Se ha impuesto una
versión simplista de los años 70, relatada por ex dirigentes montoneros como
Miguel Bonasso, Horacio Verbitsky y otros, cuyo desarrollo puede sintetizarse
de este modo: "Nosotros fuimos los que más luchamos para traer a Perón y
él cuando llegó nos traicionó, se alió con los malos (sindicalistas y otros)
nos persiguió y nos echó de la
Plaza ". En síntesis, la historia de un tercer Perón
fascista que viene a convalidar la teoría de los viejos izquierdistas que en
1946 se aliaron al embajador norteamericano Spruille Braden para enfrentar al
"nipo-nazi-fascismo" peronista.
Otros autores de cuño liberal, aunque critican a la
guerrilla montonera, coinciden con ellos que el malo de la película fue Perón.
Terminan compartiendo la versión del mismo Jorge Videla de que "la Triple A fue una creación
directa de Perón", y de que la represión ilegal "no fue idea de las
FFAA sino del propio gobierno peronista".
Y, en esa versión de la historia, se cruzan y
coinciden los Bonasso y Verbitsky con el genocida Jorge Rafael Videla. La
guerrilla necesita ese argumento para justificar sus gravísimos errores
políticos y los genocidas para descargar sus culpas.
Mi libro La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón
está dedicado íntegramente a desmontar esta versión simplista de una historia
de buenos y malos. Con la particularidad de que está basado en el testimonio de
50 militantes del bando de los "buenos", o sea, ex guerrilleros que
lucharon hasta 1973 por el retorno de Perón. Allí explico en detalle los
sucesos del 20 de junio en Ezeiza que trataré de sintetizar brevemente aquí.
Hace poco alguien dijo que el Pacto Social de Perón en
1973 fue una idea genial. Pacto que tenía dos soportes: Jose Ber Gelbard, por
el sector empresario, y José Ignacio Rucci, por la CGT. Habría que decir
que asesinar a Rucci dos días después de que Perón ganase por el 62 por ciento
de los votos no fue un acto justiciero por parte de Montoneros, sino uno de los
errores más gruesos de su historia, error que los llevó a enfrentar a Perón
muchos meses antes de que el General los tratase de "imberbes" en la Plaza.
Y aquí empalma el relato montonero con los hechos de
Ezeiza. El "ajusticiamiento" de Rucci fue para vengar la
"Masacre de Ezeiza".
La descripción sucinta de los hechos es la siguiente:
para recibir al General Perón en su retorno definitivo a la patria, se convocó
un acto, en un palco montado sobre el puente 12 de la autopista Richieri. Cerca
de 3 millones de personas se dieron cita desde muy temprano. Pero lo que iba a
ser una fiesta esperada durante 18 años se transformó en una enorme
frustración.
Cerca de las 14 horas, en la parte posterior del palco
se generó un tiroteo entre el grupo de custodia y una gruesa columna de
Juventud Peronista identificada con FAR y Montoneros. El saldo de los
enfrentamientos fue de 13 muertos y un número indeterminado de heridos.
Los titulares de los principales diarios no
mencionaban las palabras masacre o matanza sino: "Enfrentamientos entre
grupos armados". Sin embargo FAR y Montoneros, denunciaron que había sido
una emboscada preparada por los sectores de la ortodoxia peronista, que se
convirtió en una matanza. Lo sugestivo es que sólo mencionaban dos o tres
nombres de militantes asesinados. El mito de la "masacre" se agigantó
con el tiempo y hoy casi nadie discute ese paradigma.
En Ezeiza -como en muchos otras concentraciones de
este tipo- hubo una disputa por copar el acto, movilizando grandes columnas
para llegar con sus carteles lo más cerca posible del palco. Y sin dudas los
ganadores fueron las columnas movilizadas por FAR y Montoneros que llegaron a
posicionar sus carteles a pocos metros.
El ex coronel Jorge Osinde se hizo cargo de la
seguridad del palco, desplazando a las policías federal y provincial. Para ese
fin constituyó un grupo de unos trescientos "pesados" con gente de la CNU (Concentración Nacional
Universitaria), del CdO (Comando de Organización), custodios sindicales y ex
militares peronistas. Un grupo variopinto de personajes de pocas luces, pero
con vocación de "caza zurdos". Los proveyó de armas cortas y largas
con directivas poco claras respecto en qué caso usarlas.
En las columnas montoneras, identificados con
brazaletes de colores diferenciados, marchaban grupos de militantes portando
armas cortas de "defensa personal" . El propio Mario Firmenich
calculó que serían unos cinco mil cuadros de JP armados "solo con armas
cortas". Esta frase se destaca en todos los relatos como si las
"armas cortas" fuesen un adorno o una banderita en la mano.
Imaginemos entonces, un acto multitudinario con tres
millones de personas, donde hay 300 locos en el palco fuertemente armados, y
cinco mil jóvenes mezclados entre la gente provistos de armas cortas, pujando
por ver quién pone los carteles más cerca. Un cóctel explosivo al que sólo le
hacía falta una chispa para derivar en caos.
Esto fue lo que sucedió a espaldas del palco, cuando
una gruesa columna con carteles de FAR y Montoneros intentó pasar por detrás
para posicionarse a la derecha del palco, lo que fue interpretado por los
custodios como el intento de tomar el palco por asalto. Primero fueron insultos
y empujones, luego cadenazos, hasta que alguien tiró el primer tiro y se desató
el pandemonio. Lo que siguió fue una enorme confusión en la que nadie tenía
claro quiénes ni contra quién disparaban.
De los 13 muertos en la refriega, cuatro pertenecían a
la JP : Horacio
"Beto" Simona de Montoneros, Antonio Quispe de las FAR, Hugo Oscar
Lanvers de la UES
y Raúl Obregozo de la JP La
Plata. Entre los custodios del palco las víctimas fueron tres: el capitán RE
del ejército Máximo Chavarri, y los militantes del CdO: Rogelio Cuesta y Carlos
Domínguez . Los otros 6 fallecidos no fueron reivindicados como militantes de
ningún sector lo que indica que serían simples asistentes al acto.
Los hechos hablan por sí mismos. Si de semejante
despliegue de armas hubo cuatro muertos del sector FAR y Montoneros y tres
muertos de los custodios del palco, es forzado caracterizar como emboscada y
masacre. En todo caso habrá sido un enfrentamiento desigual donde ambos bandos
pagaron su costo en vidas.
La confusión e impericia de los custodios del palco
fue tan grande que los llevó a atentar contra quienes serían de su propio
bando. Es el caso los ocho torturados en el hotel de Ezeiza por la gente de
Osinde: ninguno integraba las filas de la
JP . Dardo José González y Luis Pellizon pertenecían a la UOM de Campana. Alberto
Formigo y Tomás Almada, al sector ortodoxo de la juventud. Raúl Alberto
Bartolomé, agente de la policía de Mendoza, llegó a Ezeiza con la CNU y relata que "me
llevaron al hotel de Ezeiza y me torturaron, con Ciro Ahumada
dirigiéndolos".
Si existe una foto que simboliza los hechos de Ezeiza,
es la del joven de pullover claro, izado al palco desde los pelos. Esa imagen
se presenta como prueba irrefutable, de la agresión de que fueron víctimas los
militantes de FAR y Montoneros. Sin embargo, en el año 2010, el investigador y
escritor Enrique Arrosagaray logró descubrir y entrevistar al joven de la foto.
Se llama Juan José Rincón, vive en Dock Sud. Era militante en la Juventud Peronista
de la República
Argentina ("Jotaperra"), de la ortodoxia peronista,
y concurrió a Ezeiza, con la columna de Herminio Iglesias.
Entre los testimonios de La Lealtad es muy clara
Marcela Durrieu, ex militante montonera y participe de la refriega, cuando
analiza lo sucedido : "No sé cómo empezó el tiroteo, pero un
enfrentamiento, por grave que sea, no es lo mismo que una masacre y no es
cierto que los montoneros habían concurrido desprevenidos y no imaginaran un
posible enfrentamiento. Y esto no es de ninguna manera una disculpa a los hijos
de puta de Osinde y compañía, pero si lo realmente importante era el encuentro
de Perón con su pueblo, la respuesta debió ser facilitarlo, independientemente
de quien custodiara el palco, y asegurar que no hubiera incidentes. Me detengo
en esto, porque Ezeiza fue una excusa perfecta para comenzar la estrategia de
victimización y enfrentamiento frontal con el peronismo y con Perón. La
insistencia en destacar que había sido una emboscada, en asignarse todos los
muertos y heridos, en magnificar los hechos y en diluir la trascendencia de la
imposibilidad del descenso de Perón fueron una política dirigida a convencer al
país y a la tropa propia de la condición de víctimas. La Conducción [de
Montoneros] tenía resuelto, o consideraba irremediable el enfrentamiento con
Perón, desde el día en que quedó claro el regreso, sólo faltaba resolver el
momento y la forma y, supongo que consciente o inconscientemente, el inicio fue
Ezeiza"
** El autor es escritor. Su último libro es
"Salvados por Francisco", Ediciones B 2019
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