Todo eso –la foto, el audio, un video– se convirtió en nanosegundos en una combinación de ceros y unos que "viajó" en forma de luz a través de un cable del grosor de un cabello, la fibra óptica. Esos cables aseguran nuestra vida digital. Garantizan Internet en todas sus formas, red doméstica o laboral, wifi, 4G y sus versiones menos veloces. Hacen posible la mensajería instantánea y las charlas vía Skype, sin importar cuántos kilómetros nos separen, ni idiomas ni diferencia horaria.
Nuestra conexión permanente depende de esos hilos de silicio. Los cables están bajo tierra o en el mar. Los controlan un puñado de personas a través de un complejo y moderno sistema que opera en plantas hipervigiladas . ¿De dónde salen los cables? De aquí, desde Las Toninas, el pequeño balneario familiar que hoy es el centro neurálgico de telecomunicaciones de la Argentina.
"¿El cable de Internet? ¿Acá? ¿Pero no es por satélite, tipo Arsat? ¿Y eso de la parabólica humana para enganchar señal? ¿Qué es? ¿Un invento de la televisión? ¿Estás segura, vos?". La mujer responde con preguntas la pregunta inicial: "¿Sabe usted que por aquí pasa el cable que provee de Internet al país y, por extensión,al mundo?" Es mediodía y el sol cae amable sobre la playa. La mujer hace una visera con su mano, achina los ojos, repasa el mar hasta el horizonte. Ahí el cable no está. La fibra óptica pasa dos metros debajo suyo y unos cuantos metros a la izquierda de su sombrilla antes de meterse en el mar. La mujer no sabe pero igual desconfía.
El 97% de las conexiones globales se realiza mediante el tendido de fibra óptica. De Las Toninas parten cinco cables: Unisur, Sam–1, SAC, Atlantis y Bicentenario. En 2020, Facebook y GlobeNet, una empresa de Brasil, tirarán el suyo. Ya lo bautizaron, se llama Malbec. También llegará el Seaborn, que unirá este balneario con San Pablo para hacer puente con otro que se enlazará con una terminal en Nueva York. El Ente Nacional de Comunicaciones –Enacom– es el que otorga las autorizaciones. Las empresas ya lo anunciaron, pero en el ente dijeron a Viva que no tienen registro del trámite para instalarlas.
Las Toninas es un sitio clave en cuanto a ubicación. Eso, sumado a las características del lecho marino, hizo que el balneario sirva de conexión para que Internet dé la vuelta al mundo.
Los cables "entran" desde el Atlántico y se enlazan en ciudades de países vecinos hasta formar un anillo que rodea el continente o lo une con otro. En cada costa que tocan llega el servicio, que a su vez puede empalmarse por tierra. La fibra óptica está debajo de nuestros pies o a la vera de las rutas. Es una telaraña escondida, omnipresente.
La "punta" de cada cable está sujeta a plantas a las que llaman "puertos de amarre". En Las Toninas son edificaciones distribuidas a lo largo de la costa, en ubicaciones estratégicas, semisecretas, custodiadas y sin ventanas.
Nos han pedido que no revelemos la ubicación de los puertos de amarre. Es una obviedad señalar que su arquitectura es extraña para la zona y que por eso, ofrecer las coordenadas está de más. Pero han pronunciado la palabra "sabotaje" y en el pueblo hablaron de "atentado", así que por las dudas...
Una estampida de alguaciles. El perfume amargo de la quema de hojarasca. Garrafas encadenadas a la puerta del almacén, bolsas de basura atadas al clavo de los postes de luz. Bicis sin candado. Los malvones despuntando en los jardines o salvajes en los baldíos. Casas de veraneo tapiadas, envueltas en sus rejas. O casas de puertas abiertas y familias enteras reunidas a la mesa. El único cajero de Las Toninas no funciona. Sólo hay un edificio y tiene ocho pisos. Nueve calles y media asfaltadas. Y los perros, los perros, los perros.
La fecha de fundación es incierta. Balneario tradicional, tiene una población estable de 6.200 habitantes, a simple vista envejecida. Las Toninas está a poco más de 300 kilómetros de Buenos Aires, apretada entre San Clemente y Santa Teresita. De acuerdo a la Dirección de Estadísticas municipal, la mayoría de los toninenses se dedica a ofrecer servicios y trabajan en comercios. Otro grueso, en la construcción.
Dependen del verano. Hay algunos atractivos: el laberinto más grande de la Argentina, 6.400 metros de falso aromo que se recorre en media hora; la fiesta de las toninas, que se celebra el 24 de febrero pero sin avistaje porque la pesca desmesurada condenó a esos delfines; el casco de un barco que naufragó y asoma cuando la marea baja; unas viviendas diseñadas por Clorindo Testa. Y no mucho más, salvo que es la capital nacional de Internet.
La confitería se llama "Ennamours" y es la más antigua del balneario: 34 años. Aquí se reúnen los primeros pobladores. Rosana Carnevali fue maestra y es la esposa del primer médico en prestar servicio en Las Toninas. Mabel y Juan García son hermanos y dueños de este bar.
Pablo Cuccarese, 81 años y carpintero, es su "ciudadano ilustre".
"Cuando llegó la fibra óptica pensamos que íbamos a ser favorecidos de alguna manera –dice Rosana, docente ya jubilada–. Que las escuelas tendrían Internet gratis o un descuento para los vecinos, trabajo. Si de acá sale la conexión del mundo… Pero nada".
"Y llegaron empresas multinacionales, eh. Venían belgas, franceses, yanquis, todos expertos de los cables –suma Mabel, decepcionada–. Había gente de todos lados. Pero les dieron trabajo a poquitas personas: dos serenos, uno de limpieza, el jardinero".
"Las plantas son como edificios fantasma. Sabemos que hay gente ahí, pero todo es automático –sigue Rosana–. ¿Progreso? Nada. ¿Menos impuestos? No. Quizás es medio romántico, pero una siente que le vinieron a robar un pedazo de pueblo porque les servía".
"Acá la fibra óptica pasa sin pena ni gloria. Sólo somos un punto estratégico para las empresas –agrega Mabel–. Ni los ingenieros viven en Las Toninas. Está todo computarizado ahí".
Pablo Cuccarese, el carpintero, recuerda algunas cosas: que hace 48 años, cuando se instaló, Las Toninas era pura arena, monte y pino, que él fue el primero en tener teléfono de línea en el pueblo –lo que le evitaba hacer fila en el teléfono público de la Cooperativa– y que construyó una estantería para una de las corporaciones que tiró los cables.
Enfrente de este bar hay un ciber, "Espacio", el único del balneario. Sólo abre en temporada y algunos fines de semana largos. Unas 40 máquinas a $40 pesos la hora de Internet, más tres Play Station a $45 pesos la ficha de veinte minutos. El aire es demasiado denso aunque sólo tres computadoras estén ocupadas. ¿Dónde están los adolescentes? Si no se juntaron en la plaza Malvinas, están en sus casas, encerrados pero online, jugando al Free Fire.
Un grupo de vecinos conversa en la vereda. Alguien que pide reserva de su nombre dice: "Las Toninas siempre es un chiste. Que 'tenés menos luces que el centro de Las Toninas', 'más feo o más chico que Las Toninas'... Y ahora cada vez que se corta Internet 'la culpa es de Las Toninas'. No nos causa gracia, eh, para nada. Menos si pensamos que acá, en Las Toninas, podría haber un atentado por esto de los cables submarinos".
No es posible comunicarse con él por celular, así que intercambiamos SMS y terminamos en un llamado por teléfono de línea. Las indicaciones son calle 40, una casa con un cartel que dice "perforaciones". Allí vive Ricardo Bukel, 65 años y casi treinta en Las Toninas. Es el buzo que se ocupó de asegurarles a las empresas internacionales que éste era el lugar ideal para que tiraran sus cables.
"Me daban una referencia, el punto más cercano al que podía llegar el barco con el cable antes del calado, desde ahí ya no podía avanzar –dice Bukel, en su casa–. Tiraban una línea con boyas por dónde iba a pasar la fibra óptica hasta la costa. Yo tenía que inspeccionar el fondo del mar, cada metro, así fueran mil, cuatro mil hasta la orilla. Por donde iba a pasar el cable no podía haber nada que lo rompiera. Ni conchilla, ni restos de naufragios, ni rocas, ni hierros
Bukel se sumergió en la costa de Las Toninas por primera vez en 1994, cuando tiraron el Unisur. Volvió a hacerlo en 1999, con el Atlantis y el Sam–1. Y la última vez fue en 2000, con el SAC. Su trabajo es fundamental en el proceso de landing, el aterrizaje de los cables en el lecho marino. Un vez que él chequea que no haya objetos que puedan dañarlos, con lanchas o grúas lo traen hasta la orilla. Ahí se empalma con el cabo del cable que lo espera en tierra.
Entonces la fibra óptica entra en un tubo de hormigón dos metros bajo arena y, como si la enhebraran, termina en la planta que le corresponde a cuatro o siete cuadras de la costa –la imprecisión se debe a que no podemos dar ubicaciones exactas–. El cable submarino no queda suelto en el mar sino que lo entierran con unas bombas de inyección.
¿Qué características tiene el fondo del mar en esta zona?
Es un desierto. No hay nada. Hay barro, arena, algunos caracoles. No mucho más. Por eso es un lugar estratégico para las empresas, hay menos riesgos de una ruptura. Además, la localización. Las Toninas está en la pancita de la Provincia. Parece una pavada, pero se ahorran kilómetros de fibra óptica.
¿Visibilidad?
Cero, por la influencia del Río de la Plata. Todo nuestro trabajo era a ciegas, por tanteo. A siete, ocho metros de profundidad ya no ves nada. Nosotros nos sumergíamos a bajo nivel, unos dieciséis metros.
¿Y qué significó para los toninenses que su ciudad se convirtiera en el centro de operaciones de Internet?
Al principio se pensó que esto traería un rédito económico, pero no sucedió. Después hubo una especie de temor que terminó en una humorada entre nosotros. Por acá pasan todas las comunicaciones del mundo y, quién te dice, no descartamos ser un blanco.
Bukel ahora despliega un mapa naval. Tres líneas finas simulan los cables que parten desde Las Toninas al Atlántico. Hay una advertencia a quienes naveguen por allí: "Prohibido fondear". El mayor peligro para los cables submarinos es el paso de los buques pesqueros que arrojan sus redes o las anclas. Ahora miramos fotos de su época de buzo. Las luces del módem que está sobre el televisor titilan.
Nos han dicho que son edificios fantasma, que las medidas de seguridad son extremas, que trabajan pocas personas, que está "todo computarizado". Hoy visitaremos una de las plantas, el puerto de amarre de Century Link. Es una de las compañías que operan en Las Toninas. Suelen ser las receptoras de los insultos cada vez que se corta la conexión en casa u oficina, pero no. Estas corporaciones –muchas de ellas consorcios– son mayoristas que proveen el servicio y el mantenimiento a los operadores que nos mandan las facturas.
Pero antes, el telégrafo eléctrico. Es 1837 y una chispa va y viene entre dos polos. La palabra escrita puede ser recibida a miles de kilómetros, leerse y entenderse. Eso marca un hito en la comunicación entre habitantes de territorios lejanos, pero también en la valoración del tiempo: unas horas bastan para que en Lisboa sepan lo que pasa, por ejemplo, en París.
Por el momento, la electricidad va por tierra y como no existe un método que aisle el cobre y el hierro del agua, la idea de que un cable de ese tipo cruce el mar es imposible. Es 1851 y descubren que la gutapercha, savia producida por un árbol, sirve como aislante. Así, Europa suma a Inglaterra y se interconecta. Ahora van por América.
Será "la mayor proeza del siglo XIX", una realización técnica sin precedentes. Un cable fondeará el Atlántico para unir ambos continentes. Es 1857 y el primer intento es un fracaso: el buque pierde 600 kilómetros de cable en el océano porque nadie advierte que se ha escurrido de la bobina. Hay una chance en 1858, pero una tormenta de diez días en alta mar arruina el cable y el barco regresa al puerto.
Cinco semanas después, dos barcos vuelven a zarpar –uno desde Terranova, Canadá, y otro desde Irlanda, cada uno con su rollo de cable– y se encuentran en medio del Atlántico. Proa con proa, unen los cabos de los cables y cada uno parte a su costa.
La operación es un éxito. Por primera vez la palabra cruza de continente a continente. La Reina Victoria "estrena" el cable submarino al enviar un mensaje al presidente de los Estados Unidos, James Buchanan. Aquellas 99 palabras tardan 16 horas en llegar a destino, mucho menos que las semanas que demoraría una carta en barco. Pero días después, por una rotura, los continentes quedan incomunicados.
Seis años más tarde, en 1866, logran el empalme, y América y Europa intercambian mensajes claros y precisos a través del Cable Transatlántico Telegráfico. El hombre a cargo del plan es el estadounidense Cyrus W. Field, dueño de Atlantic Telegraph Company. La Historia lo compara con Colón o Magallanes. Su cable es el bisabuelo de la fibra óptica que nace en Las Toninas.
Ahora sí, 2018. El puerto de amarre de Century Link es un rectángulo de 4.500 metros cuadrados, chato y sin ventilación, vigilado en todo su perímetro. Excepto las del centro, en Las Toninas las veredas son irregulares. Aquí son lomaditas de pasto verde y prolijo, amansado a cortadora. Hay una reja automática, una recepción vidriada y una persona de seguridad. El frío es artificial y de glaciar porque, sabremos, las altas temperaturas podrían alterar el funcionamiento de las máquinas.
Aquí trabajan tres hombres: Raúl De Pedro, gerente de la estación, y Marcelo Peressutti y Gabriel Motta, ambos ingenieros de Red. Ellos se ocupan de que nuestros datos (tuits, mails, posteos…) encuentren el camino para llegar a destino a través de la fibra óptica y monitorean posibles interrupciones.
Caminamos por pasillos de paredes claras y pisos brillantes, bajo la luz blanca de los tubos. Atendemos cartelería de seguridad, tratamos de oírnos por encima de las alarmas, que se activan cada vez que una puerta se abre. Hay salas con funciones específicas y cada una tiene su gemela: si una falla, la reemplaza la otra. Dos salas de baterías, dos de gas FM200, de transmisión, controladores de energía, servidores apilados, paneles que escupen cables amarillos. No es un atentado el mayor peligro al que se exponen los cables, sino un corte de luz. Un generador de energía está encendido.
Sólo por esta estación pasa 1,5 terabytes por segundo, el equivalente a 46 millones de llamadas simultáneas y una capacidad de almacenamiento de seis millones de fotos.
Que aumente el tráfico no implica un reemplazo de fibra óptica. En las estaciones trabajan sobre los extremos del cable, añadiendo tecnología que aumenta capacidad o velocidad. Así multiplicaron por 50 el tráfico, lo que en forma indirecta significa que más personas accedan al servicio.
Century Link y el resto de las mayoristas instaladas en Las Toninas garantizan que los datos lleguen: ante cualquier eventualidad, los datos se redirigen automáticamente, buscan alternativas rápidas y baratas para llegar a destino lo antes posible.
Es el final del recorrido y, de repente, aparece "el" cable, uno de los que vienen desde el mar, el South American Croissing –SAC–. Está en un rincón, al ras del piso, con otro cable que le da energía. Se erige desde la tierra, envuelto en una vaina amarilla. Es apenas un tramo y de poder acercarse bastaría la palma de una mano para abarcarlo. Tan desabrido y tan importante, el cable.
Hay una computadora vieja, del año 2000, que controla el heartbeat, las pulsaciones de la red en todo su entramado. El resto de la información es un lenguaje ajeno, tuberías y bandejas, terminaciones etiquetadas y con su propio destello, verde o rojo. Estamos rodeados de datos, su paseo silencioso e invisible. Afuera los perros, el mar y su arrullo, la playa de siempre. La Toninas toda, exhibiéndose en su timidez analógica.
**Victoria De Masi / Revista Viva