarto-que-casi-arruina-sus-planes/


domingo, 20 de junio de 2021

La vuelta de Perón: los 12 muertos de Ezeiza y el anticipo de los años más oscuros y sangrientos de la Argentina **

 


Mañana, 20 de junio, se cumple otro año del regreso definitivo de Juan Domingo Perón a la Argentina. Aquella jornada de 1973 fue premonitoria: hubo un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronista por un lugar en el palco, que reconoce cuatro víctimas por bando, otras más sin identificar el sector y 240 heridos

En septiembre de 1955, un golpe cívico-militar autodenominado “Revolución Libertadora” había expulsado al Presidente constitucional Juan Domingo Perón; disuelto el Congreso; intervenido el Poder Judicial; la CGT y las organizaciones sindicales; detenido sin juicio previo a los dirigentes políticos y gremiales peronistas; proscripto al partido Justicialista; prohibido mencionar los nombres de Perón y Eva Perón, sus símbolos, sus músicas, etc etc…paradojalmente todo en nombre de la palabra “libertad”.

Esta proscripción de la mitad de la sociedad argentina se mantuvo hasta marzo de 1973, cuando el peronismo pudo volver a presentarse a elecciones y obviamente ganar.

Perón pudo retornar por primera vez el 17 de noviembre de 1972, todavía durante la dictadura de Lanusse. Lo hizo para convocar a la unidad de todas las fuerzas políticas (incluidos sus viejos adversarios como Ricardo Balbin) y dejar organizado el frente electoral para la elección del 11 de marzo.

En este primer retorno, la dictadura acordonó Ezeiza con miles de soldados para evitar que el pueblo fuese al encuentro de Perón.

Luego de la elección del 11 de marzo y la asunción de Héctor J Cámpora el 25 de mayo de 1973, ahora sí, el pueblo se preparaba para darle a su líder una grandiosa fiesta popular de recepción. Se calcula que una multitud superior a los dos millones de personas se nucleó esa fresca mañana en el puente El Trébol, de Avenida Ricchieri y ruta 205.

El 9 de junio, los líderes de FAR y Montoneros Roberto Quieto y Mario Firmenich, dan una conferencia de prensa donde advierten que: “Estos sectores, como el vandorismo, el participacionismo político y sindical, que utilizan matones a sueldo tratando de intimidar al pueblo peronista, y el desarrollismo, pueden ser considerados como enemigos internos y actuaremos con ellos de la misma forma que lo haremos contra todos los enemigos del pueblo”(…) . “A ellos se los combatirá por todos los medios y en todos los terrenos necesarios, por la acción de masas y por la acción armada, tanto de masas como de comando.”

Perón desde Madrid dispuso una Comisión de Organización integrada por José Ignacio Rucci, Lorenzo Miguel, Juan Manuel Abal Medina, Norma Kennedy y Jorge Manuel Osinde. Salvo Abal Medina, el resto de los integrantes eran personas claramente hostiles a la “Tendencia Revolucionaria”.

El 24 de mayo las Fuerzas Armadas Peronistas FAP (Comando Nacional) habían ejecutado al Secretario General de SMATA Dick Klosterman; y en un acto del día 10 de junio en Jose León Suarez, en un enfrentamiento con miembros de JP cayó muerto el militante sindical Aldo Rubén Romano.

En el gobierno de Cámpora existía una real preocupación sobre la posibilidad de que las fricciones entre los distintos sectores del peronismo emergieran en el encuentro. Por este motivo, el presidente Cámpora convocó a referentes de las organizaciones armadas. Néstor Verdinelli, de las FAP 17 de Octubre recuerda: “Por las FAP 17 estábamos Cacho, Amanda, Carlitos Caride y yo y había representantes de Montoneros y de lo que entonces todavía eran las FAR. Cámpora nos saludó afectuosamente y nos dio su mensaje. Nos pidió que hiciéramos llegar a todos los sectores el pedido de que, por favor, no causasen disturbios ni confrontaciones”.

En las estrategias se anunciaba el enfrentamiento

Luego de la reunión, se comenzaron a planificar estrategias para resolver el movimiento y ubicación de las propias fuerzas en el acto. Se trataban, en verdad, de estrategias políticas destinadas a disputar el espacio en relación a Perón. “En Montoneros, cuenta Jorge Gaggero, llegaron a barajarse opciones delirantes para intentar lograr objetivos simbólicos. Una que recuerdo bien -y eso sé que se discutió en “alto nivel”-era montar una grúa de brazo altísimo que depositara en el palco en pleno acto a los sobrevivientes de Trelew. La primera reflexión compartida con otros compañeros, fue: “Esto una locura total, ¿cómo alguien sensato puede estar pensando en esto?”. La segunda reflexión de entonces fue: “Si esto lo sé yo, también lo sabe Osinde”. Esta circunstancia creo que ya estaba definiendo, una escalada en el enfrentamiento, que puede explicar una parte de la tragedia. En fin, el delirio del enfrentamiento de aparatos. Un aparato de izquierda, con respaldo de masas, contra otro de derecha privado del calor de las multitudes, ambos librados a su propio y simétrico delirio”.

“En esos tres días tratamos de discutir, y también averiguar de qué se trataba, avanza en el relato Verdinelli. “Por parte de Montos/FAR la cuestión era sacarles el monopolio de Perón a la derecha enquistada en el palco. Barajaron diferentes hipótesis, algunas casi psicodélicas, como la de tomar el control de Perón en Ezeiza, cuando bajara el avión. Finalmente fueron descartadas diversas opciones hasta que quedó la final: la columna Sur (Sur del gran Buenos Aires) entraría no por la ruta a Ezeiza, sino que entrarían por el costado, marchando hacia el palco”.

El militante de las FAP David Ramos, recuerda una reunión previa con dirigentes montoneros: “Habíamos tenido una reunión en zona sur con José Luis Nell, Dardo Cabo, Caride y yo. Tres días antes de ir a Ezeiza la visión nuestra era “no usemos al pueblo de bosque”. En esos momentos, los que ya éramos grandes recordamos que la consigna (tanto de Montoneros como de la derecha) era “rodear a Perón para salvar a Perón”. Nosotros no podíamos hacer efectiva esa consigna que podría haber generado un caos mucho peor de lo que fue. Y Cacho dijo “no usemos al pueblo de bosque”. Y nos respondieron “nosotros vamos a ir a rodear el palco, poner nuestro cartel”; fue eso lo que sucedió. Pero esto es muy difícil de elaborar”.

Carlos Flaskamp, entonces “oficial” montonero de la conducción de las FAR de La Plata en 1973, habla de una puja con el propio Perón: “Estaba claro que para Ezeiza el convocante era Perón. La gente se movilizaba para ir a ver a su líder. Lo que nosotros aportábamos eran la organización y el esfuerzo militante para hacer llegar la gente hasta el lugar del encuentro.(…) Sin embargo en los carteles que portaban nuestros activistas se hablaba poco de Perón y mucho de FAR y Montoneros”.

Cortas o largas, todas las armas matan

Cuando se recorren los testimonios de las personas que estuvieron en Ezeiza, una de las frases que se repite entre los asistentes es “nosotros solo llevábamos armas cortas”. La expresión, se dice con la naturalidad de quien podría decir “yo solo llevaba una banderita en la mano”. Cortas o largas todas las armas disparan y matan.

El responsable de las directivas montoneras, Mario Firmenich asegura que: “Fuimos con armas cortas. No hubo ninguna directiva de ir armado... es que normalmente la gente iba armada. El activismo iba armado, el nuestro, el del Comando de Organización, cualquiera. En este sentido, en Ezeiza debió haber muchísima gente armada, pero en proporción poquísima: para dos millones de personas habrá habido 5 mil armados. Nadie fue preparado para esa guerra, los únicos que tenían un arsenal eran los que estaban en el palco”

Oscar Balestieri: “Nosotros recibimos información de que había grupos armados en el palco desde el día antes. Yo propongo en una reunión de Unidad ‘Si hay grupos armados, no podemos ir con la gente. Nos juntamos los combatientes, vamos, nos cagamos a tiros esta noche y se acabó el tema. Están ellos o estamos nosotros, pero con la gente no podemos’. En los hechos, la indicación fue ir a Ezeiza con armamento liviano. En el grupo que voy, seis u ocho compañeros llevábamos pistolas 22. Sin embargo, Quique Padilla iba en un ómnibus con una ametralladora Madsen pesada; estaba montada en la parte de atrás de un ómnibus y solo paseó”

Nestor Verdinelli aporta: “Se suele decir que los Montos llevaban nada más que armas cortas. Lo que no es cierto: en la en la columna Sur iban compañeros montoneros armados con metralletas y fusiles FAL.”

Según el propio Mario Firmenich, “habría unas cinco mil personas armadas”. Cinco mil militantes de la JP armados “con cortas” tropezando con 1000 pesados del CNU y el CdO equipados con armas largas era un cóctel explosivo que cualquier chispa podía hacer volar por los aires. La cifra oficial de 12 muertos, es un resultado “milagroso” en un espacio donde había dos millones de personas.

La columna sur por detrás del palco

En los anuncios previos se previó que la zona posterior del palco, estaba vedada al público. Lógicamente, se pretendía mantener libre la vía de acceso al palco del general Perón y su comitiva que llegaría desde el aeropuerto.

Pero el intento de parte de la columna sur de FAR Y Montoneros de pasar al otro lado por atrás, dio origen a la confusión de suponer que se quería rodear y copar el palco. Así lo cuenta el ex oficial montonero Carlos Flaskamp: “Se nos informó que el Comando de Organizacion (CdO) había organizado cordones para impedir el ingreso por el camino de acceso a la ruta 205. Sería necesario romper esos cordones por lo que, delante de los de Berisso, se ubicó toda la seguridad provista de armas cortas, que formó en varias líneas. Y, delante de la seguridad iban los “cadeneros” que eran los que tenían la tarea de hacer posible la entrada. En esta formación fue como llegamos al lugar en el que estaba concentrada la multitud. Los cadeneros habrán cumplido su función pero tampoco tuvieron otra alternativa, porque desde atrás comenzó ejercerse una presión incontenible sobre la cabecera de la columna de tal manera que nos vimos empujados hacia adelante y fuimos ganando posiciones, independientemente de nuestra voluntad. A los del CdO, si estaban allí, no lo llegamos a ver, cuando la presión de la retaguardia se detuvo habíamos llegado muy cerca del estrado que se había instalado delante del palco.”

“El resto de la columna no habiendo podido acercarse al palco, optó por separarse y emprender camino por detrás del palco para situarse del otro lado. Pero, este movimiento parece haber sido mal interpretado por la custodia que supuso que la columna sobre se aproximaba al palco con la intención de tomarlo por asalto y abrió fuego. Para nosotros que estábamos ubicados adelante y a la derecha del palco (…) los de la custodia aparecían haciendo fuego en dirección contraria. Por lo tanto(…) optamos por permanecer en nuestra posición convencidos que nuestra columna era ajena a los enfrentamientos.”

Lo real y concreto es que los tiroteos que se produjeron el primero a las 14,30 y el ultimo a las 16hs fueron detrás del palco. Y por las fotos y videos que se conocen, los custodios no disparaban de arriba del palco, sino desde el suelo. Se pueden identificar en las fotos a miembros del CNU de La Plata cuerpo a tierra disparando con armas largas.

El frente del palco y el “fuego amigo

Todos los testimonios de quienes estaban sobre la autopista Richieri en frente del palco, coinciden que escuchaban el silbar y picar de las balas que venían del lado del palco. No hay relatos, de disparos directos desde el palco, contra quienes se hallaban adelante, ni estampidas tumultuosas de gente corriendo, más allá del lógico temor y confusión reinante que llevaba a tirarse al suelo para protegerse.

El testimonio de Oscar Balestieri reafirma esta apreciación: “Nosotros decidimos, seguir avanzando. Cuando llegamos más o menos cerca del palco eran tiros por todos lados, todo el mundo al suelo. Estábamos todos tirados ahí en el suelo. Las balas picaban por todos lados. De repente uno de los nuestros se para y veo que se agarra el cuello, cuando saca la mano sale un chorro de sangre. Se cae al suelo, nos acercamos, lo agarramos entre cuatro y lo sacamos. Por suerte se salvo, había recibido una bala calibre 32. Creo que esa bala era nuestra, calibre 32, de plomo. La tiraron del otro lado hacia el palco, pasó de largo y le pegó. Como llegó con caída libre, la herida no fue grave. Si tiras así pasa por arriba del palco y a los 1000 metros la bala cae sin fuerza. Las balas que nos picaban a nosotros evidentemente eran de gente de la columna Sur que tiraban contra el palco y pasaban de largo”.

La visión de los militantes del Comando de Organización

Lamentablemente casi no existen testimonios de quienes estaban del otro lado en la pelea. Hoy muchos de ellos siguen militando y acompañando a los gobiernos peronistas. Para esta nota pude hablar con algunos de ellos. Javier Rodríguez quien entonces tenía 16 años cuenta que: “Nosotros pasamos la noche en el Hogar Escuela, que esta a metros del puente. Recuerdo que hicimos un cordón sobre el acceso de la ruta 205. Cuando empezó el tiroteo yo me protegí debajo un auto, pero al rato se incendió el auto de al lado. Fue todo una gran confusión. La verdad yo era chico y tenía mucho miedo”. Roberto Surra cuenta “nosotros estábamos haciendo un cordón, cuando vemos venir la columna montonera por la 205, era impresionante...yo pensé, acá nos matan a todos”. Eduardo Menam quien tenía mas jerarquía dentro del CdO, recuerda: “Nosotros concentramos toda nuestra gente en los alrededores del palco y del Hogar Escuela. Las armas nuestras eran solo armas cortas y cadenas. Cuando llega la columna de la 205 dos jefes nuestros Omar Venturino y Juan Quiros acompañados por el capitán Chavarri se adelantan a parlamentar. La respuesta fue “nosotros pasamos igual”. Cuando regresan cae Chavarri herido en la cara.”

Como la versión mas repetida y escuchada es la del sector de Montoneros, alguien podrá criticar diciendo “los del CdO no eran nenes de pecho”. Diré con conocimiento de causa, porque conocí a muchos ex-montoneros, que los que iban por la 205 tampoco eran “nenes de pecho”.

Ambos bandos tuvieron muertos y heridos

Según los diarios de la época, basados en los datos oficiales brindados por el área de salud, las víctimas fatales fueron doce y se estimó en unos doscientos cuarenta los heridos de distinta consideración.

La JP y Montoneros, a través su revista El Descamisado, reconocen dos muertos de su sector, Horacio “Beto” Simona, combatiente montonero y Antonio Quispe, combatiente de las FAR . A los que hay que sumar a Hugo Oscar Lanvers militante de la UES y Raul Obregozo militante de la JP La Plata.

De la custodia del palco las víctimas también fueron cuatro: el capitán RE Máximo Chavarri, y los militantes del Comando de Organización (C.d.O): Rogelio Cuesta, Carlos Dominguez y Manuel Segundo Calabrese.

Salud Pública dio a conocer un listado en el que figuran 4 fallecidos más, de quienes se desconoce a qué sector pertenecían: Antonio Aquino, Pedro Lorenzo López González, Hugo Sergio Larramendia y Daniel Santana.

La hipótesis de masacre premeditada también se cae cuando vemos que los muertos son cuatro de cada bando. Esta fría cifra da cuentas que hubo enfrentamientos que cobraron vidas de ambos lados y por supuesto también victimas de esa enorme mayoría de peronistas que había concurrido a recibir a su líder.

La opinión de un catedrático

Voy a citar la opinión de Samuel Amaral, Doctor en Historia por la UNLP y miembro de la Academia Nacional de Historia, quien publicó en la revista Todo es Historia Nº518 una extensa nota sobre el tema. Dice Amaral: “La supuesta masacre de Ezeiza, es un paradigma creado por el aparato propagandístico de FAR y Montoneros a través de una solicitada que publicaron en los diarios pocos días después”.

“En síntesis, el 20 de junio de 1973, hubo en Ezeiza enfrentamientos armados e incidentes de extrema violencia, pero no hubo una masacre; ya que los hechos estuvieron localizados en un pequeño sector y afectaron a una porción decididamente menor de los concurrentes. Mucho menos puede decirse que haya habido una masacre premeditada, ya que los incidentes se produjeron por la entrada tardía, por un lugar no autorizado, de una columna cuyos desplazamientos fueron amenazantes para la custodia del palco y en consecuencia para la presencia de Perón en él.

A modo de conclusión

Para Mario Firmenich, el balance fue positivo: “Nosotros sí fuimos con un plan político bien deliberado, que cumplimos, que era copar políticamente el acto.(…) Lo copamos. El acto más grande de la historia argentina, fue un acto no digo montonero. Fue un acto peronista dominado políticamente por la expresión de los Montoneros”

Algunos de los defensores del palco, todavía perciben su acción, como “el día que derrotamos a los montoneros”.

Para quien escribe, que ese día participó como uno de los cinco mil jóvenes armados de Firmenich, la conclusión es: Ezeiza es el caso más extremo de lo que es capaz la idiotez y la miopía de los grupos sectarios (de ambos lados) por disputar espacios simbólicos, cagándose en el sentimiento de todo un pueblo que ese día había concurrido con la enorme alegría de recuperar a su líder después de 18 años de exilio.

** Aldo Duzdevich es autor de “Salvados por Francisco” y “La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron”

lunes, 7 de diciembre de 2020

La ideología de PERÓN es contradictoria con nuestra ideología porque nosotros somos socialistas / Mario FIRMENICH ***

 


El día que FIRMENICH propuso reemplazar a PERÓN: “Su ideología es contradictoria con la nuestra” titulo original de la nota ***

La definición causó desconcierto en las filas montoneras y llevaría poco después a la fractura de la corriente

“La conducción estratégica para Perón (…) es unipersonal, es el conductor y los cuadros auxiliares. Eso es contradictorio con un proyecto de vanguardia, en donde la conducción la ejerce una organización, no un hombre, no hay conductor. A partir de allí, del desarrollo de nuestro proyecto, y de nuestra intención tal vez ‘desmedida’, de ser conducción estratégica, surgen confrontaciones o competencias de conducción.”

“La contradicción con Perón es insalvable. Su solución ideal sería que Perón optara por admitir que la historia va más allá de su proyecto ideológico y que nosotros somos los hijos objetivos del Movimiento Justicialista; y que entonces resignara su proyecto ideológico adecuándose a esa realidad. PERÓN SABE QUE NUESTRA POSICIÓN IDEOLÓGICA NO ES LA MISMA QUE LA DE ÉL, y de ahí que tiene una contradicción que vaya a saber como la resolverá.”

Así hablaba Mario Eduardo Firmenich ante una expectante audiencia de cuadros medios de Montoneros a mediados de noviembre de 1973. Había convocado a los “responsables” de los frentes, UES, JUP, JP y JTP (a saber: Unión de Estudiantes Secundarios, Juventud Universitaria Peronista, Juventud Peronista y Juventud Trabajadora Peronista), “encuadrados” en la organización para explicar el nuevo documento de línea política, posterior a la fusión FAR-Montoneros, que los militantes bautizaron como “el Mamotreto” por lo denso de su texto.

Peron decía que el sectarismo y la soberbia son la tumba de la conducción. Sin embargo, la soberbia fue y sigue siendo una característica personal de Firmenich y de muchos de los cuadros que lo acompañaban. Y había algunas razones para sentirse soberbio. A los 25 años dirigía una organización que en ese momento, ya tenía algunos centenares de jóvenes armados. Que un mes antes había masacrado a balazos jefe de la CGT José Ignacio Rucci cuando salía de su casa rodeado de trece guardaespaldas que no pudieron hacer nada. Una organización que movilizaba miles de jóvenes en todo el país. Que disponía cargos de gobierno en siete provincias y manejaba las principales universidades. Muchas razones, a los 25 años, para sentirse todopoderoso y tener la “intención tal vez desmedida” de disputarle a Perón la conducción del peronismo.

El texto completo de la exposición de Firmenich, que lleva por título “Charla a los Frentes”, puede leerse en “Documentos 73-76”, una recopilación de Roberto Baschetti, publicado por la editorial Campana de Palo.

En ese momento, Montoneros manejaba un doble discurso. Públicamente la tapa de su revista “El Descamisado” el 13/11/72 proclamaba en letras catástrofe “Aquí manda Perón”. Para adentro de la organización se “bajaba” una línea que justamente era lo contrario.

Dice por ejemplo Firmenich citando a un inesperado periodista. “Hace poco, Mariano Grondona en un artículo dijo que los jóvenes peronistas recién se estaban haciendo peronistas ahora, porque recién estaban conociendo a Perón…cosa que es objetivamente cierta” “…con Perón teníamos una serie de coincidencias en la época de la Resistencia”…”Hoy Perón está aquí, Perón es Perón y no lo que nosotros queremos”. Y en un arrebato de sinceridad reconoce “hay que profundizar su pensamiento, cosa que en rigor generalmente no conocemos (…) está escrito en una cantidad de libros, discursos, cartas (…) incluso un libro que la mayoría de nosotros no ha leído: La Comunidad Organizada, que fija el pensamiento filosófico de Perón, es la ideología de Perón”.

La tercera posición ideológica está equidistante entre el demo liberalismo capitalista y el socialismo internacional marxista; eso es la tercera posición. Eso se expresa a través de un estado que sea económicamente libre y políticamente soberano, (…) donde impere la justicia social garantizada por un Estado fuerte; un Estado poderoso que estatiza una serie de resortes de la economía, que la planifica de tal modo de recortarle la expansión al capital; es decir humanizar el capital (…) y constituir un Estado en el que participen organizadamente los distintos sectores sociales (…) eso es el Justicialismo. (…) En rigor lo que Peron define como socialismo nacional es el Justicialismo.” Aún hoy en el 2020 esta definición del Justicialismo resulta acertada y revolucionaria; pero no era ideología adoptada por Montoneros.

Para los dudosos, Firmenich aclara: “Hay que tener claro qué es la ideología. Es un proyecto socio-económico-político que representa en forma cabal los intereses de una clase determinada. Resulta de ello que nuestra ideología es el socialismo, porque el socialismo es el estado que mejor representa los intereses de la clase obrera”.

La ideología de Perón es contradictoria con nuestra ideología porque nosotros somos socialistas (…) para nosotros la Comunidad Organizada, la alianza de clases es un proceso de transición al socialismo”. (...)”Estas contradicciones nosotros las hemos descubierto hace muy poco y creemos que Perón también las ha descubierto hace muy poco”.

Sumado a la idea de vanguardia revolucionaria que lidera la lucha de clases para llegar al socialismo, Firmenich explicita su concepción militarista. “La única acumulación de poder válida es el poder militar del pueblo, el Ejercito del Pueblo (…) Hay que hacer un calculo estratégico; un guerrillero equivale a 10 soldados regulares, el país tiene alrededor de 200 mil soldados regulares. Nosotros para equilibrar necesitamos 20 mil hombres armados. Estamos lejos. Lograrlo en seis meses es imposible. En un año y medio es mas o menos posible. Lograrlo en dos años es posible (…) de todos modos llegado el momento de fractura tal vez debamos replegarnos a la defensiva estratégica”. Montoneros apostaba al “momento de fractura” que efectivamente llegó dos años después.

Luego de una hora de charla, vinieron las preguntas. Aunque la invitación había sido para los más permeables, excluyendo deliberadamente a los de “desviación peronista-movimientista”, varios manifestaron inquietud por lo escuchado.

Uno de los presentes, preocupado por “cómo se lo explicamos a la gente”, dijo: “El problema que yo veo es cómo se les baja esto a los compañeros, porque si les bajamos lo del problema ideológico se pueden generar muchas confusiones” . Otro expresó: “La dificultad frente a todo esto se presenta ante las explicitaciones públicas de esta política. Y los compañeros cuando se pongan ante un micrófono y les pregunten qué piensan de Perón, se van a ver en figurillas (…) Esta es la contradicción entre lo que se asume para adentro y lo que se asume para afuera”.

Firmenich responde: “A uno le podrás tal vez explicar todo, a otro le tendrás que explicar de a poco. Le tenés que explicar por qué vos estás en desacuerdo con Perón en algunas cosas y sin embargo seguís siendo peronista (…) Tenés que distinguir los distintos niveles de conciencia de los compañeros (…) A los que comiencen con desviaciones ‘alternativistas’ les va a ser mas fácil de comprender…. Y al que manifieste tendencias al movimientismo, seguramente les va a resultar más difícil... (…) Por ahora, el punto primero de la explicación es esto: ¿quién es el conductor de este proceso? Perón.(…) entonces uno puede fundamentar su desacuerdo parcial y hacer la venia igual. El día que Perón diga ‘estos tipos, fulano y mengano, son unos infiltrados, quiero que se vayan del Movimiento’, ahí veremos qué hacemos. Por ahora no se presenta esa situación.” Allí alguien acota: “O sea, en síntesis, aquí manda Peron”. “Exacto” Responde Firmenich.

Dos meses después, gran parte de los militantes “con desviaciones movimientistas” rompían con Firmenich y formaban la JP Lealtad y Montoneros Soldados de Perón, llevándose aproximadamente un 40% de los viejos cuadros militantes.

El 1º de Mayo, la cúpula montonera decide que era el momento de ir a confrontar públicamente con Peron y su gobierno.

Hasta el día de su muerte Perón se siguió reuniendo en público y en privado con la dirigencia de Montoneros para tratar de persuadirlos de que guardaran las armas y lo dejasen gobernar. Los “muchachos”, como él los llamaba, debían esperar un poco más, que llegara su tiempo; su plan era el trasvasamiento generacional, para eso les había dado tanto espacio en el gobierno, para que se fuesen fogueando en la tarea de gobernar.

Pero definitivamente Montoneros estaba en otro proyecto, que bien explicó Firmenich en su charla, ser la vanguardia del proletariado en su lucha hacia el socialismo y construir un ejército para derrotar a las fuerzas armadas, cuando llegase el “punto de fractura”. El 24 de marzo, no hubo 20 mil irregulares en armas, ni las masas volcadas a la guerra civil . Para ese momento, por su enfrentamiento con Perón y el peronismo, Montoneros había perdido todo apoyo popular. La cúpula se “replegó” al exterior para desde allí dirigir una guerra imaginaria. Mientras aquí las fuerzas armadas ejecutaban su siniestro plan que no era de guerra sino de cacería.

Las miles de víctimas, lejos de llamar a la reflexión, hoy sirven para reforzar la soberbia de algunos que pretenden reafirmar su razón con la frase “la mayor cantidad de muertos los pusimos nosotros”. A veces la soberbia no es una enfermedad que se cura con los años.

***Por Aldo Duzdevich

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jueves, 3 de septiembre de 2020

03-sept-1971: El día en que Perón se reencontró con el cuerpo de Evita **



En 1957, el cadáver había sido trasladado en secreto a un cementerio de Milán. El 3 de septiembre de 1971, hace hoy 49 años, el general Lanusse hizo reintegrar los restos como gesto de “buena voluntad”.
-Sí –dijo Perón conmovido– es Eva.
El general, con su corazón, ya ajado, sacudido por la emoción, firmó con ímpetu las actas que daban fe de ese acto casi íntimo y ante pocos testigos: el cuerpo de Eva Perón, la mujer que había acompañado con fervor y fanatismo su aventura política entre 1945 y 1952, el año de su joven muerte a los 33 años, volvía a sus manos, embalsamada por el talento del médico español Pedro Ara y ultrajado por los militares que lo robaron el 22 de noviembre de 1955, dos meses después del derrocamiento de Perón.
Todo ocurrió hace cuarenta y nueve años, el 3 de septiembre de 1971, en la residencia “17 de Octubre”, en el 5 de la calle Navalmanzanos, del barrio madrileño de Puerta de Hierro, sede del exilio español de Perón. Y todo estuvo a punto de fracasar por el idiotismo inclaudicable de José López Rega, que entonces ejercía con talento su oficio de alcahuete y no se había convertido en el criminal superministro que, tres años después, aspiraría a heredar a Perón junto a su viuda, María Estela Martínez.
Primero, teatral y vacuo, López Rega gritó: “¡Jefe, no es Eva!”. Luego, rechazado por Perón, se acercó al ataúd con un soplete para abrir la carcasa de aluminio que lo protegía. Tuvieron que avisarle que una leve llama podía hacer arder al cadáver, dado los químicos usados por Ara para embalsamarlo. Hubo que recurrir a un par de caseros abre latas para dejar el cuerpo al descubierto.
Minutos después, el sacerdote italiano Giulio Madurini, superior general de la Compañía de San Pablo en Italia, puso en manos de Perón el gran rosario de oro que el papa Pío XII había regalado a Eva Perón en 1947, en ocasión de su visita al Vaticano. “Yo lo veía a Perón muy emocionado –dijo Madurini a este diario en 1997-. Se mostró sorprendido y contento cuando le di el gran rosario. Me lo agradeció. Hablamos en italiano”.
El padre Madurini tenía aquella reliquia en su poder porque horas antes la había puesto en sus manos el coronel Héctor Cabanillas, que había sido responsable de la operación secreta que llevó el cadáver de Eva Perón al Cementerio Maggiore de Milán, donde fue enterrada con el nombre falso de María Maggi de Magistris, después de haberlo sacado del país con esa identidad falsa en el buque Conte Biancamano en abril de 1957.
Cabanillas, que guardó el secreto durante catorce años y no lo confió siquiera a su familia, fue el encargado en 1971 de desandar el camino trazado en 1957 para restituir el cadáver a Perón, por pedido del entonces presidente de facto, general Alejandro Lanusse, involucrado directamente en la operación de ocultamiento del cuerpo y de su devolución.
¿Cómo estaba Lanusse en el secreto y qué tenía que hacer en la entrega del cuerpo de Eva Perón el superior de la Compañía de San Pablo en Italia?
Un mes después del derrocamiento de Perón, el 15 de octubre de 1955, Juana Ibarguren, madre de Eva Perón, asilada en la embajada de Ecuador, autorizó por escrito al gobierno de Eduardo Lonardi a dar sepultura a su hija, por entonces en un salón del segundo piso de la CGT.
En noviembre, y en un golpe palaciego, Lonardi fue derrocado por el general Pedro Eugenio Aramburu que mantuvo el compromiso firmado con Juana Ibarguren. Aramburu y su ministro de guerra, Arturo Ossorio Arana, pidieron al coronel Cabanillas que se hiciera cargo del traslado del cuerpo, como aseguró a este diario en 1997 su hijo, el entonces general de brigada Eduardo Cabanillas. El cadáver fue a parar a manos del jefe de la SIDE, coronel Carlos Moori Koenig, un desquiciado que ultrajó el cuerpo y lo convirtió en objeto de exhibición para sus amistades.
En 1957, por fin, Cabanillas organizó la operación de traslado del cadáver de Eva Perón a Milán. Artífice del andamiaje secreto fue un cura paulista, el padre Francisco “Paco” Rotger, que había casado a Lanusse con Ileana Bell, y que era su confesor cuando Lanusse era jefe del regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, custodia del presidente Aramburu. Una trama perfecta.
Rotger habló con su amigo, Eugenio Pacelli, que en 1957 era el Papa Pío XII. Y la Iglesia se encargó de todo. Envió a Buenos Aires al sacerdote Giovanni Penco, superior de la Compañía de San Pablo, que se entrevistó con Cabanillas y se encargó de arreglar el entierro de Eva Perón bajo una falsa identidad. “A Penco lo envió el Papa”, dijo Cabanillas hijo en 1997. El sacerdote italiano guardó el secreto y lo confió luego a su sucesor, el padre Madurini.
Aquellos años turbulentos y los hechos que rodearon la salida de Buenos Aires y el entierro clandestino de Eva Perón en Milán, están relatados en “Secreto de Confesión”, del periodista Sergio Rubin, un libro imprescindible para comprender, o al menos para intentarlo, aquel país de delirios.
En 1971 Lanusse decidió devolver a Perón el cadáver de su segunda esposa por varias razones. Lo hizo, reveló hace más de dos décadas su viuda, con la total anuencia del entonces Papa Paulo VI, Giovanni Battista Montini, que era el arzobispo de Milán en 1957 cuando Eva Perón fue enterrada como María Maggi de Magistris en el Cementerio Maggiore.
La primera razón por la que Lanusse decidió restituir el cuerpo de Eva Perón a su esposo fue para mostrar un gesto de buena voluntad hacia Perón, con quien se iba a medir en los años por venir, de camino a la normalización institucional del país quebrada en 1966 por la “Revolución Argentina”.
Segunda razón, Aramburu había sido secuestrado y asesinado por la guerrilla peronista “Montoneros” entre mayo y junio de1970, luego de haber sido sometido a un “juicio revolucionario”, según sus captores.
Aramburu fue acusado por Montoneros de la desaparición del cadáver de Eva Perón y, en el comunicado número 5 que dieron a conocer ya con Aramburu asesinado, expresaron: “El cuerpo de Pedro Eugenio Aramburu sólo será devuelto luego de que sean restituidos al pueblo los restos de nuestra querida compañera Evita”.
Luego de conocido el asesinato de Aramburu, el coronel Cabanillas, uno de los dueños del secreto, empezó a recibir entonces “presiones” de Montoneros. ¿Confió Aramburu a sus captores el nombre de Cabanillas? Aramburu sabía dónde estaba enterrada Eva Perón. Lo confió a este diario en 1997 la viuda de Lanusse, Ileana Bell: “Mi marido, Aramburu y el padre Rotger eran los únicos que sabían dónde estaba. Yo tampoco lo sabía”.
Dos personas más conocían el secreto: el coronel Cabanillas, que guardaba en una caja de seguridad toda la documentación del caso y el sitio de la tumba en el Cementerio Maggiore, campo 86, tombino 41, y el suboficial del Ejército Manuel Sorolla, que en 1957 había tomado parte de la operación de ocultamiento del cadáver.
Si Aramburu conocía el destino de los restos de Eva Perón, no lo dijo a sus captores en el simulacro de “juicio” al que lo sometieron antes de asesinarlo. Según las diferentes versiones que dio Montoneros, y según quién la cuente, Aramburu dijo: “Evita está en Italia. Pero yo no sé dónde. Y si supiera, no se los diría”, relató en su momento Roberto Perdía. Mario Firmenich dijo que Aramburu sólo reveló que el cuerpo estaba enterrado “en un cementerio de Roma”.
Si algo de todo eso es cierto, en el umbral de su muerte Aramburu mantuvo ante sus verdugos el secreto, un secreto militar, sobre el destino del cuerpo de Eva Perón.
El tercero de los motivos que apresuraron la entrega del cuerpo a Perón por parte de Lanusse fue la certeza de que Montoneros y la CGT estaban sobre la pista del cadáver.
Hay registros de dos viajes a Milán de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT, y el padre Madurini, heredero del secreto de su antecesor, el padre Giovanni Penco, recordaba que en junio de 1971 entraron ladrones a su oficina de la Compañía de San Pablo; ladrones que no robaron nada, pero que sí revolvieron toda la documentación. Lo que casi con seguridad buscaban, no estaba en esas oficinas: Madurini había guardado todo en una carpeta sellada que había entregado en custodia a una enfermera de apellido Orlandini.
El padre Madurini fue una de las personas ante quien se exhumó el cuerpo de Eva Perón en el cementerio Maggiore de Milán el 1 de septiembre de 1971 en el primero de los pasos para cumplir con la entrega del cuerpo a Perón. Junto al sacerdote estaban Cabanillas y Sorolla.
El ataúd fue abierto en un carrito de transporte. Al ver la figura de Eva Perón embalsamada, los sepultureros gritaron “¡Milagro, milagro!” ante la inquietud de Cabanillas y la explicación que dio Madurini: les dijo a los sepultureros que el embalsamamiento era una costumbre muy extendida en América del Sur.
El ataúd fue cargado en un furgón Citroen de la funeraria milanesa Fuseti, con el chofer Roberto Germani al volante y Sorolla como custodio, dispuestos ambos a hacer el largo viaje Milán-Madrid. Mientras, Cabanillas y Madurini corrían al aeropuerto de Linate para viajar en avión a Barajas.
El furgón recorrió casi mil quinientos ochenta kilómetros y atravesó Génova, Savona, Mónaco, Montpellier, Perpiñán hasta La Junquera, un municipio español de la provincia de Gerona, fronterizo con Francia.
Allí, y pese a sus protestas, el chofer Germani fue relevado de su misión: la Guardia Civil se hizo cargo del transporte de los restos de Eva Perón en un operativo coordinado por las autoridades del gobierno de Francisco Franco y el embajador argentino en Madrid, brigadier general Jorge Rojas Silveyra.
Rojas Silveyra había sido nombrado por Lanusse especialmente para vérselas con Perón. En 1997 se definió ante Clarín: “Odio tanto a los peronistas como a los radicales. Soy conservador orejudo, partidario del fraude, la violencia y el entreguismo, que era cuando el país mejor andaba”.
Cuando Lanusse le anunció su destino de diplomático, Rojas Silveyra le dijo entristecido: “No, Cano… No podes hacerme esto…”.
“Sí, puedo –le dijo Lanusse– porque sos el único tipo que conozco que es más gorila que yo”.
En la tarde del 3 de septiembre de 1971 y ya en tierra española, el cortejo con el cuerpo de Eva Perón cubrió el trayecto entre Barcelona y Madrid, custodiado con discreción, aunque la operación ya no era un secreto: ante el furgón se cuadraban todos los miembros de la Guardia Civil que le veían pasar.
Por fin, entró a la capital española poco antes de las ocho de la noche del 3 de setiembre. Poco antes de enfilar hacia Puerta de Hierro, Sorolla quitó del féretro la chapa de bronce con el nombre “María Maggi de Magistris” y colocó otra que decía: “María Eva Duarte de Perón”.
Hubo una última espera decretada sólo por el rigor histórico de los militares argentinos al frente de la operación: el ataúd estuvo a punto de llegar a Puerta de Hierro a las ocho y veinticinco de la noche, las 20.25 que la historia oficial fijó como la de la muerte de Eva Perón el 26 de julio de 1952. Para evitar coincidencias azarosas e inquietantes, el furgón entró a la residencia de Perón después de esa hora.
Cabanillas entregó los restos a Perón. El ataúd fue abierto ante los testigos: Perón, su entonces delegado personal, Jorge Daniel Paladino, María Estela Martínez de Perón, “una persona que dijo llamarse López Rega”, dice el acta, Rojas Silveyra, dos sacerdotes mercedarios amigos de Perón y el sacerdote Alessandro Angeli, que no era otro que el padre Madurini que actuó durante toda la ceremonia con ese nombre falso: “Usé Alessandro, que es mi segundo nombre, y Angeli porque mi padre se llamaba Angelo”, dijo a Clarín en 1997.
Sin embargo, el largo peregrinaje del cuerpo de Eva Perón no había terminado. Todavía iba a estar atado a los vaivenes y delirios de la vida política argentina.
El 15 de octubre de 1974, tres meses y medio después de la muerte de Perón y con su viuda en la presidencia, Montoneros secuestró del cementerio de la Recoleta el ataúd con los restos de Aramburu y exigió a cambio la restitución del cuerpo de Eva Perón.
Dos días después, el cuerpo viajó de Madrid a la Argentina, donde fue recibido por Isabel Perón y López Rega y una banda de civiles que hicieron ostentación de su armamento pesado y pasó a reposar en una cripta en la Quinta presidencial de Olivos, junto al féretro de Perón.
Tras el golpe militar del 24 de marzo de 1976, el cadáver de Eva Perón fue depositado en la bóveda de la familia Duarte, en Recoleta, a seis metros de profundidad y bajo una gruesa plancha de acero.
Cuando casi todos los protagonistas de esta historia, y muchos de sus testigos, han muerto ya, el eco del pasado trae una última, pequeña anécdota; un diálogo entre Perón y Rojas Silveyra en cálida noche madrileña: una extraña comunión entre enemigos.
Perón tomó del brazo al brigadier y le dijo: “Venga Rojitas”. Salieron al jardín de la residencia y caminaron juntos un trecho.
-Señor –le dijo Rojas Silveyra, que no quería adjudicarle a Perón grado militar alguno, usted está llorando…
-Mire –contestó Perón, yo he sido con esta mujer mucho más feliz de lo que todo el mundo cree.

** © Alberto Amato