jueves, 20 de agosto de 2020

León Trotski, víctima del implacable sistema que contribuyó a instaurar / Por Mariano Caucino




Su asesinato a manos del estalinismo alimentó conjeturas contrafácticas: ¿hubiera sido diferente la historia si el sucesor de Lenin hubiese sido el creador del Ejército Rojo?
Un día como hoy, hace ochenta años, era asesinado en México León Trotski, el líder que daría nombre a la idea de la “revolución permanente” por él forjada. Con el correr del tiempo, la figura de Trotski quedaría marcada en la historia por su muerte a manos del estalinismo y alimentaría conjeturas contrafácticas sobre su eventual ascenso como líder soviético tras la muerte de Lenin en 1924.
En el año clave de 1905, cuando se produjo la primera revolución rusa -aquella que sería descrita por Lenin como un “ensayo general”-, León Trotski tuvo su primera gran actuación. Fue entonces cuando se formaron los “Soviets”, es decir consejos de obreros, soldados y campesinos organizados por las masas. Con sólo 26 años, Trotski fue elegido titular del Soviet de Petrogrado, pero fue encarcelado poco después y deportado a Siberia. El régimen zarista sobrevivió algunos años más, pero los hechos demostrarían que estaba herido de muerte. En la guerra contra el Japón, Rusia sufriría la humillante derrota que la convertiría en la primera potencia en ser superada por una fuerza no europea.
Tras la revolución de febrero de 1917, y una vez fracasada la experiencia del gobierno “moderado” de Alexander Kerensky, Trotski logró retornar a Rusia y en julio de ese año fue nombrado miembro del comité central de los bolcheviques. El triunfo de la revolución de Octubre lo convirtió -junto con Lenin- en una de las figuras claves de la nueva Rusia.
Entonces, ocupó el cargo clave de “Comisario de Asuntos Militares”, que en los hechos equivalía a ser una suerte de ministro de Guerra. Desde su puesto, se dedicó a la tarea de crear el Ejército Rojo. Trotski tuvo un rol decisivo en la victoria sobre catorce ejércitos imperialistas en la guerra civil que siguió a la revolución y que terminó desembocando en la fundación de la URSS en 1922.
Su actuación fue clave durante la guerra y en la firma del acuerdo de paz de Brest-Litovsk (1918) que implicó la salida de Rusia de la Primera Guerra Mundial.
Con el correr de los años, algunos defensores de la figura de Trotski sostuvieron que cuestionó el fusilamiento del Zar Nicolás II y su familia en Ekaterimburgo en julio de ese mismo año 1918. Otras versiones indican que tal crítica jamás existió y que simplemente eliminar al zar y a sus descendientes era una necesidad militar a los efectos de evitar que los ejércitos blancos pudieran nuclear una fuerza de resistencia en torno a una figura que mantuviera la legitimidad monárquica.
En todo caso, Lenin explicaría a Zinoviev que el terror de masas era “indispensable”. Las visiones románticas sobre Trotski tampoco podrían ignorar otro episodio, fundamental: la dura respuesta bolchevique ante la rebelión de los marinos de Kronstadt, en marzo de 1921. En su obra La ocasión perdida, el historiador César Vidal apunta que los sublevados de Kronstadt fueron acribillados “como patos en un estanque”.
El 21 de enero de 1924 la muerte de Lenin en Gorki abrió las puertas para que Stalin se consolidara como el nuevo hombre fuerte del país. En su testamento, Lenin había criticado a Stalin y pedía al Comité Central del Partido removerlo de su rol como secretario general. En ese marco, Trotski pudo ser visualizado como sucesor aparente.
En los años que siguieron, las ideas de Trotski sobre la “revolución permanente” se confrontaron con el programa realista de Stalin de concentrarse en la tesis del “socialismo en un solo país”.
Para Trotski, el hecho de que el proletariado haya llegado al poder por primera vez en un país tan atrasado como la antigua Rusia zarista, si bien era un hecho que aparecía como misterioso, en rigor respondía a una “rigurosa lógica”. Según su explicación, condensada en su obra Lecciones de Octubre: “Rusia es un país atrasado, pero mundial, un elemento del sistema capitalista mundial” y en ese entendimiento “Lenin ha resuelto el enigma de la revolución rusa con la siguiente fórmula lapidaria: la cadena se ha roto por su eslabón más débil”. El enfrentamiento entre ambos llevó a la caída de Trotski.
Con el correr de los años 20, los rivales de Stalin comenzaron a advertir los peligros que el creciente autoritarismo del dictador representaba para todos aquellos que se interpusieran en sus planes o expresaran cuestionamientos y denuncias sobre la forma en la que el secretario general estaba manipulando el Partido para eliminar a cada uno de sus opositores. El uso del terror, mediante la policía secreta, comenzó a ser extendido no sólo contra los “enemigos del pueblo” sino también para perseguir a los opositores internos. Aislar a Trotski pasó a ser una necesidad de Stalin para consolidarse como amo absoluto del Kremlin
Durante varios meses, fue obligado a un exilio interior en Alma Ata (Kazajstán) que luego seguiría en la isla de Prinkipo (Turquía) y Francia, hasta llegar a México en 1937. El largo exilio de Trotski alimentó su fama y forjó su leyenda. Escritor prolífico, en aquellos años escribió La Revolución traicionada, en la que denunció la burocratización y los crímenes de Stalin, quien poco después lanzaría una serie de purgas de dramáticas consecuencias. El propio Trotski pareció contestarle a los “escépticos”, cuando resultaba evidente e incontrastable que la Revolución de Octubre había traído el triunfo de la “burocracia” y si, en ese sentido, había tenido sentido. Así lo explicó en su obra Lecciones de Octubre: “La historia no avanza sobre una línea recta sino sinuosa” y que “después de un salto gigantesco hacia adelante sigue, como luego de un disparo de artillería, un rebote. Sin embargo, la historia marcha hacia adelante”, aunque calificó a la burocracia soviética como un “desagradable úlcera”.
En 1936 recibiría la invitación del presidente mexicano Lázaro Cárdenas (1934-40) para asilarse en tierra azteca. En el puerto, fue recibido como un héroe por Frida Khalo y transportado hasta la capital en el tren presidencial.
Trotski encontró la muerte a manos de Ramón Mercader, un agente de la NKVD enviado por Stalin que terminó con su vida, descargando un golpe de pico en su cráneo, un día como hoy, hace ochenta décadas. Trotski agonizó un día y murió el 21 de agosto de 1940.
Al momento de morir, Trotski se encontraba escribiendo una incómoda biografía sobre el tirano de quien había dicho “que Stalin alcanzase su posición fue la suprema expresión de la mediocridad del aparato”.
La historia contrafáctica es un ejercicio retrospectivo alternativo que ofrece conjeturas tan banales como interesantes. Pero, ¿qué hubiera ocurrido en Rusia si Trotski hubiera sido el sucesor de Lenin en lugar de Stalin? Suponiendo que hubiera logrado imponerse en la lucha de poder que siguió a la muerte de Lenin, ¿es dable sostener que Trotski habría insistido en abogar por la revolución mundial o el ejercicio del poder lo hubiera llevado a la prudente estrategia de intentar el socialismo en un solo país?
Como dijo otro líder ruso muchos años después, la historia es una larga sucesión de acontecimientos que pudieron ser evitados. Lo real y concreto es que Trotski se convirtió en una de las víctimas más prominentes de un sistema que había contribuido a construir.

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