domingo, 10 de marzo de 2013

Ser peronista y no parecerlo


Desde que volvió la democracia, el menemismo y el kirchnerismo funcionaron como las representaciones del peronismo en el poder público, con diferencias entre sí, y con la ortodoxia del fundador del movimiento

"Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista". La frase es histórica y la pronunció el líder indiscutible del movimiento que atraviesa la política argentina del siglo XX, y de la década y algo más que lleva el XXI: Juan Domingo Perón. Durante sus treinta años de protagonismo, incluido su largo exilio, su figura fue referente absoluto del justicialismo, aunque la presencia de Evita también cobró una fuerza extraordinaria e inolvidable. Sin embargo, tras su muerte en 1974, ese puesto –de gran envergadura- quedó vacante, y su esposa y vicepresidenta, Estela Martínez de Perón, no pudo conglomerar el variado caudal de apoyos al peronismo en su persona.

Una vez recuperada la democracia, en 1983, y aunque la bandera peronista se había levantado en agrupaciones muy disímiles durante los años de dictadura, el peronismo debía buscar un representante que implicara el éxito en las urnas: ese momento llegó en 1989, cuando, tras el gobierno radical de Raúl Alfonsín, Carlos Saúl Menem se convirtió en Presidente. "Peronistas son aquellos que cumplen con la doctrina del movimiento sin desviarse un solo grado", le había dicho el riojano a Bernardo Neustadt en una entrevista de 1982.

En esa misma ocasión, Menem abonaba su afirmación al decir que el peronismo implicaba un estilo político verticalista impuesto por el general Perón, "que significa ortodoxia en cuanto a la doctrina". A la hora de gobernar, sin embargo, la ortodoxia no fue una característica distintiva de su gestión: la década menemista estuvo atravesada por políticas neoliberales que, entre otras cosas, precarizaron las condiciones laborales –una bandera del primer justicialismo, teniendo en cuenta que la Secretaría de Trabajo fue la oficina que instaló a Perón como un referente social-. Las famosas "relaciones carnales", ese vínculo tan estrecho con Estados Unidos, también resultaban ajenas al nacionalismo acérrimo que Perón había predicado desde sus discursos, por citar sólo algunos ejemplos, a los que puede sumarse la oleada privatizadora que caracterizó a los años noventa, opuesta al espíritu de estatización de los primeros gobiernos peronistas.

Años después, tras el gobierno de la Alianza y la crisis institucional que estalló en diciembre de 2001, Néstor Kirchner sostendría que sus fuerzas "no tenían nada que ver con el menemismo entreguista", al referirse a la privatización de YPF, que sin embargo había celebrado pública y enfáticamente cuando era gobernador de Santa Cruz, por los "beneficios" que la decisión supondría para su provincia. Durante la primera década de este siglo, signada políticamente por el kirchnerismo, ser peronista fue algo muy distinto a lo que había significado durante la década anterior: para Néstor Kirchner, Perón era "aquel gran general", y un referente inevitable, por su peso histórico e incluso, ¿por qué no?, electoral.

Tanto durante su presidencia como durante los años que lleva Cristina Fernández a cargo del Poder Ejecutivo, el Estado volvió a convertirse en un actor central a través de la vuelta a su órbita de empresas como YPF o Aerolíneas Argentinas. Y aunque muchos de los funcionarios  hoy protagonistas del movimiento autodenominado "nacional y popular" hayan sido referentes del menemismo, prefieren desmarcarse de ese pasado.

Hacia 2005, Kirchner planteó un nuevo cambio respecto a la manera tradicional de hacer política del peronismo: apostó a la transversalidad para concentrar bajo la misma propuesta a referentes de varios partidos políticos. Este fue el impulso que lo llevó a proponer a Julio Cobos como candidato a Vicepresidente en la fórmula encabezada por Cristina, que ganaría las elecciones en 2007: el final de esa historia tan conocido como la frase citada de Perón.

Desde que Cristina Fernández es Presidenta, la referencia al peronismo ha virado un poco, cada vez más notoriamente: Eva es, por válidos motivos de género, el gran ícono que vuelve desde aquellos años, el ejemplo a seguir. Su protagonismo en la avenida 9 de Julio y en los billetes de 100 pesos son una muestra de esa apuesta a la imagen de, como la llamaría magistralmente Rodolfo Walsh, "esa mujer". La cita retórica a "aquel gran General" es menos frecuente, sobre todo desde que Kirchner murió en octubre de 2010 y se convirtió entonces, para Cristina y para miles de sus seguidores, no sólo en un referente terrenal, sino en un líder espiritual cuyo nombre surge en cada discurso, pero también en calles, en escuelas, en hospitales y en torneos de fútbol.

Casi setenta años después del histórico 17 de octubre en la Plaza de Mayo, el peronismo ha aglutinado a referentes e ideologías no sólo diferentes sino hasta opuestas. ¿Alcanzará, entonces, para que el rótulo de "peronista" convierta a un compañero en la que el General hubiera considerado la mejor compañía? Tal vez las notorias diferencias entre el primer Perón y el que volvió del exilio sean una primera pista para adivinar la mutabilidad de una fuerza que se mantiene en el poder.


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