70 años atrás, tuvo un papel destacado en el Cabildo Abierto que
promovió la candidatura de Eva Duarte a la vicepresidencia. Un año después,
dejó su cargo: estuvo preso, se fugó a Chile y acabó sus días vendiendo café y
galletitas para subsistir
En contraste con el poder
que tuvo mientras dirigía la Confederación General del Trabajo, los últimos
años de José Espejo, uno de los grandes impulsores de la candidatura de Evita a
la vicepresidencia, transcurrieron en el llano. Más allá de los cargos que
ocupó, el dirigente gremial se destacó por haber sido el hombre de confianza de
Eva Duarte de Perón.
Espejo inició su tarea
gremial en la fábrica de galletitas Bagley, donde se desempeñó como delegado y,
después de pasar por algunas funciones en el gremio, por recomendación del
secretario de Alimentación Raúl Costa, llegó a entablar un vínculo muy cercano
con Eva Perón. “Mi abuelo fue aceptado por Evita, fue ella su primera
impulsora. Su relación era de mucha confianza”, relata su nieto Damián Ferraris. Con este apoyo
indispensable, y con el aval del resto de los sindicalistas, Espejo asumió como
secretario general de la CGT en 1947.
Su relación con Evita
Evita y Espejo forjaron
un vínculo muy leal y de confianza tanto en la actividad social como en lo
personal. En este sentido, Ferraris desmiente la versión que se muestra del
sindicalista en la película “Eva Perón: la verdadera historia”: “Está mi abuelo
aplaudiendo como un obsecuente y me da bronca porque no era así”, aclara.
El vínculo también se
reflejaba en el plano personal y hasta familiar ya que la esposa de Perón fue
una de las invitadas más especiales en el casamiento de Espejo con Beatriz
Beverati, también muy querida por Evita. “Antes mi abuelo tenía otra mujer que
no le caía bien a Evita y creo que eso influyó bastante en que no siguiera esa
relación”, cuenta su nieto y agrega: “Con mi abuela hubo un buen sentimiento”.
Ferraris destaca cómo era
el trato de Eva con los sindicalistas. “Cuando veía que alguno estaba pasando
por arriba de sus ingresos o sus posibilidades, que alguno tenía más plata que
la que tenían que tener, lo encaraba y le decía, ‘explicame, ¿en qué andás?
¿cómo hiciste para tener esto?’”
Los últimos años de Espejo
Ferraris relata que Evita
le dijo a su abuelo que se fuera porque toda la vida lo iban a perseguir por
haber estado tan cerca de ella. Y así fue. José Espejo renunció a su cargo en la CGT al año
siguiente de la muerte de Eva Perón, se compró un camión y hasta 1955 vendió
vinos, lejos del primer plano y de la exposición que había tenido durante sus
años al frente de la Confederación General del Trabajo. “Mi abuelo decía que había terminado su
cargo y volvía a ser un trabajador. Siempre defendió el trabajo y a los
trabajadores. ÉL DECÍA QUE VOLVÍA AL LLANO”.
Tras la caída de Perón,
se refugió en la embajada de Haití, de donde escapó para organizar la huelga
general contra la dictadura de Aramburu, la autodenominada Revolución
Libertadora. Cuando fracasó la huelga, Espejo fue detenido el 19 de noviembre y
acusado junto a Perón de traición a la patria por el juez Botet.
Desde ese momento, estuvo
preso en la penitenciaría de Las Heras -hoy desaparecida-, después lo llevaron
al barco Bahía Buen Suceso, y terminó en Río Gallegos. En la prisión de la
capital santacruceña se encontró con el empresario peronista Jorge Antonio,
Héctor Cámpora, John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly, con quienes
empezó a planificar la fuga. “Los guardiacárceles eran laburantes, eran
peronistas, entonces no los trataban lo mal que querían que los traten”.
Finalmente se concretó la fuga y logaron pasar a Chile, donde Espejo trabajó durante un año como taxista
con un auto prestado por los sindicalistas chilenos. Pero, al regresar a la
Argentina durante la presidencia de Arturo Frondizi, la policía lo arrestó, lo
torturó y estuvo otros seis meses en prisión. Además, al ser detenido, le
robaron todas sus pertenencias y hasta debió tragarse una carta de Perón con instrucciones
para que no la viera la policía.
Espejo también enfrentaba
duros problemas personales. Su lealtad a Eva le costó caro y no lo dejaban
trabajar por su cercanía a ella, por lo que su casa fue rematada. Para mantener
a su familia y, consecuente con su lucha por los trabajadores, salió a ganarse
el sustento como lo había hecho siempre. Junto a un amigo comenzó a venderle
café a los vendedores ambulantes del barrio de San Nicolás, en Junín al 181 y,
luego, se dedicó a la venta de pollos. Finalmente terminó comprando galletitas
en las fábricas para revenderlas a los almacenes porteños. De esta manera
transcurrieron sus últimos años. “Creo que el ejemplo de mi abuelo exalta aún más a
la figura de Evita. Ella sabía elegir la gente que estaba a su lado, que no la
traicionó nunca, ni estando muerta”.
Tras una vida dedicada a la lucha sindical, José Espejo murió en 1980
tal como Eva Perón hubiera deseado. Como un descamisado más, como un trabajador hasta sus últimos días.
Por Facundo Giampaolo
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