D’Elía, Hebe de Bonafini, Moreno, Aníbal Fernández y
compañía le auguran el peor final al Gobierno. Hasta dónde pueden llegar. Y
cómo pasaron de ser ídolos sociales a monstruos.
En las películas apocalípticas el causante final
del desastre suele ser el propio hombre, y el show de horror made in Argentina
2016 no es ajeno a esa regla. Mientras una indiscutible mayoría se rasga las
vestiduras cuando aparecen los bolsos de José López o se acumulan causas contra
Cristina Kirchner y el resto de sus antiguos funcionarios, las preguntas
incómodas son: ¿dónde estaban hace un par de años los paladines de la Justicia
que hoy se pavonean por Comodoro Py ante las cámaras de tevé? ¿Qué decían
algunos medios que ahora denuncian la sistematizada corrupción K, cuando los
Kirchner repartían publicidad oficial y negocios millonarios? Y la duda más
importante: ¿cómo CFK ganó con el 54% en el 2011 y mantuvo una alta imagen
positiva durante su segundo mandato, para que ahora una mayoría militante sueñe
con verla cargando su cruz hasta su crucificación? Si hay zombies en las
calles, es porque se alimentan de nuestras propias culpas.
A la hoguera. “Nunca más voy a ser funcionario ni
candidato”, dice el ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Aunque Moreno
asegura que es porque “ya dio todo”, es difícil no pensar que así está lavando
responsabilidades propias pero también ajenas. Como si fuera una reversión
mucho menos trágica del asesinato de José Ignacio Rucci, en ese entonces
Secretario General de la CGT, el otrora hombre superpoderoso del antiguo Gobierno
K paga con su muerte política el costo de un nuevo relato oficial que calme las
aguas. Moreno, que dijo que “ni Videla le sacó la comida a la gente como
Macri”, aparece hoy alejado de las primeras líneas de mando, sin ser recibido
públicamente por Cristina en el Instituto Patria u en otro lugar, y ahora con
la declaración pública de que no ambiciona un nuevo cargo.
El antiguo funcionario es, junto a Amado Boudou,
Aníbal Fernández, Luis D’Elía, Fernando Esteche, Hebe de Bonafini y varios más,
una de las caras de la demonización que gran parte de la sociedad pide y
necesita. Son las caricaturas que engrosan la tragicomedia que el Gobierno
mandó a distribuir en cada acto oficial, en cada discurso, presentación o
entrevista: es la nueva edición del libro de la “pesada herencia”, excusa
marketinera que, gobierno tras gobierno, vuelve a ser best seller nacional.
“Encontramos un Estado plagado de despilfarro,
clientelismo y corrupción, y la corrupción mata”, dijo Macri pocos meses
después de haber asumido, dando las líneas generales sobre las que iba a girar
la política de este año. Y en ese camino a los tumbos, natural de los primeros
meses de un Gobierno, se encontraron con un tesoro inimaginado: una realidad
que, engrosada por bolsos millonarios, testaferros arrepentidos y causas
hiperpolémicas, le permitía al macrismo construir con lujo de detalles el nuevo
discurso oficial. Y en ese armado teatral son protagonistas, irónicamente, los
que lejos estuvieron de haber sido los máximos responsables de las penurias de
las que se los acusa. Esto está lejos de significar que estos políticos no
hayan caído en irregularidades o en actos impropios de su oficio: pero, de la
misma manera en que María Julia Arsogaray no fue la principal orquestadora del
despilfarro menemista -aunque fue la única que cumplió tiempo en prisión, luego
de una investigación por una tapa de NOTICIAS-,
ni D’Elía ni Moreno ni Boudou, elegidos en última instancia por el voto
popular, causaron por sí solos la debacle económica de los últimos años del
país.
Si te he visto… “Ellos no son las figuras
principales del kirchnerismo, son personajes extravagantes que todo movimiento
amplio tiene”, dijo, a modo de queja, una de las personas que se encarga hoy de
la comunicación del círculo chico de Cristina. La protesta, un ejemplo de los
aires que ahora corren, esconde la doble cara de este fenómeno: para que
alguien vaya al caldaso, hay que entregarlo esposado primero.
De la misma manera en que Alsogaray o la
Coordinadora del radicalismo cargaron sobre su espalda todos los demonios del
gobierno del que participaron, ahora la gran mayoría del kirchnerismo le da la
espalda a los personajes que creó y hasta ridiculiza a los que ayer idolatraba.
Se reniega de los millonarios fondos que cobraba D’Elía para mantener su
aparato punteril en Buenos Aires, Boudou aparece como un excéntrico barbudo que
se cuela en las manifestaciones, Aníbal es el impresentable a quien el propio
kirchnerismo le pedía “que se quede callado” durante las últimas elecciones, y
Moreno es un divertido personaje del que reírse con culpa cuando aparece peleándose
en la tevé. Hoy la presencia de cualquiera de ellos quema y mancha, y si bien
no se los puede excluir, están muy lejos de ser los invitados de honor de las
fiestas.
“Seguir
analizando las políticas a través de las personas es incorrecto, las elecciones
no se resuelven por los individuos o los candidatos, sino por el proyecto que
representan”, le dice a NOTICIAS Agustín Rossi, uno de los hombres más cercanos
hoy a Cristina Kirchner. Detrás de la correcta declaración del ex diputado
nacional y actual del Parlasur se puede buscar otra rázon: a algunos es mejor
perderlos que encontrarlos. Los números coinciden con esta última postura.
Según una encuesta de la consultora Management & Fit, la mala imagen de
Julio de Vido, Boudou, Moreno y Aníbal es de 51%, 58%, 71% y 54%
respectivamente. En el Gobierno lo viven como una certeza y festejan en cada
ocasión: cada vez que una cámara enfoca a Cristina o a alguno sus políticos más
odiados, la buena percepción hacia Macri sube.
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