Primer paso de la rebeldía peronista / Julio Blanck
Massa, Urtubey, dirigentes,
intendentes y legisladores de todo el país buscan recomponer el PJ lejos de
Cristina.
El asado
se va a servir esta noche en un quincho de Pinamar. La foto será el certificado
de puesta en marcha de la rebeldía peronista contra el yugo que les impuso
Cristina Kirchner durante ocho años. Se van a juntar algunos de los que
aguantaron hasta el final sin romper y muchos de los que rompieron antes, o
mucho antes, sin perder por eso su condición peronista sino, en todo caso,
reivindicándola como sustento de su enfrentamiento con un poder absoluto
surgido de su mismo signo.
Hay dos elementos que le dan un volumen especial
al encuentro de hoy. Uno, que Sergio Massa –5.200.000 votos sostenidos contra
viento y marea en la elección presidencial– hará su reaparición formal en un
espacio de puro peronismo, decidido a jugar allí la carta principal de su futuro
político. El otro elemento central es que estará Juan Manuel Urtubey,
gobernador dos veces reelecto en Salta, referente de muchos peronistas que
aguantaron adentro y también aspirante a liderar la recuperación del poder para
la fuerza que El General fundó a mediados del siglo pasado.
“Vamos a mostrar que hay dos formas de hacer
política: destruyendo con el látigo y la chequera o convenciendo y renovando al
peronismo sin cargar más con la mochila de Cristina y La Cámpora” dice Massa,
eufórico en la previa y sobrecargado de trabajo: se terminó ocupando de
encontrar el lugar para el asado –se hace en el barrio donde su familia está de
vacaciones– y hasta de conseguir la carne.
Además del poder electoral que aporta Massa habrá
poder territorial concreto. Junto al salteño Urtubey, el peronismo cordobés de
José De la Sota y el gobernador Juan Schiaretti estará representado por el
senador Carlos Caserio; y el gobernador chubutense Mario das Neves envía a su
vice, Mariano Arcioni.
Habrá dirigentes notorios como el ex jefe de ANSeS
y ahora diputado Diego Bossio y figuras fuertes del Frente Renovador massista
como Graciela Camaño. Se esperan enviados del jujeño Eduardo Fellner, titular
formal del PJ nacional, y del ascendente santafesino Omar Perotti. Y un mensaje
de apoyo del curtido y muy respetado sanjuanino José Luis Gioja, a quien una
operación reciente y 45 puntos en la espalda le impedirán asistir esta noche.
Julián Domínguez avisó que no podrá ir por un tema
familiar. Pero se esperan a intendentes del Gran Buenos Aires y de varias
provincias, así como diputados de todo el país que se definen como
“kirchneristas pero no camporistas”, curiosa manera de empezar a sacarse el
tatuaje que usaron sin mayor conflicto de conciencia durante la larga década
ganada.
A Daniel Scioli lo invitaron. Al parecer primero
dijo que iba a concurrir, pero después ese entusiasmo se le enfrió. Nadie puede
asegurar que el ex candidato presidencial vaya a presentarse en Pinamar. De
hecho, nadie lo espera. Para los autoconvocados junto al mar el cristinismo es
su límite. Y a Scioli demasiados lo ven cristinizado en exceso y sin sentido
después de la derrota electoral.
La ausencia de Scioli es un insumo deseado por
Massa, que lo considera un potencial rival directo para el futuro. “Yo juego el
armado nacional, pero la Provincia es mi casa”, suele decir el jefe renovador.
Hay un hecho incontrastable: sin raíces fuertes en la Provincia, no habrá
reconstrucción peronista con autonomía de Cristina. En ese territorio la
pulseada está abierta.
Si esta noche no está Scioli en Pinamar es
probable que tampoco esté Fernando Espinoza, jefe del PJ bonaerense, que juega
en yunta con el ex gobernador y candidato. Están tratando de consagrarse como
interlocutores de María Eugenia Vidal en la Provincia. La interlocución con el
poder siempre derrama beneficios políticos. Pretenden desplazar a otros
sectores del Frente para la Victoria, en particular los camporistas que
responden a José Ottavis, de notoriedad en estas horas por su relación con la
abundante Vicky Xipolitakis.
La explosiva combinación de estos elementos de la
interna kirchnerista, más una orden telefónica de Cristina, terminó detonando
la semana pasada el acuerdo con Vidal para aprobar el Presupuesto bonaerense.
La presión de los intendentes peronistas, urgidos por los fondos que distribuye
la Provincia, colocó esa negociación sobre un nuevo eje.
Esta ensalada de recelos y zancadillas va a
acompañar el asado de hoy. En el temario estará presente la idea de articular a
las 14 gobernaciones que tienen signo peronista, aunque estén todos
desalineados en la interna, y rearmar la mesa de gobernadores que el
kirchnerismo desactivó de modo implacable. Y al mismo tiempo, discutir la forma
de relacionarse con el gobierno de Macri.
“Este es un peronismo opositor que en las
provincias y las intendencias tiene responsabilidad de gobierno y necesita que
al país le vaya bien”, apunta Bossio. Es una forma de proponer el lugar donde
pararse.
Cualquier variante que se escucha hoy en el
peronismo gira sobre esa misma idea. Y supone un franco contraste con la
cerrazón minoritaria y fanática del cristinismo, que defiende lo que queda del
relato mientras intenta evitar la poda drástica de los miles de activistas que
sembró antes de la retirada en la estructura del Estado, de la cual pretenden
seguir extrayendo recursos y ventajas.
¿Cuál es el papel que estos peronistas en proceso
de reconstrucción imaginan para Cristina en el futuro inmediato? Basta hacer la
pregunta para que se derrame la catarata.
Depende de ella, dice un diputado que toma
distancia con cautela. No alcanza con llamar por teléfono para bajar línea
desde El Calafate, se enoja un gobernador. Cristina lidera pero no conduce,
asegura un intendente fuerte del Conurbano. Si sigue colgada de la Plaza de su despedida
y de las plazas de fin de semana de los camporistas ése va a ser su techo,
señala otro jefe comunal que jugó con la boleta kirchnerista en todas las
elecciones. Scioli era el candidato que mejor daba en las encuestas y perdimos
igual porque ya habíamos perdido conexión con la gente, razona un bonaerense
respetado por su capacidad de elaboración política. Massa, que frente a cierta
tibieza de otros pisa fuerte y ocupa terreno, avisa que “yo quiero la unidad
del peronismo, pero tienen que salir de abajo de la pollera de Cristina”. Se
dice fácil, pero los que se animan a hacerlo por ahora no son tantos.
Hay un punto en el que todas las voces coinciden:
ante una figura como Macri, el peronismo dividido pierde. Es el eterno hambre
de poder lo que vuelve a moverlos. Ese es el motivador central de este proceso
incipiente de recomposición que hoy hace su estreno público en Pinamar.
Si el liderazgo de Cristina está en cuarto
menguante y no hay todavía un liderazgo de reemplazo que se haya perfilado,
quizás lo que venga sea una etapa similar a la que el peronismo ha transitado
en otros tiempos de renovación. Por ejemplo, cuando Raúl Alfonsín lo derrotó
por primera vez en una elección. Quizás entonces asome, por un período, una
comandancia colectiva y a la vez dispersa, necesaria hasta que decanten los
nuevos referentes.
Mientras tanto, quizás haya que esperar una
prudente colaboración con el nuevo gobierno. No chocarlo de frente mientras
dure su estado de gracia. Acoplarse a la onda de razonable esperanza y aire
nuevo que hoy envuelve a la mayor parte de la sociedad. Y reclamarle a Macri
gestos a cambio, que el Presidente está dispuesto a dar.
Como la invitación a Massa para acompañarlo a la
cumbre económica y política de Davos dentro de dos semanas. O la atención
privilegiada a los intendentes como contrapartida de la aprobación del
Presupuesto bonaerense. O la dedicación con que el ministro Rogelio Frigerio
atiende las necesidades de los gobernadores peronistas y escucha sus opiniones.
Entre esas opiniones quizás estuvo la de algunos
nuevos mandatarios, como el tucumano Juan Manzur, el entrerriano Gustavo Bordet
o el sanjuanino Sergio Uñac, que no habrían visto con buenos ojos la invitación
inicial de Macri a Scioli para viajar a Davos. Argumentaron que el ex candidato
“ya no nos representa”. No fue el único factor para desinvitar a Scioli: fue
decisiva la bolilla negra que le puso María Eugenia Vidal por algunos de los
asuntos turbios con los que se topó al tomar el timón en la Provincia.
La cuestión es que buena parte del peronismo
parlamentario, provincial o municipal, mientras intenta recomponerse lejos de
la influencia de Cristina, desespera por asegurarse el lugar de interlocutor
del nuevo Gobierno. La política será la política. Pero por un largo rato la caja
la va a tener Macri.