Se necesita romper con
estereotipos, normas sociales y concepciones profundamente arraigadas que
operan como mecanismos de segregación en el mercado laboral.
Con la llegada de la pandemia, la capacidad para trabajar desde
casa pasó de opción deseable por la flexibilidad y la reducción de ciertos
costos, a un determinante clave para la continuidad de las tareas laborales en
general.
En Argentina, antes de la irrupción del
Covid-19 un 17% de las personas asalariadas trabajaba en forma remota, pero
para las mujeres el porcentaje era del 14%, mientras que para los varones
ascendía al 20%. Sin embargo, la viabilidad del teletrabajo asociada a las
características de las ocupaciones es superior para los empleos en los que
están mayormente insertas las mujeres: 35% de las asalariadas podría
teletrabajar en función de las tareas que realiza, mientras que solo el 21% de
los varones estaría en condiciones de hacerlo.
¿Cómo
se explica este fenómeno? De acuerdo con datos de la Encuesta Permanente de
Hogares de 2019, una mujer de igual edad, nivel educativo y antigüedad, en la
misma región y en el mismo sector, tiene en promedio menor probabilidad de
acceder a un empleo formal (-5 pp.) y a puestos directivos o gerenciales (-3
pp.) que un hombre.
Como consecuencia de este acceso
asimétrico a las ocupaciones en el mercado laboral, a medida que nos movemos
hacia arriba en la escala salarial las mujeres ven reducido su potencial de
teletrabajo en relación a los varones. El cierre de la brecha entre el
teletrabajo efectivo y el tecnológicamente factible podría representar una
oportunidad inédita, la de hacer extensivas ventajas asociadas al teletrabajo
—como mayor flexibilidad horaria, practicidad y ahorro de ciertos costos—, y
para aumentar la tasa de participación laboral femenina en términos generales.
Pero
en fenómenos complejos como la desigualdad, nada es tan lineal. Hay espacio
para incentivar el teletrabajo entre las mujeres y eso es positivo para
sostener los ingresos en el corto plazo y aumentar su tasa de participación,
pero a la larga podría contribuir a perpetuar desigualdades estructurales,
asociadas al acceso asimétrico a ocupaciones en el mercado laboral y al uso del
tiempo en el hogar.
Según
la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo de 2013, mientras el
58% de los varones realiza trabajo doméstico no remunerado (TDNR), el
porcentaje asciende a 89 en el caso de las mujeres, que dedican en promedio 6,4
horas semanales a estas tareas, 3 más que los varones.
Por
eso, lo que necesitamos son medidas de implementación de teletrabajo con
perspectiva de género y flexibilidad para promover un mejor equilibrio
trabajo-familia y una mayor corresponsabilidad en el hogar. La reciente ley Nº
27.555 sobre teletrabajo representa avances en este sentido.
Sin
embargo, es necesario hacer más. Debe buscarse la integración de estas
políticas con otras de más largo alcance y profundidad que apunten a romper con
estereotipos, normas sociales y concepciones profundamente arraigadas que
operan como mecanismos de segregación en el mercado laboral.
*** Ramiro Albrieu y *** Pablo de la Vega son Investigador
principal y analista del programa de Desarrollo Económico de CIPPEC,
respectivamente
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