Su asesinato a manos del estalinismo alimentó
conjeturas contrafácticas: ¿hubiera sido diferente la historia si el sucesor de
Lenin hubiese sido el creador del Ejército Rojo?
Un día como hoy, hace ochenta
años, era asesinado en México León Trotski, el líder que daría nombre a la idea
de la “revolución permanente” por él forjada. Con el correr del tiempo, la
figura de Trotski quedaría marcada en la historia por su muerte a manos del
estalinismo y alimentaría conjeturas contrafácticas sobre su eventual ascenso
como líder soviético tras la muerte de Lenin en 1924.
En el año clave de 1905,
cuando se produjo la primera revolución rusa -aquella que sería descrita por
Lenin como un “ensayo general”-, León Trotski tuvo su primera gran actuación.
Fue entonces cuando se formaron los “Soviets”, es decir consejos de obreros,
soldados y campesinos organizados por las masas. Con sólo 26 años, Trotski fue
elegido titular del Soviet de Petrogrado, pero fue encarcelado poco después y
deportado a Siberia. El régimen zarista sobrevivió algunos años más, pero los
hechos demostrarían que estaba herido de muerte. En la guerra contra el Japón,
Rusia sufriría la humillante derrota que la convertiría en la primera potencia
en ser superada por una fuerza no europea.
Tras la revolución de febrero
de 1917, y una vez fracasada la experiencia del gobierno “moderado” de
Alexander Kerensky, Trotski logró retornar a Rusia y en julio de ese año fue
nombrado miembro del comité central de los bolcheviques. El triunfo de la
revolución de Octubre lo convirtió -junto con Lenin- en una de las figuras
claves de la nueva Rusia.
Entonces, ocupó el cargo
clave de “Comisario de Asuntos Militares”, que en los hechos equivalía a ser
una suerte de ministro de Guerra. Desde su puesto, se dedicó a la tarea de
crear el Ejército Rojo. Trotski tuvo un rol decisivo en la victoria sobre
catorce ejércitos imperialistas en la guerra civil que siguió a la revolución y
que terminó desembocando en la fundación de la URSS en 1922.
Su actuación fue clave
durante la guerra y en la firma del acuerdo de paz de Brest-Litovsk (1918) que
implicó la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Con el correr de los años,
algunos defensores de la figura de Trotski sostuvieron que cuestionó el
fusilamiento del Zar Nicolás II y su familia en Ekaterimburgo en julio de ese
mismo año 1918. Otras versiones indican que tal crítica jamás existió y que
simplemente eliminar al zar y a sus descendientes era una necesidad militar a
los efectos de evitar que los ejércitos blancos pudieran nuclear una fuerza de resistencia
en torno a una figura que mantuviera la legitimidad monárquica.
En todo caso, Lenin
explicaría a Zinoviev que el terror de masas era “indispensable”. Las visiones
románticas sobre Trotski tampoco podrían ignorar otro episodio, fundamental: la
dura respuesta bolchevique ante la rebelión de los marinos de Kronstadt, en
marzo de 1921. En su obra La ocasión perdida, el historiador César Vidal apunta
que los sublevados de Kronstadt fueron acribillados “como patos en un
estanque”.
El 21 de enero de 1924 la
muerte de Lenin en Gorki abrió las puertas para que Stalin se consolidara como
el nuevo hombre fuerte del país. En su testamento, Lenin había criticado a
Stalin y pedía al Comité Central del Partido removerlo de su rol como
secretario general. En ese marco, Trotski pudo ser visualizado como sucesor
aparente.
En los años que siguieron,
las ideas de Trotski sobre la “revolución permanente” se confrontaron con el
programa realista de Stalin de concentrarse en la tesis del “socialismo en un
solo país”.
Para Trotski, el hecho de que
el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado
como la antigua Rusia zarista, si bien era un hecho que aparecía como
misterioso, en rigor respondía a una “rigurosa lógica”. Según su explicación, condensada
en su obra Lecciones de Octubre: “Rusia es un país atrasado, pero mundial, un
elemento del sistema capitalista mundial” y en ese entendimiento “Lenin ha
resuelto el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la
cadena se ha roto por su eslabón más débil”. El enfrentamiento entre ambos
llevó a la caída de Trotski.
Con el correr de los años 20,
los rivales de Stalin comenzaron a advertir los peligros que el creciente
autoritarismo del dictador representaba para todos aquellos que se
interpusieran en sus planes o expresaran cuestionamientos y denuncias sobre la
forma en la que el secretario general estaba manipulando el Partido para
eliminar a cada uno de sus opositores. El uso del terror, mediante la policía
secreta, comenzó a ser extendido no sólo contra los “enemigos del pueblo” sino
también para perseguir a los opositores internos. Aislar a Trotski pasó a ser
una necesidad de Stalin para consolidarse como amo absoluto del Kremlin
Durante varios meses, fue
obligado a un exilio interior en Alma Ata (Kazajstán) que luego seguiría en la
isla de Prinkipo (Turquía) y Francia, hasta llegar a México en 1937. El largo
exilio de Trotski alimentó su fama y forjó su leyenda. Escritor prolífico, en
aquellos años escribió La Revolución traicionada, en la que denunció la
burocratización y los crímenes de Stalin, quien poco después lanzaría una serie
de purgas de dramáticas consecuencias. El propio Trotski pareció contestarle a
los “escépticos”, cuando resultaba evidente e incontrastable que la Revolución
de Octubre había traído el triunfo de la “burocracia” y si, en ese sentido,
había tenido sentido. Así lo explicó en su obra Lecciones de Octubre: “La
historia no avanza sobre una línea recta sino sinuosa” y que “después de un
salto gigantesco hacia adelante sigue, como luego de un disparo de artillería,
un rebote. Sin embargo, la historia marcha hacia adelante”, aunque calificó a
la burocracia soviética como un “desagradable úlcera”.
En 1936 recibiría la
invitación del presidente mexicano Lázaro Cárdenas (1934-40) para asilarse en
tierra azteca. En el puerto, fue recibido como un héroe por Frida Khalo y
transportado hasta la capital en el tren presidencial.
Trotski encontró la muerte a manos de Ramón Mercader,
un agente de la NKVD enviado por Stalin que terminó con su vida, descargando un
golpe de pico en su cráneo, un día como hoy, hace ochenta décadas. Trotski
agonizó un día y murió el 21 de agosto de 1940.
Al momento de morir, Trotski
se encontraba escribiendo una incómoda biografía sobre el tirano de quien había
dicho “que Stalin alcanzase su posición fue la suprema expresión de la
mediocridad del aparato”.
La historia contrafáctica es
un ejercicio retrospectivo alternativo que ofrece conjeturas tan banales como
interesantes. Pero, ¿qué hubiera ocurrido en Rusia si Trotski hubiera sido el
sucesor de Lenin en lugar de Stalin? Suponiendo que hubiera logrado imponerse
en la lucha de poder que siguió a la muerte de Lenin, ¿es dable sostener que
Trotski habría insistido en abogar por la revolución mundial o el ejercicio del
poder lo hubiera llevado a la prudente estrategia de intentar el socialismo en
un solo país?
Como dijo otro líder ruso
muchos años después, la historia es una larga sucesión de acontecimientos que
pudieron ser evitados. Lo real y concreto es que Trotski se convirtió en una de
las víctimas más prominentes de un sistema que había contribuido a construir.
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