Un peronismo republicano, en ciernes / Alvaro Abos
¿Puede
ganar las elecciones el peronismo federal o alternativo? No, suelen responder los análisis periodísticos, porque, entre otras
cosas, no tiene líder. Este artículo postula, a la inversa, que la ausencia de
un líder puede ser la condición para que el peronismo reaparezca con una
cualidad que hasta ahora no tenía. Al peronismo se
le abre una oportunidad de revisar algo que estuvo en su naturaleza: el
verticalismo, la sumisión a un jefe.
¿Podrá el peronismo
dirimir una candidatura en elecciones internas, sin romperse ni trasladar sus
tensiones al electorado nacional? ¿Qué pasaría si políticos como Massa,
Urtubey, Pichetto, Schiaretti u otros (¿estará Lavagna entre ellos?) exponen
sus perfiles y propuestas y son sus partidarios quienes eligen al candidato,
mientras que los perdedores, en lugar de romper filas, se alinean y acompañan
al vencedor?
Algo semejante sólo lo vivió el peronismo el 5 de julio de 1988, cuando
se votó para designar al candidato que competiría en 1989. En aquella interna,
Carlos Menem derrotó a Antonio Cafiero.
Un candidato peronista
alternativo que en 2019 enfrentara la reelección de Macri podría aspirar a
reconectarse con el peronismo que, hace treinta años, postulaba Cafiero: un
partido integrado al esquema constitucional argentino, con una sólida
democracia interna y singularizado por el contenido social que históricamente
identifica al movimiento nacido en 1945. La victoria de Menem ante Cafiero en
1988 obturó esa idea y devolvió al peronismo a su magma autoritario. Ese
triunfo, luego multiplicado en la elección nacional, clausuró toda consulta
partidaria, pese a que Antonio Cafiero, demócrata ejemplar, aceptó su derrota y
colaboró con el triunfador.
En la salida de otra
crisis, en 2003, el debate peronista se trasladó al escenario nacional. La
victoria electoral de Néstor Kirchner volvió a impedir la refundación de un
peronismo con democracia interna. Como es sabido, el
kirchnerismo bloqueó cualquier disenso.
Si el peronismo mostrara
un grado de madurez y responsabilidad como para competir sin fragmentarse y
fuese capaz de organizar una PASO coherente en sus diversidades, ello podría
convencer a ese macizo social que últimamente define las elecciones en las
últimas semanas. No es ahora cuando debería aflorar ese liderazgo electoral,
como los impacientes y voraces analistas reclaman mientras escrutan sin
descanso inútiles encuestas, sino a mediados de este 2019, cuando realmente se
abra la carrera electoral. Nada se gana adelantando los tiempos en esta época
que Daniel Innerarity, en El País, ha calificado como el “tiempo de la
volatilidad”, cuyas características son la inestabilidad permanente, la
histeria y la viralidad.
Es posible un peronismo republicano, siempre que, además de ayudar con buena fe a que la
república no se extinga, se diferencie con nitidez del camporismo cristinista,
no sólo de la matriz de corrupción que generó sino de su desatino civil: el
intento de deslegitimizar la elección de 2015 postulando, entonces y ahora, la
fórmula “cuanto peor, mejor”. Ese cristinismo,
un chavismo confeso, ahora pretende una interna panperonista que lo purgue
de sus conocidas fobias. Contra Perón, pero sobre todo contra la democracia.
Puede existir un
peronismo republicano siempre que muestre su vocación democrática ejercitándola
en una contienda interna que lo oxigene. Al peronismo y al país. Semejante
proceso desmentiría cierto antiperonismo visceral que circula en algunos
espacios macristas, según el cual el peronismo –que sin duda en su larga
trayectoria cometió graves desvaríos- conlleva una especie de irremediable
estigma totalitario y violento. A pesar de que una mirada histórica demuestra
que si alguien apostó a la violencia en los últimos sesenta años, ese fue el
anti peronismo, cuya variante cerril acumula larga estela de sangre.
Hoy, si de un proceso de elecciones internas surgiera un peronismo
republicano que compitiera con el centroderecha macrista, el panorama político
argentino podría reconducirse hacia la fugaz utopía bipartidista que encarnaron
Perón y Balbín en 1973, fracasada por la inmediata muerte del primero y la
violencia desencadenada. En 1988 Alfonsín y Cafiero repitieron aquel anhelo.
Aún pendiente.
El surgimiento en 2019 de
una alternativa que además de incluir al peronismo federal integrara a otros
actores, como el GEN de Margarita Stolbizer o el socialismo santafesino, no
sólo superaría la polarización entre Cristina y Macri -una variante que tiene
tantos partidarios en ambos extremos- sino que iría más allá de la inmediatez,
porque abriría camino a la alternancia. En 2019 también se vota para el 2023.
¡Miremos un poco más allá del día a día!
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