Nos encontramos con Julio
Aurelio y, dirigiéndome a su hijo Federico, dije: “Nos conocemos de toda la
vida”. Julio, ya con las limitaciones de su enfermedad, respondió con tristeza:
“Pero no fuimos capaces de constituir una generación de amigos”. Esa frase fue
sin duda una de las más duras verdades de la crítica a nuestra generación. No
hemos construido una dirigencia digna de respeto en casi ninguna de las
instituciones vigentes. Me sigo sintiendo peronista, sin partido ni lugar donde
debatir mis ideas.
Sigo también distanciado de los
tres intentos de deformación de nuestra historia:
La 1* fue la guerrilla que imaginó superar la epopeya
del pueblo con la violencia;
La 2* fue Carlos Menem, quien decidió elegir el camino
de la traición como si fuera la modernidad;
y la última el kirchnerismo, que
sin respetar el pensamiento de Perón encarna una mezcla de conservadores con progresistas y algunos antiguos marxistas para terminar en un rumbo que
según mi buen entender promete un complejo futuro.
Concibo la historia argentina
como habiendo transitado tres etapas. La primera, fundacional, en manos del
pensamiento conservador; luego, el radicalismo, que incorpora la democracia y
la participación de la clase media; y finalmente el peronismo, que suma a la
clase trabajadora y define un modelo de sociedad industrial. Ya con Alvear
teníamos presencia entre los pocos países que desarrollaban la industria
aeronáutica. Tiempos en los que fabricábamos aviones y ferrocarriles, coches y
motos, exportábamos industria y repito hasta convertirlo en muletilla, a la
muerte de Perón la pobreza era del cinco por ciento tras diez y ocho años de
proscripción. El golpe del 55 que lo derrocó no pudo destruir sus logros,
todavía ni en las fuerzas armadas reinaba el pensamiento colonial que luego
invadiría buena parte de nuestras estructuras intelectuales. El peronismo nace
como aparente conflicto, “Braden o Perón”, e implica una dialéctica que será
permanente: patria o colonia. No caben muchas otras acepciones. Y es necesario
aclarar que para nuestra visión el marxismo implicaba otra forma de
dependencia: los imperios eran dos y enfrentarlos era la obligación de cada uno
de nosotros. En esos tiempos fue muy difícil sostener un proyecto propio: la
cantidad de adoradores del imperio que surgirá en la posterior decadencia marca
sin duda las dificultades de aquella concepción. También tuvo su desarrollo,
digno de ser reivindicado, un marxismo nacional, como un verdadero basamento
teórico.
El peronismo se asentaba en
un acuerdo con los sectores productivos. Su primera etapa será una alianza con
la “industria Flor de ceibo”, como se denominaba ese desarrollo original. En su
retorno, Perón elige la alianza con Gelbard, que expresaba el aluminio y la informática,
una voluntad de desarrollo nacional bien definida. “De casa al trabajo y del
trabajo a casa”. “Quien no produce al menos lo que consume no tiene derechos”.
Todos conceptos que nada tienen que ver con la culpas de relajamiento social
que nos asignan, olvidando que en vida de Perón no existían los subsidios. El
trabajo era el camino a la dignidad, el subsidio surge después de la última
dictadura y como resultado de la destrucción que esos que se dicen “liberales”
ejercen sobre el conjunto de la sociedad. Abrieron decenas de bancos y
financieras: si ganaban era de ellos; las pérdidas terminaron como deuda
externa de todos. “Achicar el Estado es agrandar la Nación ”, rezaba la consigna
que definía a los falcon verdes de los asesinos; la otra decía “somos derechos
y humanos”. Sobre ese triste concepto se desarrolla el nervio del peor
liberalismo, la destrucción del Estado y la desnacionalización de todos
nuestros logros. La luz, el gas, los teléfonos, los ferrocarriles, el juego,
los aeropuertos, todo lo colectivo fue pasando a manos privadas, sin siquiera
el necesario control de esas supuestas inversiones y sus desmedidas ganancias.
Privatizamos rutas que había construido el Estado donde instalaron sus peajes
los “adjudicatarios”; regalamos lo de todos para inventar supuestos inversores
que nunca existieron. Eso fue la
dictadura y también el menemismo y aclaremos que, ni Néstor ni Cristina
Kirchner cuestionaron la esencia de ese sistema de apropiación.
Me resulta absurdo que exista
el odio al peronismo, cuando este tuvo varias identidades, siendo sin duda en
la memoria popular el mejor momento de sus hijos. Después de la muerte de su
fundador, tanto el liberalismo de Menem como el progresismo con los Kirchner
son desviaciones de un pensamiento que en alguna medida podríamos decir que
ocupó entre nosotros el lugar de la socialdemocracia, asumiendo que en su
primera etapa tiene matices autoritaria mientras Perón ocupa en su retorno el
lugar de pacificador.
El actual gobierno no tiene mucho
de peronismo, pensamiento más vigente en
las provincias. Es cierto que bajo su recuerdo también se refugian aun aquellos
que lo cuestionan mientras la lealtad popular al mejor momento de sus vidas
sigue con plena vigencia. Y eso suele llevar a una reiteración de las formas que
muy pocos expresan a sus contenidos y que otros ni siquiera conocen.
Necesitamos superar nuestras diferencias y, en ese espacio, temas como la
venida de los médicos cubanos o la agresión a la Justicia solo sirven para
multiplicar opositores. Hay sectores, de ambos bandos, convencidos de la
necesidad de continuar con la confrontación. Demasiados votantes de Macri no
terminan de digerir la derrota; del otro lado, algunos provocadores intentan
devaluar el esfuerzo presidencial por superar los conflictos. Y finalmente, el
moderno líder de la derecha continental, Don Vargas Llosa, convoca a ricos
asustados del “populismo” -nombre que utilizan ellos para devaluar la
democracia- como si no fueran los necesitados los verdaderos dañados por
aquellos que acumularon riqueza y poder a partir de engendrar miseria. La
derecha que asusta y oprime dice estar asustada y una izquierda, tan
inconsciente como siempre lo ha sido, le hace el caldo gordo con provocaciones
sin sentido.
La madurez obliga a apoyar la cuota de
cordura que hoy ofrece el gobierno, con las críticas que merece
pero a pesar de las cuales igualmente sigue siendo lo más coherente que tenemos
al alcance. Reivindico, con sus virtudes y defectos, al actual gobierno como
superador del caos que fue Macri y las provocaciones de Cristina y sus
fanáticos. Ignoro todavía si la elección de Alberto Fernández fue el
primer gesto de una nueva Cristina Kirchner o tan solo una movida lúcida para
lograr el triunfo. Los que la rodean no la ayudan mucho. Lo demás es la pandemia,
y esa es una curva que, si se expande, mete miedo
26 abr 2020