viernes, 8 de enero de 2016

...Lejos de Cristina...

Primer paso de la rebeldía peronista  / Julio Blanck



Massa, Urtubey, dirigentes, intendentes y legisladores de todo el país buscan recomponer el PJ lejos de Cristina.
El asado se va a servir esta noche en un quincho de Pinamar. La foto será el certificado de puesta en marcha de la rebeldía peronista contra el yugo que les impuso Cristina Kirchner durante ocho años. Se van a juntar algunos de los que aguantaron hasta el final sin romper y muchos de los que rompieron antes, o mucho antes, sin perder por eso su condición peronista sino, en todo caso, reivindicándola como sustento de su enfrentamiento con un poder absoluto surgido de su mismo signo.

Hay dos elementos que le dan un volumen especial al encuentro de hoy. Uno, que Sergio Massa –5.200.000 votos sostenidos contra viento y marea en la elección presidencial– hará su reaparición formal en un espacio de puro peronismo, decidido a jugar allí la carta principal de su futuro político. El otro elemento central es que estará Juan Manuel Urtubey, gobernador dos veces reelecto en Salta, referente de muchos peronistas que aguantaron adentro y también aspirante a liderar la recuperación del poder para la fuerza que El General fundó a mediados del siglo pasado.

“Vamos a mostrar que hay dos formas de hacer política: destruyendo con el látigo y la chequera o convenciendo y renovando al peronismo sin cargar más con la mochila de Cristina y La Cámpora” dice Massa, eufórico en la previa y sobrecargado de trabajo: se terminó ocupando de encontrar el lugar para el asado –se hace en el barrio donde su familia está de vacaciones– y hasta de conseguir la carne.
Además del poder electoral que aporta Massa habrá poder territorial concreto. Junto al salteño Urtubey, el peronismo cordobés de José De la Sota y el gobernador Juan Schiaretti estará representado por el senador Carlos Caserio; y el gobernador chubutense Mario das Neves envía a su vice, Mariano Arcioni. 

Habrá dirigentes notorios como el ex jefe de ANSeS y ahora diputado Diego Bossio y figuras fuertes del Frente Renovador massista como Graciela Camaño. Se esperan enviados del jujeño Eduardo Fellner, titular formal del PJ nacional, y del ascendente santafesino Omar Perotti. Y un mensaje de apoyo del curtido y muy respetado sanjuanino José Luis Gioja, a quien una operación reciente y 45 puntos en la espalda le impedirán asistir esta noche. 

Julián Domínguez avisó que no podrá ir por un tema familiar. Pero se esperan a intendentes del Gran Buenos Aires y de varias provincias, así como diputados de todo el país que se definen como “kirchneristas pero no camporistas”, curiosa manera de empezar a sacarse el tatuaje que usaron sin mayor conflicto de conciencia durante la larga década ganada. 

A Daniel Scioli lo invitaron. Al parecer primero dijo que iba a concurrir, pero después ese entusiasmo se le enfrió. Nadie puede asegurar que el ex candidato presidencial vaya a presentarse en Pinamar. De hecho, nadie lo espera. Para los autoconvocados junto al mar el cristinismo es su límite. Y a Scioli demasiados lo ven cristinizado en exceso y sin sentido después de la derrota electoral. 
La ausencia de Scioli es un insumo deseado por Massa, que lo considera un potencial rival directo para el futuro. “Yo juego el armado nacional, pero la Provincia es mi casa”, suele decir el jefe renovador. Hay un hecho incontrastable: sin raíces fuertes en la Provincia, no habrá reconstrucción peronista con autonomía de Cristina. En ese territorio la pulseada está abierta.

Si esta noche no está Scioli en Pinamar es probable que tampoco esté Fernando Espinoza, jefe del PJ bonaerense, que juega en yunta con el ex gobernador y candidato. Están tratando de consagrarse como interlocutores de María Eugenia Vidal en la Provincia. La interlocución con el poder siempre derrama beneficios políticos. Pretenden desplazar a otros sectores del Frente para la Victoria, en particular los camporistas que responden a José Ottavis, de notoriedad en estas horas por su relación con la abundante Vicky Xipolitakis. 

La explosiva combinación de estos elementos de la interna kirchnerista, más una orden telefónica de Cristina, terminó detonando la semana pasada el acuerdo con Vidal para aprobar el Presupuesto bonaerense. La presión de los intendentes peronistas, urgidos por los fondos que distribuye la Provincia, colocó esa negociación sobre un nuevo eje. 

Esta ensalada de recelos y zancadillas va a acompañar el asado de hoy. En el temario estará presente la idea de articular a las 14 gobernaciones que tienen signo peronista, aunque estén todos desalineados en la interna, y rearmar la mesa de gobernadores que el kirchnerismo desactivó de modo implacable. Y al mismo tiempo, discutir la forma de relacionarse con el gobierno de Macri.

“Este es un peronismo opositor que en las provincias y las intendencias tiene responsabilidad de gobierno y necesita que al país le vaya bien”, apunta Bossio. Es una forma de proponer el lugar donde pararse.

Cualquier variante que se escucha hoy en el peronismo gira sobre esa misma idea. Y supone un franco contraste con la cerrazón minoritaria y fanática del cristinismo, que defiende lo que queda del relato mientras intenta evitar la poda drástica de los miles de activistas que sembró antes de la retirada en la estructura del Estado, de la cual pretenden seguir extrayendo recursos y ventajas.
¿Cuál es el papel que estos peronistas en proceso de reconstrucción imaginan para Cristina en el futuro inmediato? Basta hacer la pregunta para que se derrame la catarata.

Depende de ella, dice un diputado que toma distancia con cautela. No alcanza con llamar por teléfono para bajar línea desde El Calafate, se enoja un gobernador. Cristina lidera pero no conduce, asegura un intendente fuerte del Conurbano. Si sigue colgada de la Plaza de su despedida y de las plazas de fin de semana de los camporistas ése va a ser su techo, señala otro jefe comunal que jugó con la boleta kirchnerista en todas las elecciones. Scioli era el candidato que mejor daba en las encuestas y perdimos igual porque ya habíamos perdido conexión con la gente, razona un bonaerense respetado por su capacidad de elaboración política. Massa, que frente a cierta tibieza de otros pisa fuerte y ocupa terreno, avisa que “yo quiero la unidad del peronismo, pero tienen que salir de abajo de la pollera de Cristina”. Se dice fácil, pero los que se animan a hacerlo por ahora no son tantos.
Hay un punto en el que todas las voces coinciden: ante una figura como Macri, el peronismo dividido pierde. Es el eterno hambre de poder lo que vuelve a moverlos. Ese es el motivador central de este proceso incipiente de recomposición que hoy hace su estreno público en Pinamar. 

Si el liderazgo de Cristina está en cuarto menguante y no hay todavía un liderazgo de reemplazo que se haya perfilado, quizás lo que venga sea una etapa similar a la que el peronismo ha transitado en otros tiempos de renovación. Por ejemplo, cuando Raúl Alfonsín lo derrotó por primera vez en una elección. Quizás entonces asome, por un período, una comandancia colectiva y a la vez dispersa, necesaria hasta que decanten los nuevos referentes. 

Mientras tanto, quizás haya que esperar una prudente colaboración con el nuevo gobierno. No chocarlo de frente mientras dure su estado de gracia. Acoplarse a la onda de razonable esperanza y aire nuevo que hoy envuelve a la mayor parte de la sociedad. Y reclamarle a Macri gestos a cambio, que el Presidente está dispuesto a dar.
Como la invitación a Massa para acompañarlo a la cumbre económica y política de Davos dentro de dos semanas. O la atención privilegiada a los intendentes como contrapartida de la aprobación del Presupuesto bonaerense. O la dedicación con que el ministro Rogelio Frigerio atiende las necesidades de los gobernadores peronistas y escucha sus opiniones. 

Entre esas opiniones quizás estuvo la de algunos nuevos mandatarios, como el tucumano Juan Manzur, el entrerriano Gustavo Bordet o el sanjuanino Sergio Uñac, que no habrían visto con buenos ojos la invitación inicial de Macri a Scioli para viajar a Davos. Argumentaron que el ex candidato “ya no nos representa”. No fue el único factor para desinvitar a Scioli: fue decisiva la bolilla negra que le puso María Eugenia Vidal por algunos de los asuntos turbios con los que se topó al tomar el timón en la Provincia.

La cuestión es que buena parte del peronismo parlamentario, provincial o municipal, mientras intenta recomponerse lejos de la influencia de Cristina, desespera por asegurarse el lugar de interlocutor del nuevo Gobierno. La política será la política. Pero por un largo rato la caja la va a tener Macri.

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