Aquel día salí llorando por la calle Lavalle, y no estaba solo,
era un llanto de multitud. Un dolor enorme en todos lados… Se sentía el
desgarro de sus seguidores sobre el miedo de los que no lo llegaron a entender.
Y me fui a la Quinta de Olivos; éramos muy pocos. Esa primera noche de
velatorio, unos jóvenes conscriptos hacían guardia, demudados, junto al cajón.
La imagen del General imponía un enorme respeto aun cercada en el espacio del
féretro. Un velatorio marcado por la historia, nadie resistía demasiado tiempo
esa presencia. Afuera, una multitud en llanto y silencio buscaba despedir a su
Jefe; en la quinta, una minoría pasajera se imaginaba heredera de la historia.
Nunca más conoceríamos una despedida tan inmensa y universal. Un dolor tan
compartido, un duelo tan profundo y desgarrante. Todos sabíamos que el General se nos había ido antes de tiempo y
la historia lo demostraría con sus tragedias.
El radicalismo había integrado a un enorme sector de clase media
mientras que con el peronismo los cabecitas negras y los hijos de los
inmigrantes humildes tendrían ocasión de imponer su identidad. El peronismo no
es tan sólo una fuerza política, es la expresión cultural de los humildes, la
puerta de ingreso de los que estaban afuera del sistema. Antes de eso, la
sociedad tenía marginados, como los negros en Sudáfrica o en los Estados
Unidos, o los nativos en Bolivia. Después de Perón y Evita, ya ningún argentino
deberá bajar la vista frente al patrón o al policía. Y eso es recuperar la
dignidad para los humildes. Forjaron una sociedad a la medida de su forma de
vida, ahora son los otros los que tienen que educarse para ser como nosotros.
Eso es mucho más profundo que cualquier bienestar económico. Que desde ya
también existió y fue ejemplar. El
cincuenta por ciento de los ingresos iba a manos de los asalariados. Era un
mundo donde la industria “flor de ceibo” sustituía importaciones. Donde en los
barrios, los conventillos se convertían en viviendas dignas. Una infinita
integración social. No había caídos, todos eran necesarios y tenían su lugar.
Evita enfrentaba a las Damas de Beneficencia, eso que hoy volvió a ponerse de
moda.
Con Perón y Evita los humildes encontraron un destino. Desde aquel 17 de Octubre surgió un alarido que cambió la
historia; la fuente lavó sus pies como Cristo a sus discípulos; la Plaza se
convirtió en su catedral sin paredes; el balcón en el púlpito.
A sus enemigos sólo les quedaba el derecho a alargar su agonía.
En el ’55 los gorilas intentan
reinstalar su proyecto colonial, van a asumir su fracaso en el ‘73. Y caminarán hacia el suicidio
en el ‘76, con un genocidio que destruye para siempre la vigencia del proyecto
colonial en su versión conservadora. Los violentos de la versión
marxista todavía siguen con vigencia hasta hoy. Pero sin duda desaparecerán para siempre como opción de poder
cuando se agote el oportunismo imperante.
El peronismo no fue nunca un autoritarismo perseguidor de
disidentes. John Willam Cooke se había enamorado de la experiencia cubana y
tuvo con Perón diálogos que no encontraron herederos. El marxismo no nos
lastimó en su esplendor ni cuando parecía invadir el mundo, por eso resulta
absurdo que nos toque soportar hoy este remezón de decadencia tardía. Que un pragmatismo feudal con
pretensiones empresarias le otorgue calidad de pensamiento nacional a sectores
universitarios que ni siquiera se esforzaron por entendernos. El peronismo pudo engendrar su propia
izquierda nacional, que jamás transitó el cuestionamiento a su fundador y la
obsecuencia al poder. El peronismo fue el fruto maduro de la alianza entre trabajadores
y pequeños empresarios productivos. El oficialismo imperante resulta del
encuentro entre algunos sectores intelectuales y una novedosa burocracia
expandida por el oficialismo.
El peronismo fue un fenómeno cultural que en su primera
etapa impuso la presencia de los marginados y luego, en su retorno, convocó a la unidad de los
argentinos. Nadie tiene derecho a sembrar resentimientos en su
nombre: ya el viejo General había expulsado a los imberbes por intentar
ejercer la violencia y dividir a la sociedad. El peronismo es un
movimiento popular que no respeta ni necesita de las supuestas vanguardias
iluminadas. Puede estar superado como estructura política, pero la sociedad
toda sabe que no se puede sembrar odio en su nombre. Se fue llevando en sus
oídos “la más maravillosa de las músicas que era la voz del pueblo”, y fue su
Viejo adversario el que pudo venir a despedir a un amigo. Por eso cuando
escucho algunas voces recuerdo su dura admonición, “y hoy resulta que algunos
imberbes pretenden”. Cuarenta años, ya es tiempo de entender. Fue capaz de contener al sector del marxismo
que se asimiló a lo nacional, está a la vista que no puede ser ni
siquiera entendido por aquellos marxistas de universidad que se relacionan con
los trabajadores a través de los libros que sueñan revoluciones.
El peronismo fue
engendrado por los obreros en el ‘45 y lo descubren los intelectuales en los
‘70 con las “cátedras nacionales”. A los pensadores, les costó años entenderlo,
lo intentaron después de estudiar a los obreros rusos y al campesinado chino.
Las alpargatas de los descamisados gestaron la historia pero la tinta de los leídos
siempre tuvo dificultades para respetar a los humildes. Se imaginaban ser su
vanguardia y les costaba asumir con humildad que sólo podían ser sus
seguidores. El mayor nivel de conciencia está en el pueblo, no en los que
intentan estudiarlo y conducirlo.
Si el peronismo hubiera nacido
con el resentimiento y el sectarismo del kirchnerismo no habría logrado
sobrevivir ni una década. Tuvimos suerte, este
pragmatismo estalinista es una enfermedad tardía y esperemos que también
pasajera. Lo nuestro era la pasión, nunca el resentimiento. Por eso le pusimos
mística a la vida.
¡Viva Perón,
carajo!
[Gentileza Daniel Díaz:
publicado en el grupo Unión telefónica]
https://ar.groups.yahoo.com/neo/groups/uniontelefonica/conversations/messages/19566
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