Un gobierno que intentó ser eterno y se retira sin pena ni gloria, o
mejor dicho, invadido por las penas y olvidado por las glorias. Cuando los
acompañó el triunfo, superando el cincuenta por ciento, intentaron ir por todo,
aislar al enemigo, eliminar la oposición. Venezuela era el modelo elegido. El
bien y la virtud, propiedad del oficialismo; el resto, los disidentes,
empleados de los monopolios, los imperios y las derechas. Una maravilla. No
eran ni pobres, ni decentes, ni socialistas: se enriquecían con el Estado. El
juego y la obra pública marcaban el rumbo esencial de su ambición.
Un
gobierno feudal y conservador de derechas que integró restos de viejas
izquierdas en su estructura. Un progresismo que adhiere a cambio de un
espacio en la cultura, en una concepción del poder donde a nadie le interesa la
cultura. Un poder real en manos de los Zannini, los De Vido y los
Echegaray, y un decorado en manos de Página/12 y Carta
Abierta.
El final de la bonanza y el modelo que había sido su fruto frívolo. Sin
energía ni rutas, nos saturamos de automotores; las viviendas y una sociedad
concebida entre todos se refugiaron tan solo en el discurso. La obsecuencia se
instaló en la categoría de ideología, la lealtad depositada en el aplauso
indiscriminado. Los seguidores devinieron en aplaudidores. El apoyo crítico
derrotado por el aplauso a todo lo que se formule. El mismo que aplaudió la
privatización de YPF canta el himno al estatizarla. Pérdidas enormes para el
Estado, ganancias suculentas para sus operadores.
Ricardo
Forster es un fanático del supuesto pensamiento nacional, que vendría a
coincidir casualmente con el pensamiento oficial. El oficialismo concebido como el único espacio de la virtud y la
democracia. Los discursos de la compañera Presidenta, que la gran mayoría de la
sociedad apenas soporta, convertidos en materia dogmática. El primer peronismo
fue sectario por necesidad, el último Perón convoco a la unidad nacional. El
kirchnerismo retrocede a superados sectarismos de izquierda que amontonan
burocracias a cambio de supuestas ideologías.
Nombrar a Ricardo Forster es asumir la condición de secta que no quiere
ni necesita dialogar con el resto de los pensamientos vigentes. Parecido a
Venezuela y al Ministerio de la Verdad orwelliano, encargado de ajustar la historia
para que no contradiga los postulados oficiales; muy distantes en logros y
fanatismos del resto de los países hermanos.
Amado Boudou es la otra cara del gobierno, la real. Sin ideas, pero con
muy claros objetivos. Después de su desnudez que acusaron como linchamiento
mediático, después de semejante papelón con los millones del Lázaro Báez, una
cuota de ideología era necesaria. Forster es de los que no dudan, de los
que nada tienen que ver con los que no obedecen ni aplauden. Eso sí, sin duda cree
en lo que propone, y eso merece respeto.
Claro que
hay decenas de fanáticos y sectarios en toda sociedad. El gobierno tiene el
desafío de integrarlos, lo absurdo es que se delegue en ellos la tarea de
gobernar. Es una simple manera de asumir la secta como la estructura elegida
para transitar el futuro en el llano. Una manera de aceptar el fracaso de la
década extraviada. Son dueños de demasiadas cosas, ahora también de la
verdad.