Como nunca antes en los casi diez meses que lleva de gestión, la CGT condicionó su alianza con Alberto Fernández. "Es necesario desideologizar la agenda y ocuparse de los temas que preocupan a la gente", lo despidió al Presidente uno de los seis sindicalistas que lo visitaron en Olivos, hace tres semanas. A los pocos días el proyecto de reforma judicial se había desinflado, pero el oficialismo resolvió avanzar a ritmo de machete con el recorte de fondos a la ciudad de Buenos Aires y con el desplazamiento de sus cargos de tres jueces que investigaron a Cristina Kirchner en casos de corrupción.
Nada cambió desde aquella
tarde en la que el sol caía sesgadamente en los jardines de la quinta
presidencial. "Está claro que hay
dos agendas: la de Cristina y la de Alberto, que no sabemos cuál es",
cuestionó el jueves José Luis Lingeri en una reunión con diferentes sectores de
la CGT. Sorprendió el gremialista estatal de AySA con su discurso combativo. La
raíz de su enojo estaría en la disputa que mantiene con el ministro de Salud,
Ginés González García, por el financiamiento de las obras sociales.
Los gremios no son un actor
de reparto en la arquitectura de poder que imaginó Fernández. Junto con los gobernadores peronistas, el
sindicalismo clásico es la base de su respaldo desde que Cristina Kirchner lo
ungió como su candidato para desbancar a Macri. Lo pensó como contrapeso de
La Cámpora, según lo graficaron alguna vez un mandatario provincial del norte y
un dirigente de la CGT de su máxima confianza.
Con insistencia y preocupada
por la debacle económica que advierte, la cúpula de la CGT volvió a la carga
esta semana con su sugerencia de un giro, aunque esta vez con un tono más
crítico. Los destinatarios de los reclamos fueron el jefe de Gabinete, Santiago
Cafiero, y el ministro de Trabajo, Claudio Moroni. La CGT exigió reactivar el
músculo productivo del país cuanto antes y advirtió que, "a pesar de que a
Máximo Kirchner no le guste", avanzará en el trazado de una hoja de ruta
con la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Es probable que surja otro
borrador conjunto focalizado en la creación de empleo, la capacitación y la
presión impositiva.
Enumeraron otros disgustos:
la parálisis de algunos ministerios (puntualmente, en el de Transporte, a cargo
de Mario Meoni, y el de Vivienda, de María Eugenia Bielsa); la urgente
necesidad de conocer un plan económico de contingencia ante la devaluación del
peso, y la postergación de la puesta en marcha de la mesa de diálogo económico
y social con empresarios, la Iglesia, movimientos sociales y la oposición. No
se lo dijeron a Cafiero y a Moroni, pero los dirigentes comenzaron a sentir una
gestión frágil y débil. Surgió así una propuesta: la CGT intentará moderar el
conflicto social y las paritarias con la condición de que el Gobierno gire
hacia un peronismo no kirchnerizado. ¿Será eso posible?
Gestos oficiales
Con pequeños gestos, Alberto
Fernández calmó por ahora la furia cegetista. Convocó para pasado mañana a las
principales cámaras empresarias y a la CGT para escenificar una reactivación
económica para la etapa que se avecina del aislamiento por el coronavirus. No
se sabe si el llamado es más por presión que por verdadero convencimiento del
Gobierno.
En paralelo, Fernández extendió todos los mandatos
sindicales vigentes hasta el 21 de febrero de 2021, incluido el de las
autoridades de la CGT. Héctor Daer y Carlos Acuña revalidan así automáticamente
su mandato tras el disgusto de comprobar que Hugo Moyano conserva intacto su
rol como interlocutor. La otra muestra
de cercanía fue aceptar encabezar el acto peronista del 17 de octubre desde la
sede de Azopardo. Se realizará en el salón Felipe Vallese, en el primer
piso, y el equipo de Presidencia facilitará la plataforma tecnológica para que
Fernández, desde la CGT, se comunique virtualmente con las seccionales del
interior. No habrá una masiva movilización callejera. La organización quedó en
manos de Cafiero y Andrés Rodríguez, que en medio de estas tratativas aceptó
sin conflicto un aumento salarial de 7% por dos meses para los estatales.
Con la asistencia del
Presidente confirmada, los gremios buscarán ahora que la liturgia peronista no
se convierta en un mero acto de respaldo al Gobierno. Difícil. En el debate
sindical, un dirigente ironizó: "Así como nosotros no vamos al Patria, no
creo que Máximo Kirchner venga a la CGT". Las heridas aún no cerraron
después de que el hijo de Cristina criticara duramente el pacto con la Unión
Industrial para rebajar salarios a cambio de conservar el empleo. Así y todo,
en la CGT reservarán una silla en el estrado por si aparece Cristina. También
habrá otra para Máximo, por las dudas. La rebeldía es todavía un espejismo.
***Por: Nicolás Balinotti - LA NACION
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