El 17 de Agosto se conmemora el aniversario
de la muerte del General José de San Martín, libertador de América. Aquí a modo
de homenaje reproducimos el discurso de Juan D. Perón en la clausura Congreso
Nacional de Historia del Libertador Gral. José de San Martín.
“Un general, si es a
la vez un conductor, no solo ha de mandar su ejército. Es menester que
personalmente lo forme, que lo dote, lo organice, lo alimente y lo instruya. A
menudo con el conductor muere también su ejército. Sobreviven de ellos su
gloria, su tradición y su ejemplo.
He dicho que ello
solo sucede cuando coincide en un hombre el general con el conductor. Asunto
que rara vez ha sucedido en la historia.
El general se hace; el conductor nace. El general
es un técnico; el conductor es un artista.
San Martín, con
Napoleón, son los dos únicos hombres que en el siglo XIX llenan tales
características del arte guerrero; por eso son ellos también las más altas
cumbres del genio de la historia militar de ese siglo.
Generalmente, un
conductor es un maestro. Su escuela llena también su siglo. Su ejemplo
adoctrina las sucesivas generaciones de un ejército o de un pueblo. La
orientación sanmartiniana en nuestro ejército y en nuestro pueblo ha sido la
más decisiva influencia de perfección y de grandeza.
La producción
extraordinaria de su genio no fue más fecunda y arrolladora que la fuerza
invencible de sus virtudes: por eso era un conductor.
Si era un estratega,
era primero un hombre. Por eso puso al servicio de su causa la técnica de su
profesión. Fue desde entonces el hombre y el conductor de una causa. Por eso
era invencible.
Como no se concibe un hombre sin alma, nunca he
concebido un conductor sin causa. La grandeza de San Martín fue precisamente la
de haber sido el hombre de una causa: la independencia de la Patria. Él
confiesa haber vivido sólo para esa causa.
La verdadera
grandeza de los conductores estriba precisamente en que no viven para ellos,
sino para los demás. Pareciera que la naturaleza, en su infinita sabiduría, al
dotar a los hombres, carga extraordinariamente en la dosificación del egoísmo,
pero evita cuidadosamente este ingrediente contamina las almas de los grandes
hombres. Por eso son grandes.
A menudo la historia
no acierta a discernir la infinita variedad de matices que la creación de los
grandes hombres ofrece a la contemplación del futuro.
El arte militar,
como los demás, presupone creación, que es la suprema condición del arte. San Martín es un artista; por eso no pudo
conformarse con andar por entre las cosas ya creadas por los otros. Se puso
febrilmente a crear, y con esa creación revolucionó las ideas y los hechos,
ante la incredulidad de los mediocres, ante el escepticismo de los incapaces, y
bajo la crítica, la intriga y la calumnia de los malintencionados. Sobre
todos ellos triunfó, porque la victoria es de Dios.
Nada hay más adverso al genio que el mediocre; sobre todo, el mediocre
evolucionado e ilustrado. No podrá concebir jamás que otro realice lo que no es
capaz de realizar; porque cada uno concibe dentro de su capacidad de realización,
y los mediocres vuelan bajo y en bandada, como los gorriones, en tanto que los
cóndores van solos.
Conducir es arte
simple y todo de ejecución; por eso es difícil. Es la aplicación armónicamente
combinada de los principios del arte con los factores materiales y morales de
las fuerzas, con el terreno y las circunstancias. A menudo, cuando solo se
dispone de generales, las fuerzas son todo. Cuando se dispone de un conductor,
decía Napoleón, el hombre lo es todo, los hombres no son nada.
El arte de la conducción
tiene, como todas las artes, su técnica, representada por los propios
principios que rigen la conducción y las reglas para el empleo mecánico de las
fuerzas. Pero, por sobre todo ello, está el conductor. Lo primero representa la
parte inerte del arte, el conductor es su parte vital.
Como técnico, San
Martín es también la maravilla de la época. Formó
un ejército de la nada, con el concepto de “la Nación en armas”, que solo
un siglo después fue mencionado por los estrategas más famosos. Con ese ejército,
que fue fuerza y escuela, pasó las cordilleras más elevadas que tropa alguna
haya cruzado. Con una maniobra estratégica que maravilla por lo ingeniosa en su
concepción y perfecta en su realización, llega a la batalla decisiva de
Chacabuco, pero que la había ganado antes de ponerse en marcha, en Mendoza.
Esa extraordinaria
previsión, esa perfecta preparación y esa acabada realización sólo se presentan
cuando los genios conducen.
San Martín, como
Napoleón en Europa, es un revolucionario en los métodos de guerra en esta parte
del mundo. Es un creador, jamás un imitador. Por eso lo vemos como maestro,
como jefe, como artesano, como político, como gobernante, como estadista y como
guerrero. Los hombres superiores, a menudo, sirven para dirigir todo eso. Después
de ellos, venimos los hombres comunes, que, bien dirigidos, servimos para todo
o no servimos para nada.
Como general, como
conductor, como hombre y como ciudadano, San Martín es una sola cosa: lo que
debe ser, según su propia sentencia.
En la vida y en el
destino de las naciones, aparecen muy de tanto en tanto estos hombres
extraordinarios que, con una época, fijan una gloria y establecen una
tradición. En que los demás sepan emular
su gloria y prolongar su tradición es en lo que estriba la grandeza de esos
pueblos.
En este acta solemne
de clausura del Año Sanmartiniano de 1950, desde este solar glorioso de Cuyo,
en nombre de la Patria misma, deseo exhortar a todos los argentinos para que,
emulando las virtudes del Gran Capitán, tengamos la mirada fija en los supremos
intereses de la Patria, en la felicidad de todos sus habitantes y la
realización de su grandeza”.
Juan D. Perón
[1] Teatro
Independencia de Mendoza, 31-12-1950: Clausura Congreso Nacional de Historia
del Libertador Gral. José de San Martín.