sábado, 31 de agosto de 2024
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lunes, 12 de agosto de 2024
ASÍ SERÁ LA POBLACIÓN ARGENTINA EN 2100: ¿Cuántos habitantes, de qué edad y con qué nivel de estudios?
Para fines de siglo, las distintas proyecciones apuntan a una sociedad más envejecida y con pocos nacimientos. ¿Qué desafíos representa que haya cada vez menos adultos en edad laboral? ¿Qué rol cumplirá la educación? Especialistas respondieron a las consultas de Infobae
La población argentina atraviesa un momento crítico. Se lo conoce como "bono demográfico" y, se supone, debería ser el período a aprovechar: es el momento de menor cantidad de niños y adultos mayores y, por consiguiente, de mayor cantidad de habitantes en edad activa, con capacidad de trabajar y producir. Pero ese bono no dura para siempre y, de cara a una larga proyección para 2100, se espera una población argentina ya envejecida.
Hacia mediados de este siglo, dentro de unos 25 años, la Argentina asistirá a la transición demográfica. El aumento de la longevidad y una tasa de fecundidad baja (la cantidad de hijos que tiene una mujer en edad reproductiva) elevará la edad de la población paulatinamente. Hoy la edad mediana es de apenas 32,5 años. Las Naciones Unidas proyectan que en 2050 será 41,9 y en 2100 de 51,7.
Leandro González, investigador del Conicet y profesor adjunto de la Universidad Nacional de Córdoba, encaró un estudio en 2015 en el que hizo proyecciones sobre cómo será la población argentina cuando termine el siglo XXI. Según le explicó a Infobae, las estimaciones deberían tomarse con el escenario de baja fecundidad ya que en los últimos años hubo un descenso drástico en la cantidad de nacimientos. En 2015 teníamos una fecundidad moderada (2,3 hijos por mujer) y ahora es de solo 1,5.
Según su estudio publicado por la CEPAL, la población argentina tendrá un crecimiento moderado hasta mediados de siglo y rozaría los 55 millones de habitantes. Pero después de ese pico comenzaría un descenso marcado hasta llegar a los 46 millones de personas en 2100, una cifra similar a la actual.
"Las tendencias demográficas en Argentina para lo que resta del siglo parecen claras: la fecundidad debería tender a estabilizarse en torno al nivel actual o un poco más bajo, la mortalidad seguirá cayendo y eso llevará a acentuar un proceso de envejecimiento. En los próximos 10-15 años estaremos aún en un contexto de bono demográfico, pero luego el envejecimiento se acelerará", consideró Rafael Rofman, investigador principal de CIPPEC.
De acuerdo a las proyecciones que hizo González, la esperanza de vida al nacer, en 2100, será de 82,23 años en el caso de los varones y de 88,07 años en el de las mujeres. La población femenina seguirá siendo mayoritaria, con una diferencia aproximada de 650.000 mujeres.
La distribución por rango etario muestra que la tercera edad (las personas entre 65 y 79) duplicará su participación relativa a lo largo del siglo, creciendo sobre todo en el período 2025-2050. La cuarta edad, por su parte, (80 años y más) será el segmento de crecimiento relativo más vertiginoso, desde el 2,5% en 2010 hasta el 11% a fin de siglo. Los mayores de 65 representarán un 28% de la población, cuando por ahora tan solo son el 10%.
"A grandes rasgos, vamos a asistir en las próximas décadas, hasta mediados de este siglo, al fin del proceso de transición demográfica. Los que tengamos el privilegio de estar vivos de acá a 25 años, probablemente presenciaremos el comienzo de un vasto cambio de tendencia que promete poner fin a un período de crecimiento poblacional que ha durado toda la historia moderna de nuestro país", remarcó Nicolás Sacco, investigador asistente del Conicet y profesor visitante de la Universidad Torcuato Di Tella.
Según el especialista, la situación no será exactamente la misma en todo el vasto y diverso territorio argentino. Si bien el envejecimiento y la eventual disminución de la población son el escenario más probable para el futuro, el ritmo no será uniforme y las transformaciones más relevantes ocurrirán, por ejemplo, en las dinámicas familiares (por caso, aumentarán los hogares unipersonales) y los cambios en los roles de género. Lo interesante estará en seguir cómo evolucionan esas "nuevas tensiones".
En cuanto a la distribución geográfica, la tendencia actual indica que se estabilizará la población en las grandes ciudades y se potenciará el crecimiento de sus áreas suburbanas como los partidos del Gran Buenos Aires, el Gran Córdoba y el Gran Rosario. Las llamadas "ciudades dormitorio" y localidades cercanas a las grandes urbes se convertirán en ciudades medianas, absorbidas por la mancha urbana principal. Las zonas rurales, creen los expertos, seguirán poco pobladas; destinadas a la producción agropecuaria y minera.
¿CÓMO SERÁ LA EDUCACIÓN EN 2100?
El International Institute for Applied Systems Analysis (IIASA), una de las entidades más reconocidas en el campo de la demografía y el capital humano, hizo una proyección para Argentina tomando los datos poblacionales de las Naciones Unidas y los registros del último censo de 2022. Allí se observa, como es lógico, un crecimiento paulatino de argentinos con mayor nivel de estudios, que alcanzan un título de educación superior, pero que están en desventaja respecto de otros ciudadanos vecinos.
"En general, vemos una pérdida relativa de Argentina con respecto a otros países de la región. Mientras que Argentina tiene niveles relativamente altos de población con estudios terciarios, la tendencia es a retrasarse con respecto a otros países de la región. Esto representa una pérdida de competitividad en un mundo en el que el capital humano es cada vez más relevante", dijo Martín De Simone, especialista en educación del Banco Mundial, en diálogo con Infobae.
Claro que el impacto de la automatización y la inteligencia artificial aún está por verse. No se sabe de qué modo el impulso que la tecnología tomará en los próximos años afectará a la educación formal: si exigirá mayor formación tradicional o si, en cambio, valorará otras vías de aprendizaje que se alejan de los títulos terciarios o universitarios.
Por ahora, lo que se sabe es que la automatización, en general, perjudicó a los trabajadores de menor calificación y le dio ventajas competitivas a los más formados. Por el contrario, los pocos estudios sobre IA generativa muestran que las profesiones más impactadas, paradójicamente, son aquellas que requieren más años de educación formal.
Sin embargo, cree De Simone, ese impacto no es necesariamente negativo. "Desde un punto de vista más cualitativo, creo que vamos a un mundo en el que la interacción entre humanos e inteligencias artificiales se vuelve más relevante, lo que algunos autores como Ethan Mollick llaman 'co-inteligencia'. Desde esa óptica, la educación formal va a seguir teniendo un rol fundamental. Por ahora, sigue teniendo retornos muy positivos tanto individuales como colectivos. El capital humano representa la mayor proporción del capital total de los países ricos. Por ende, aspirar a alcanzar a una mayor cantidad de personas con educación formal de calidad es fundamental", consideró.
Por su parte, Juan María Segura, consultor educativo y cofundador del futuro ecosistema Área Beta, piensa que no se debe tomar la proyección de IIASA al pie de la letra porque se trata de una estimación lineal de un formato de sistema escolar que está reclamando adecuaciones a la época.
"La IA obliga a replantear radicalmente un sistema escolar modelo industrial agrupado en cohortes etarias para transformarlo en procesos de personalización que acompañen al aprendiz a lo largo de toda su vida. El actual sistema perderá todo apoyo social cuando las generaciones de estudiantes escolares de hoy sean adultos. Serán pocos los que puedan afirmar que el actual sistema haya resultado una plataforma valiosa y relevante para sus proyectos de vida", remarcó el especialista.
Según su mirada, la capacidad de aprender será una de las más requeridas en el futuro y no serán las instituciones de hoy las que podrán mantener vivo ese interés por el aprendizaje. "El actual sistema tiene más compromisos con el docente, las currículas y su propio pasado que con las trayectorias individuales de los aprendices de cualquier edad. De cara al futuro el mercado laboral demandará curiosidad para estar constantemente en diálogo con un entorno móvil de problemas y oportunidades y autonomía para poder autoconducirse en ausencia de estructuras e instituciones formales", afirmó.
¿UNA POBLACIÓN CADA VEZ MÁS VIEJA?
Se calcula que en unos diez años se terminaría el bono demográfica. A partir de entonces, la tasa de dependencia comenzaría a aumentar hasta niveles elevados en 2100. Si bien habrá menos niños porque los nacimientos también caerán, la sociedad envejecerá y pasará de 16 ancianos cada 100 adultos activos a 48 cada 100 a finales de siglo, según el estudio de Leandro González.
"Lo ideal para aprovechar el bono demográfico sería invertir en mayor calidad educativa, asegurar el término de la educación secundaria, fomentar la capacitación técnica o profesional posterior para acceder a empleos formales de calidad. Más trabajadores jóvenes y formales ayudará a incrementar los aportes previsionales para un creciente número de personas mayores", planteó el autor del estudio.
Otro aspecto que Argentina debería aprovechar para reducir los efectos de una sociedad cada vez más vieja es la migración internacional que llega al país. Casi todos los inmigrantes vienen en edades laborales y tienen o tendrán hijos en el país. Se necesitaría, entonces, facilitar su incorporación al empleo formal ya que ellos también aportarán al sistema previsional
El sistema previsional es justamente uno de los puntos que más preocupan. Es una cuestión de lógica: a medida que avanza la población en edad pasiva por sobre la activa se resquebraja el sistema y emergen los desafíos.
"Algunos de los principales desafíos están en flexibilizar el retiro del mercado de trabajo, facilitando que quienes quieran extender su actividad lo hagan (y se beneficien de ello, mejorando su jubilación). Esto se logra con incentivos, con más posibilidades de trabajo part-time, con trabajo remoto. El tema de cuidados también es crítico, y en eso Argentina está muy mal. Casi no existen esquemas de cuidados que no impliquen internación, los que hay suelen ser de mala calidad o muy caros. Hace falta diseñar un sistema y encontrar mecanismos de financiamiento sostenibles", advirtió Rofman.
También es cierto que el concepto de vejez ha mutado con el tiempo y que lo seguirá haciendo. Una persona que podía ser considerada demasiado vieja para trabajar hace 100 años hoy es alguien joven, con muchos años productivos por delante gracias a que las condiciones de salud mejoraron y a que las demandas físicas de los trabajos disminuyeron. Esa tendencia se profundizará indudablemente en las próximas décadas.
"Cada vez se da menos esta 'grieta de vida' (o de muerte). No solo hemos logrado reducir las muertes prematuras, sino que las personas ahora viven en mejores condiciones, y la experiencia de la vejez ha cambiado significativamente, como lo muestra la literatura especializada. Basta con sólo mirar videos de hace 40 años, de las personas de 40 años y compararlas con las de 40 de hoy", indicó Sacco.
El especialista mencionó que todavía es una cuenta pendiente la posibilidad de llegar bien a viejos en los estratos más pobres. "No todos los trabajos son iguales y no todas las personas llegan de igual forma a su vejez, tanto en términos de salud como económicos. Ojalá tengamos un país en donde el privilegio de una vida más prolongada llegue a todas las clases sociales", marcó.
(c) Por Maximiliano Fernández - INFOBAE
martes, 6 de agosto de 2024
Cómo la INTELIGENCIA ARTIFICIAL podría erradicar los trabajos sin sentido**
El avance de la tecnología promete automatizar tareas que muchos consideran inútiles. ¿Están las personas listas para aceptar estos cambios en sus empleos?
Cuando Brad Wang empezó su primer trabajo en el sector tecnológico,
justo después de la universidad, se maravilló de cómo Silicon Valley había
convertido la monotonía del lugar de trabajo en una suntuosidad de salas de
juegos, cabinas de siesta y frondosas rutas de senderismo. Eso es lo que debía
sentir un invitado a una fiesta en casa de Jay Gatsby, pensó Wang.
Pero bajo la ostentación había una especie de vacío. Pasó de un puesto
de ingeniero de software a otro, trabajando en proyectos que, en su opinión,
carecían de sentido. En Google, trabajó durante quince meses en una iniciativa
que sus superiores decidieron mantener aunque sabían que nunca se pondría en
marcha. Luego pasó más de un año en Facebook en un producto cuyo principal
cliente llegó a describir a los ingenieros como inútil.
Con el tiempo, la inutilidad de su trabajo empezó a molestar a Wang:
"Es como hornear un pastel que va directo al bote de la basura".
La oficina corporativa y su papeleo tienen una manera de convertir
incluso los trabajos al parecer buenos —los que ofrecen salarios y prestaciones
decentes y se desarrollan detrás de teclados ergonómicos en un ambiente
confortable y climatizado— en una monotonía que aprieta el alma.
En 2013, el ya fallecido antropólogo radical David Graeber dio al mundo
una forma distinta de pensar sobre este problema en un ensayo titulado “Sobre
el fenómeno de los trabajos de mierda”. Esta polémica anticapitalista del
hombre que había ayudado a acuñar el icónico lema “99 por ciento” de Occupy
Wall Street se hizo viral, al parecer hablando de una frustración ampliamente
sentida en el siglo XXI. Graeber lo convirtió en un libro que profundizaba en
el tema.
Sugirió que el sueño del economista John Maynard Keynes de una semana
laboral de quince horas nunca se había hecho realidad porque los seres humanos
han inventado millones de trabajos tan inútiles que ni siquiera las personas
que los realizan pueden justificar su existencia. Una cuarta parte de la
población activa de los países ricos considera que su trabajo podría ser
inútil, según un estudio de los economistas holandeses Robert Dur y Max van
Lent. Si los trabajadores consideran que su trabajo es desalentador y no aporta
nada a la sociedad, ¿cuál es el argumento para mantener esos empleos?
El interés de esta cuestión ha aumentado con el avance de la
inteligencia artificial, que trae consigo el espectro del desplazamiento
laboral. Según una estimación reciente de Goldman Sachs, la IA generativa
podría llegar a automatizar actividades equivalentes a unos 300 millones de
empleos de tiempo completo en todo el mundo, muchos de ellos en puestos de
oficina como administradores y mandos intermedios.
Cuando imaginamos un futuro en el que la tecnología sustituye el
esfuerzo humano, tendemos a pensar en dos extremos: como una bonanza de
productividad para las empresas y un desastre para los humanos que quedarán
obsoletos.
Sin embargo, entre estos dos escenarios, existe la posibilidad de que la
IA acabe con algunos trabajos que los propios trabajadores consideran sin
sentido e incluso psicológicamente degradantes. Si así fuera, ¿estarían mejor
estos trabajadores?
LACAYOS, MATONES Y MARCADORES DE CASILLAS
La forma en que los investigadores hablan de la IA puede sonar a veces
como la de un director de recursos humanos que evalúa al becario optimista de
verano: ¡muestra ser tremendamente prometedor! Es evidente que la IA puede
hacer bastantes cosas —imitar a Shakespeare, depurar códigos; enviar correos
electrónicos, leer correos electrónicos—, aunque no está nada claro hasta dónde
llegará ni qué consecuencias tendrá.
Los robots son expertos en el reconocimiento de patrones, lo que
significa que sobresalen en la aplicación de la misma solución de un problema
una y otra vez: redacción de textos, revisión de documentos legales, traducción
entre idiomas. Cuando los humanos hacen algo hasta la saciedad, se les ponen
los ojos vidriosos y cometen errores; los chatbots no experimentan hastío.
Estas tareas tienden a traslaparse con algunas de las analizadas en el
libro de Graeber, quien identificó categorías de trabajo inútil, como los
“lacayos”, a los que se paga para que la gente rica e importante parezca más
rica e importante; los “matones”, a los que se contrata para puestos que solo
existen porque las empresas de la competencia crearon funciones similares; y
los “marcadores de casillas”, que son, hay que reconocerlo, subjetivos.
Tratando de hacer más útil la designación, algunos economistas la han mejorado:
empleos que los propios trabajadores consideran inútiles y que producen un
trabajo que podría evaporarse mañana sin ningún efecto real en el mundo.
Un candidato evidente para la automatización “lacaya” es el asistente
ejecutivo. IBM ya permite a los usuarios crear sus propios asistentes de IA. En
Gmail, los escritores ya no tienen que redactar sus propias respuestas, porque
la respuesta automática genera opciones como “sí, eso está bien”. La IA promete
incluso hacerse cargo de la logística personal: la empresa emergente de IA
Duckbill utiliza una combinación de IA y asistentes humanos para eliminar por
completo la lista de tareas pendientes, desde la devolución de compras hasta la
compra del regalo de cumpleaños de un niño, tareas que antes se dejaban en
manos de las recepcionistas en la época de “Mad Men”.
En opinión de Graeber, el telemarketing, otra área que la IA está
superando, es un trabajo de “matones”, porque los trabajadores suelen vender
productos que saben que los clientes no quieren o no necesitan. Los chatbots
son buenos en esto porque no les importa si la tarea es satisfactoria o si los
clientes son hoscos. Los centros de llamadas como el de AT&T ya están
utilizando IA para programar las llamadas con los representantes de atención al
cliente, lo que ha hecho que algunos de esos representantes se sientan como si
estuvieran capacitando a sus propios sustitutos.
Los trabajos de ingeniería de software pueden inclinarse hacia el
territorio de “marcar casillas”. Eso fue lo que sintió Wang cuando escribió
líneas de código que no se pusieron en marcha. En su opinión, la única función
de este trabajo era ayudar a sus jefes a ascender. Es muy consciente de que
gran parte de este trabajo podría automatizarse.
Pero sin importar que estos trabajos proporcionen o no un sentido
existencial, sí proporcionan salarios confiables. Muchos de los trabajos sin
sentido que la IA podría sustituir han abierto tradicionalmente estos campos de
cuello blanco a personas que necesitan oportunidades y formación, sirviendo
como aceleradores de la movilidad de clase: asistentes jurídicos, secretarias,
auxiliares. A los economistas les preocupa que, cuando esos empleos
desaparezcan, quienes los sustituyan traigan consigo salarios más bajos, menos
oportunidades de ascender profesionalmente y... aún menos sentido.
“Incluso si adoptamos el punto de vista de Graeber sobre esos empleos,
debería preocuparnos su eliminación”, afirmó Simon Johnson, economista del
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés). “Es el
hundimiento de la clase media”.
UNA ‘CRISIS DE IDENTIDAD A NIVEL DE ESPECIE’
Es casi imposible imaginar cómo será el mercado laboral a medida que la
IA mejore y transforme nuestros lugares de trabajo y nuestra economía. Pero
muchos trabajadores expulsados de sus empleos sin sentido por la IA podrían
encontrar nuevas funciones que surjan a través del proceso de automatización.
Es un cuento viejo: a lo largo de la historia, la tecnología ha compensado la
pérdida de puestos de trabajo con la creación de otros nuevos.
Los coches de caballos fueron sustituidos por automóviles, que crearon
puestos de trabajo no solo en las cadenas de montaje de automóviles, sino
también en la venta de autos y en las gasolineras. La informática personal
eliminó cerca de 3,5 millones de puestos de trabajo, y luego creó una enorme
industria e incentivó muchas otras, ninguna de las cuales podría haberse
imaginado hace un siglo, dejando claro por qué la predicción de Keynes en 1930
de semanas laborales de quince horas parece tan lejana.
Kevin Kelly, cofundador de Wired y autor de numerosos libros sobre
tecnología, se mostró optimista sobre el efecto de la IA en el trabajo sin
sentido. Dijo que lo creía en parte porque los trabajadores podrían empezar a
plantearse cuestiones más profundas sobre qué es un buen trabajo.
“Puede hacer que ciertas actividades tengan menos sentido del que tenían
antes”, afirmó Kelly. “Lo que eso lleva a hacer a la gente es seguir
cuestionándose: ‘¿Por qué estoy aquí? ¿Qué estoy haciendo? ¿De qué sirvo?’”.
“Son preguntas muy difíciles de responder, pero también muy importantes”,
añadió. “La crisis de identidad a nivel de especie que está promoviendo la IA
es algo bueno”.
Algunos estudiosos sugieren que las crisis provocadas por la
automatización podrían orientar a las personas hacia un trabajo socialmente más
valioso. El historiador holandés Rutger Bregman inició un movimiento de
“ambición moral” centrado en Holanda. Grupos de trabajadores de cuello blanco
que sienten que tienen trabajos sin sentido se reúnen de manera periódica para
animarse unos a otros a hacer algo que valga más la pena (siguen el modelo de
los círculos “Lean In” de Sheryl Sandberg). También hay una beca para 24
personas con ambición moral, que les paga por cambiar a empleos centrados
específicamente en la lucha contra la industria tabacalera o la promoción de
carnes sustentables.
“No empezamos con la pregunta: ‘¿Cuál es tu pasión?’”, dijo Bregman
sobre su movimiento de ambición moral. “Gandalf no le preguntó a Frodo: ‘¿Cuál
es tu pasión?’. Le dijo: ‘Esto es lo que hay que hacer’”.
Es probable que lo que haya que hacer en la era de la IA se oriente
menos hacia la carne sustentable y más hacia la supervisión, al menos a corto
plazo. Según David Autor, economista laboral del MIT especializado en
tecnología y empleo, es muy probable que los trabajos automatizados requieran
“niñeras de IA”. Las empresas contratarán a humanos para editar el trabajo que
haga la IA, ya sean revisiones legales o textos de mercadotecnia, y para
vigilar la propensión de la IA a “alucinar”.
Algunas personas se beneficiarán, sobre todo en trabajos en los que hay
una división clara del trabajo: la IA se encarga de proyectos fáciles y
repetitivos, mientras que los humanos se ocupan de los más complicados y
variables (Pensemos en radiología, donde la IA puede interpretar exploraciones
que se ajustan a patrones preestablecidos, mientras que los humanos tienen que
enfrentarse a exploraciones que no se parecen a decenas que la máquina haya
visto antes).
No obstante, en muchos otros casos, los humanos acabarán hojeando sin
pensar en busca de errores en una montaña de contenidos elaborados por la IA.
¿Ayudaría eso a aliviar la sensación de inutilidad? Supervisar el trabajo
pesado no promete ser mejor que hacerlo o en palabras de Autor: “Si la IA hace
el trabajo y la gente hace de niñera de la IA, se aburrirán como tontos”.
Según Autor, algunos de los trabajos que corren un riesgo más inmediato
de ser absorbidos por la IA son los que se basan en la empatía y la conexión
humanas. Esto se debe a que las máquinas no se desgastan por fingir empatía.
Pueden absorber bastante maltrato de los clientes.
Las nuevas funciones creadas para los humanos estarían desprovistas de
esa dificultad emocional, pero también de la alegría que conlleva. La socióloga
Allison Pugh estudió los efectos de la tecnología en profesiones empáticas como
la terapia o la capellanía, y llegó a la conclusión de que el “trabajo
conectivo” se ha degradado por el lento despliegue de la tecnología. Por
ejemplo, los dependientes de supermercados se dan cuenta de que, con la llegada
de los sistemas automatizados de caja a sus tiendas, han perdido las
conversaciones significativas con los clientes —que, según entienden, los
gerentes no priorizan— y ahora se quedan sobre todo con clientes exasperados
por las cajas automatizadas. Por eso, Pugh teme en parte que los nuevos empleos
creados por la IA tengan todavía menos sentido que los actuales
Incluso los optimistas de la tecnología como Kelly sostienen que los
empleos sin sentido son inevitables. Después de todo, la falta de sentido,
según la definición de Graeber, está en el ojo del trabajador.
Algunas personas buscarán nuevas funciones; otras podrían organizar sus
lugares de trabajo, intentando rehacer las partes de sus empleos que les
resultan más molestas y encontrando sentido en animar a sus compañeros. Algunos
buscarán soluciones económicas más amplias a los problemas con trabajo. Para
Graeber, por ejemplo, el ingreso básico universal era una respuesta; Sam
Altman, de OpenAI, también ha sido partidario de experimentar con un ingreso
garantizado.
En otras palabras, la IA magnifica y complica los problemas sociales
relacionados con el trabajo, pero no es un reajuste ni una panacea, y aunque la
tecnología transformará el trabajo, no puede desplazar los complicados
sentimientos de la gente hacia él.
Wang está convencido de que así sucederá en Silicon Valley. Predice que
la automatización del trabajo inútil hará que los ingenieros sean aún más
creativos a la hora de buscar sus ascensos. "Estos trabajos se basan en
vender una visión", afirmó. "Me temo que este es un problema que no
se puede automatizar".
Si los trabajadores consideran que su trabajo es desalentador y no
aporta nada a la sociedad, ¿cuál es el argumento para mantener estos empleos?
**Emma Goldberg ©The New York Times