A 80 años del 17 de octubre de 1945, crónica del día en que en el país asomaba a una nueva era. Una jornada que dejaría su huella en la historia. La multitud marchó desde los suburbios a la Plaza de Mayo en reclamo de la libertad de Perón, el "coronel del pueblo".
Ya desde los días previos al 17 de octubre de hace 80 años se incubaba un fenómeno que la política argentina desconocía hasta entonces. Y que estallaría con una fuerza volcánica hacia la medianoche de esa jornada. Tan novedoso era el mensaje naciente que aún no tenía nombre. Sin embargo, estaba pariendo ahí, a la vista de todos, en una Plaza de Mayo restallante, ante una multitud dispuesta a dejar constancia de su existencia.
Al anochecer nadie se movía un centímetro de sus lugares, pese a la fatiga acumulada en un día caluroso, húmedo y, sobre todo, prolongado. Entre las luces mortecinas de los faroles de la Plaza, algunas antorchas encendidas flameaban como si insinuaran el auspicio de un nuevo tiempo.
Con canciones ingenuas, improvisadas algunas, otras ensayadas a lo largo de la jornada y otras más ya probadas en mítines anteriores, sin quererlo la muchedumbre le daba aires de verbena a esas horas de complejas y tensas negociaciones en la Casa de Gobierno, en las cuevas políticas y en los cuarteles
Más allá de los coros y la picaresca colectiva de los manifestantes, que aún no sabían del protagonismo que estaban ganando, había un reclamo innegociable: que apareciera "el coronel del pueblo", por quien bramaban con insistencia desde horas tempranas.
Ese hombre, el coronel Juan Domingo Perón, había sido apartado de todas las funciones ejecutivas de la administración surgida del golpe militar del 4 de junio de 1943. No era uno más en los elencos del poder: ejercía la estratégica Secretaría de Trabajo y Previsión, la jefatura del Ministerio de Guerra y la vicepresidencia de la Nación.Lo que se dice el hombre fuerte de la Casa Rosada, en manos formales del presidente Edelmiro J. Farrell, como presunta garantía de un equilibrio de las tendencias militares en pugna, básicamente nacionalistas, liberales y unos pocos "profesionalistas"
Pese a los desmentidos que ensayaban algunos influyentes sectores del gobierno, Perón estaba preso en la isla Martín García, removido por el recelo que despertaba en muchos de sus camaradas de mando. Por él y su detención, la calle había amanecido alborotada y así se mantendría a lo largo de una fecha que partiría en dos la historia argentina. Para siempre.
Curiosamente, cuando las primeras sombras de la noche señalaban el epílogo del más largo día en los recurrentes ajetreos domésticos, amanecía un nuevo escenario, en consenso con las demandas de la posguerra y los nuevos diseños políticos y sociales del Estado de Bienestar. Y se profundizaba una antigua discordia entra la ciudad portuaria y un sector del interior de escasa productividad, marginado de la renta generada por una economía básicamente agroexportadora: una puja distributiva alimentada, además, por diferencias sociales y culturales que hacían de la Argentina un país de asimetrías profundas
Transformado, asimismo, por un alud inmigratorio que modificaría su composición social de manera dramática desde finales del siglo IX. Y que anualmente empujaba, según registros estadísticos de la época, a unas 150.000 personas a radicarse en las márgenes de la gran urbe hasta modificar su fisonomía social y productiva. Aquel 17 de octubre aparecerían súbitamente en la Plaza añejas asignaturas de cuestiones irresueltas, recalentadas por el fervor de las multitudes callejeras, que llegaban desde los suburbios fabriqueros.
El país estaba dividido desde mucho antes del fenómeno popular que desde el amanecer fluía en columnas obreras, camiones atestados, tranvías desbordados, en barcazas o a nado por el Riachuelo, que le harían afirmar al historiador Félix Luna, en "El 45", su oba más citada y más leída: "No hay nada en nuestra historia que se parezca al 17 de octubre".
Aun así, muchos llegaron a conclusiones apresuradas. La 5te edición del popular diario Crítica, por ejemplo, con la manifestación recién organizándose, titularía en dos líneas a nueve columnas en su formato sábana: "Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población", fallida conjetura acompaña de una imagen trucada, con poca gente en la Plaza. Luna calificaría sin medias tintas la movida editorial: "…una fotografía que era canallesca desde el aspecto de la ética periodística". Para fake news, las de antes.
En términos políticos estaba en proceso de construcción un fenómeno que, en pocos años más, se llamaría peronismo, una poderosa fuerza que marcaría a fuego la vida del país durante al menos 30 años en su versión originaria, a veces con un sesgo prepotente y autoritario; en otras, azotado por la violencia institucional de las intervenciones militares.
Ese segmento naciente estaba compuesto por actores diversos, pero básicamente habitantes de la Argentina profunda. Sectores sociales marginados y empobrecidos que venían a probar suerte en las márgenes de la ciudad opulenta, dispuestos a emplearse en los puestos de trabajo de la nación industrial en ciernes, aun sin identidad ni pertenencia definidas, y vacante en términos políticos.
Esa energía nueva, expresión de cambios culturales profundos, con el tiempo iría perdiendo su espíritu plebeyo, reformista y transgresor hasta sufrir, en el largo tránsito a nuestros días, deshonras varias en su estirpe originaria.
En lo social y cultural nacía un proletariado autóctono, que tributaba a las leyes y beneficios que había alcanzado de la mano del "coronel del pueblo", ajeno a las rebeldías anárquicas y contestatarias de las corrientes inmigratorias de los sindicatos europeos de izquierda, propios del siglo XVIII y XIX. La clave de la jornada sería el viraje que los trabajadores de la Argentina de posguerra darían a partir de entonces: se reubicarían ideológicamente en sus prácticas laborales y también en sus mítines celebratorios.
Hasta entonces, la izquierda ortodoxa ocupaba las calles para enarbolar la identidad de un proletariado beligerante, combativo, que abominaba de las leyes capitalistas y promovía una querella continua con las empresas, a pesar de que años antes el presidente Roca había impulsado la Ley de Residencia (1902) para facilitar la expulsión de esos díscolos inmigrantes obreros.
Desde una identidad todavía en proceso de construcción, las nuevas masas trabajadoras, alineadas con Perón, transformarían los 1° de Mayo y harían de los aniversarios siguientes del 17 de Octubre un día de gran euforia callejera y popular, coronada por bailes y murgas, bajo consignas a veces ramplonas, pero de un sentimiento profundo, para desconsuelo de una izquierda extraviada, que terminaría refugiada con los grandes conglomerados liberales de la época. Eran consignas alejadas de la crispación y reflejo de una clase trabajadora más agradecida que promotora del encono y la furia.
*Yo te daré/ te daré Patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con P/ ¡Peróoooooon!. (tomado de una antigua canción española "Te daré café", recreada en las canchas de fútbol con el jugador Mario Boyé, entonces de Racing, equipo campeón en 1949-1950-1951, asociado a la gloria peronista)
*Perón no es un comunista/ Perón no es un dictador/ Perón es hijo del pueblo/ y el pueblo quiere a Perón." (Con música de "La Mar estaba serena")
*"Salite de la esquina/ oligarca loco/ que el pueblo no te quiere/ y Perón tampoco". (Con aire de las clásicas zarzuelas españolas)
*"Aunque caiga un chaparrón, todos, todos con Perón" (coreado el mismo 17 cuando amagaron unas pocas gotas)
*Con Perón y con Mercante, el pueblo va adelante" (El coronel Mercante tuvo decisiva participación en la jornada del 17 y en la liberación de Perón. Ya con el peronismo en el gobierno, sería gobernador de la provincia de Buenos Aires)
Nadie había visto venir con claridad ese nuevo actor social, o al menos no habían evaluado bien el ímpetu de su vocación para irrumpir en la historia ni el sentido político de la gratitud a la gestión de Perón en la secretaría de Trabajo y Previsión. Aquellos manifestantes originarios pondrían algo más que "las patas en la fuente" de la Plaza de Mayo para aliviar sus pies hinchados por el agobio de la jornada, y los largos caminos recorridos desde los suburbios bonaerenses, sumados a la dilatada espera al pie de los balcones de la Casa Rosada.
No lo sabían, pero el simbolismo de una nueva representatividad que ellos encarnaban construía un amplio espacio cuestionador del poder de la vieja Argentina conservadora.
Al mismo tiempo, transformaban el naciente proletariado urbano y asalariado en un actor político fundamental de la segunda mitad del siglo XX. Con las nuevas políticas públicas se consolidaba el obrero industrial urbano, sindicalizado, con salario regular, aguinaldo y vacaciones pagas, derechos que lo protegían como fuerza de trabajo.
La discusión venía de antes, pero el 17 la detonó. Confrontaban dos ideales y dos modelos de "pueblo", que se excluían y desconocían mutuamente. Unos veían en "los otros" sólo "oligarcas y niños bien"; desde la vereda de enfrente despreciaban a "las turbas iletradas y groseras", amenazantes para la paz social. Un "aluvión zoológico". No había conciliación posible.
Las clases medias y altas, los intelectuales, y universitarios veían en los gestos y modos de vestir de ese sector "un estridente mal gusto": los llamaban "cabecitas negras" por sus pelos oscuros y su piel cetrina, clásica de las estirpes provincianas de trabajo chacarero, siempre con el sol de testigo.
Ese país se había expresado en la Marcha de la Constitución y la Libertad, de un mes antes, el 19 de septiembre, cuando una multitud marchaba desde el Congreso hasta Recoleta, cantaría a voz en cuello el himno de La Marsellesa y. bajo la inspiración del embajador de EE.UU. en la Argentina, Spruille Braden, quien se iría del país cuatro días después para cumplir otras funciones diplomáticas para Washington, había sembrado la semilla para desterrar lo que consideraban "el peligro nazi fascista de Perón".
Es cierto que las semillas de tanto rencor se habían plantado ya al cobijo de una consigna prejuiciosa y disociadora: "Alpargatas sí, libros no".
El 17, desde la mañana, los caminos se cruzarían de modo dramático. Los obreros se habían anticipado en un día a la huelga general convocada por la CGT para rescatar a Perón de una conspiración palaciega urdida por el general Eduardo Avalos, rival de Perón en el Ejército, antiguo cofrade del coronel en la movida golpista de 1943; el marino Héctor Vernengo Lima y, según el sociólogo Juan Carlos Torre en su compilación sobre el 17 de octubre de 1945 (Editorial Ariel,1996), la maniobra involucraba a un sector del radicalismo representado por el cordobés Amadeo Sabbatini.
Alguien había puesto el pie sobre un hormiguero humano, que saldría a las calles a buscar su destino.Con Perón ya liberado y en el Hospital Militar, trasladado desde Martín García por sus leales con la excusa de un falso diagnóstico que requería asistencia urgente, el general Avalos intentaría un arriesgado gambito para que su asonada no desfalleciera. A todo o nada, aparecería en los balcones de la Casa de Gobierno. Una multitud lo sepultaría bajo una rechifla pesada como una lápida, y un grito ensordecedor: "¡Queremos a Perón, Perón sí/ otro no!" El coronel intuyó de inmediato que su enemigo interno lo ayudaba a cruzar el Rubicón de la leyenda.
Acorralado, el presidente Farrell quebraría una ambigua actitud: "Traigan a Perón ya, terminemos con esto antes de que sea tarde". Avalos, intentaría argumentar. "Basta -le gritaría Farrell, sin la discreción de la media voz, mientras veía a lo lejos la plaza estallada de gente- … que venga Perón". Perón fue. Y le preguntó a su superior. "Sí, presidente. ¿Me mandó a llamar?". Farrell respondería en tono conciliador: "Usted ganó, ¿qué quiere, Perón"?
Sin una sola mueca triunfalista, pero sabiéndose que los dioses estaban de su lado, Perón dijo, según casi todas las fuentes de la época, palabras más, palabras menos: "Le ofrezco mi renuncia, convoquemos a elecciones libres. Ya hemos cumplido nuestra misión. Es hora de escuchar al Pueblo".
"De acuerdo", aceptó Farrell, antes de darle un abrazo como señal definitiva del armisticio. "Ahora salga y calme a esta gente antes de que nos prendan fuego a todos". En ese instante moría el 4 de junio de 1943 como génesis de un nuevo movimiento. El círculo se cerraba justo cuando el 17 de octubre de 1945 transitaba sus minutos finales. El "coronel del pueblo" saldría entonces al balcón. La multitud lo recibiría con una atronadora ovación.
Perón sintió el llamado de la Historia. Entre vítores y aclamaciones, empezaría su discurso, una síntesis de lo que vendría. "Trabajadores: Hace hoy casi dos años dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser patriota y la de ser el primer trabajador argentino" Había nacido el peronismo.
***Por Osvaldo PEPE